Esta bestia que habitamos. Bernardo (Bef) Fernández
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Название: Esta bestia que habitamos

Автор: Bernardo (Bef) Fernández

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: El día siguiente

isbn: 9786075573571

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СКАЧАТЬ mujer prosiguió el servicio, sonriendo.

      —Veo que estás en una etapa zen de nuevo —apuntó Dneprov, sentándose a la mesa ante una indicación de su anfitriona.

      —Mamadas.

      —Siempre la misma Lizzy.

      —Tu madre.

      Comieron en silencio kiwis y frambuesas.

      —¿Alguna novedad? —rompió el silencio Dneprov.

      —Nada, cabrón, cuando caes en desgracia todo se te deja venir en filita. Los amigos se esfumaron, mi familia pidió entrar al programa de testigos protegidos…

      —Pensaba que eras hija única.

      —¿Y qué, mis primos son pendejos o qué?

      El eslavo recordó a la horda de parásitos que orbitaban a su clienta, corte de los milagros que se daban vida de reyes a cambio de pequeños favores. No comentó nada.

      —¿Y tu abogada, qué te dice?

      —Esa pendeja. Nada, todo va lento. Lo único bueno es que en este país, mientras tengas dinero, siempre podrás comprar la justicia a tu favor. Mientras no me transfieran a otro penal, ya chingué —guardó silencio un momento, tras el cual agregó—: El problema es que la lana se me está terminando. El hijo de la chingada del Paul me dejó en la ruina.

      Lizzy enrojeció al nombrar al primo que la había traicionado. Dneprov quiso cambiar el tema de conversación.

      —No te puedes quedar aquí para siempre.

      —Pues claro que no, pendejo.

      Llegó el segundo tiempo. Sashimi de un pescado que el paladar veterano del traficante no logró identificar.

      —Mmm, delicioso. ¿Qué es?

      —Dorado. Un pececito de mi tierra que nadie pela. Es muy bueno. Además, no están los tiempos para andar tragando salmón.

      —Viene lleno de mercurio de todos modos.

      —A menos que lo compres orgánico; yo no tengo tiempo ni dinero.

      Dneprov se preocupó. Nunca había escuchado a Lizzy escatimar en nada.

      —¿Es tan precaria la situación?

      —Neta, güey.

      Siguieron comiendo en silencio.

      Las dos internas retiraron la comida, sirvieron más agua en las copas y trajeron el postre.

      —¿Sorbete de limón? — dijo el ruso.

      —Nieve de la Michoacana. Está buena, güey.

      Paladearon el helado en silencio, Dneprov hizo como si fuera el manjar más exquisito del planeta. Al terminar, les sirvieron café a ambos.

      —¿Colombiano?

      —Sí, cabrón. Me quedan algunas viejas conexiones, he cobrado algunos favores. Antes les compraba coca, ahora cafecito.

      Rieron.

      —Aaaah — dijo Lizzy— , si no fuera por estos momentos.

      Anatoli disfrutó su taza. A diferencia del helado, estaba delicioso.

      —Veo que las cosas están realmente mal —rompió el silencio cuando éste llenó el comedor.

      —De la verga, güey. De verdad te agradezco que hayas venido…

      —Nada que agradecer.

      —De verdad. Toda la bola de culeros me dieron la espalda, ¡todos!

      La mujer apretó las mandíbulas. Él intentó distender la situación.

      —¿Y… cuáles son tus planes, además de hacer yoga?

      La mirada furiosa de Lizzy roció a Dneprov quien, aun sabiendo que no corría peligro, sintió un estremecimiento.

      —No te burles, pendejo.

      —Pregunto bien, Lizzy. De otro modo no estaría aquí.

      Ella apuró su taza de un trago, bajó la mirada, contrajo su expresión facial en un rictus doloroso.

      —Estoy de la verga, Anato.

      —Siempre has resurgido.

      —Todos me abandonaron, me dejaron sola.

      —Aquí estoy, ¿no es así?

      Levantó los ojos hacia su amigo, la vieja expresión altanera enraizada en su mirada.

      —Necesito tu ayuda.

      Dneprov sintió anudarse sus músculos estomacales. Conocía bien el estado de las finanzas de la antigua reina del cártel de Constanza: estaba quebrada. Él jamás había fiado ni una sola bala. Así construyó su emporio. No podría empezar a hacerlo ahora. No para ayudar a una narcotraficante caída en desgracia, por muy amiga que fuera.

      —Pídeme lo que quieras —mintió.

      Algo pareció alegrarse en el rostro de Lizzy. El traficante de armas temió lo peor.

      —Quiero un tanque T-14 para que me saques de aquí tumbando la barda.

      Un segundo helado transcurrió en silencio, durante el cual los dos viejos cómplices se sostuvieron una mirada de jugadores de póker a punto de revelar las cartas.

      —¡N’ombre, puto, qué te crees! ¡Ja, ja, ja! —quebró Lizzy el silencio que se había cristalizado en la sala. Dneprov dejó de contener la respiración.

      —Temí lo peor — confesó él.

      —Es que no has escuchado mi petición.

      Dneprov sintió un hueco frío anidar en su pecho. Por primera vez, su rostro delató sorpresa.

      —Dime.

      Ella esbozó una sonrisa de tigre, dio un sorbo a su copa de agua y tras una pausa, preguntó:

      —¿Puedes conseguirme un chingo de drones?

      —¿Cuánto es un chingo?

      Lizzy lo meditó un momento antes de contestar:

      —Cuando la mitad sigue siendo un chingo.

      Llamadme Ismael

      Abrí la puerta del edificio. Soplaba fresco. El clima chilango, traicionero, elevaría la temperatura hasta los treinta grados en unas horas. Sin embargo, en ese momento de la mañana aún era amable. Aspiré profundo, llenando mis pulmones de vapores tóxicos, y salí a la calle.

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