A los herederos de mi memoria. Dora Goniadzky De Hudy
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СКАЧАТЬ mientras que a los polacos no judíos les correspondían 1.800 y a los alemanes 2.400. El Judenrat8 (Consejo Judío) estaba a cargo de la administración del ghetto. Algunos de sus miembros intentaron complementar las raciones comprando provisiones en el mercado negro de la zona aria para alimentar a los más necesitados.

      Se estableció una red de contrabando con el objetivo de lograr la supervivencia diaria. Aquellos que aún conservaban bienes para vender, lograban obtener alimentos extras por este medio.

      Muchos niños, en la desesperación por ayudar a sus familias, comenzaron a escaparse del ghetto para traer provisiones del exterior. El temor de que el hambre hiciera estragos irreversibles entre sus seres queridos era el motor que los impulsaba a arriesgar sus vidas diariamente. Si tuviera que definir a estos niños, el apelativo «pequeños héroes anónimos» sería quizás el más indicado.

       TAN SOLO ÉRAMOS ADULTOS INEXPERTOS

       Mi madre comenzó a trabajar en cantinas creadas por el Judenrat, preparando sopa para la población que se encontraba en condiciones de extrema pobreza. Esa sopa, que en realidad parecía un poco de agua sucia caliente, era la única alimentación de casi dos tercios de las personas recluidas en el ghetto.

       Los comedores públicos fueron desapareciendo paulatinamente y el hambre se reflejaba de forma alarmante en todos los rincones. Las imágenes de niños cubiertos de harapos, llorando por un pedazo de pan, me han perseguido como sombras durante toda mi vida.

       En la noche se escuchaban los gemidos de dolor de aquellos que yacían moribundos en la calles. Cada mañana nos encontrábamos con cadáveres de adultos y niños, algunos cubiertos por sucios periódicos, que luego eran trasladados en pequeños carros al cementerio para ser enterrados en fosas comunes.

       El hedor de los muertos se mezclaba con el de la basura acumulada en las calles. La falta de higiene existente llevaba a la propagación de todo tipo de enfermedades, en especial el tifus9. Cientos de personas morían a diario. La epidemia de tifus se extendió rápidamente, resultando inútiles todos los esfuerzos que se realizaban para controlarla.

       Era un espectáculo escalofriante al cual, inexplicablemente, nos fuimos acostumbrando. Recuerdo que cuando caminaba junto a mi madre por las calles del ghetto, evitaba mirar a los niños hambrientos que en sus miradas absortas reflejaban la sombra de la muerte.

       Hoy, nos preguntamos cómo podíamos soportar todo el horror que nos rodeaba. No hay una única respuesta. Quizás la explicación más acertada es que, en ese terrible proceso de deshumanización implantado por el nazismo, cada uno de nosotros se fue desintegrando física y moralmente hasta convertirnos en seres que no veían más allá de su propia aflicción.

       La necesidad de ayudar a mi familia me impulsó a tomar la determinación de escaparme del ghetto, junto con otros niños, para llevar a cabo el contrabando ilegal de comida. Es incomprensible —para quién no ha vivido la miseria a la que fuimos condenados— entender cómo una niña pequeña puede arriesgar su vida por un pedazo de pan. Gracias a nuestro tamaño, podíamos escabullirnos a través de las sucias alcantarillas y salir por el Cementerio Judío hasta quedar fuera del ghetto.

       Mi cabello rubio y mis ojos azules me permitían confundirme entre las personas que caminaban por la calle. No parecía judía. Mi aspecto era como el de cualquier otra niña polaca de mi edad.

       Nos dirigíamos generalmente a los puestos de los mercados para robar lo que podíamos ocultar en nuestras ropas. No recuerdo haber tenido miedo. El único sentimiento que me dominaba era la ansiedad de poder encontrar algo de comida para llevar a mi familia. Ver el rostro de alegría de mi hermano Salek por las papas o el pan que había logrado conseguir era una recompensa suficiente para mí.

       De alguna manera, esos niños y yo nos habíamos transformado en héroes para nuestras familias. Si me descubrían, mi destino habría sido la muerte. Pero si dejábamos de hacerlo, el resultado hubiera sido igual: desnutrición, enfermedad y muerte. En poco tiempo, nuestra infancia desapareció y nos transformamos en adultos inexpertos inmersos en una terrible lucha diaria por sobrevivir.

       Al despertar cada mañana, no había sueños bonitos ni un desayuno familiar para compartir, solamente una gran incertidumbre. Nuestras horas transcurrían planeando cómo conseguir algo de comida para poder llegar a ver la luz del día siguiente.

      V

       LOS NIÑOS JUDÍOS DURANTE EL HOLOCAUSTO

      «Aún en los tiempos de mayor barbarie, una chispa humana brillaba en el corazón más rudo, y los niños eran perdonados. Pero la bestia hitleriana es diferente. Devorará lo más querido por nosotros, aquellos que despiertan la mayor compasión, nuestros inocentes niños».

       Emanuel Ringelblum10

      Durante la Segunda Guerra Mundial todos los judíos eran perseguidos para matarlos, pero la tasa de mortandad de los niños era especialmente alta. Solo el 11% de la población de niños judíos de Europa que había antes de la guerra sobrevivió, en comparación con el 33% de los adultos.

      Los nazis a menudo realizaban «acciones de niños» con el fin de reducir la cantidad de «bocas inútiles» en los ghettos. En los campos de concentración, a los niños, los ancianos y las mujeres embarazadas se les enviaba a las cámaras de gas inmediatamente después de su llegada.

      Al comenzar la guerra, en septiembre de 1939, aproximadamente 1.6 millones de niños judíos vivían en los territorios que Alemania ocupó posteriormente. Cuando la guerra terminó, en mayo de 1945, más de un millón de niños judíos habían muerto víctimas del genocidio nazi.

      Miles de niños judíos lograron sobrevivir a la brutal matanza de la Alemania Nazi porque fueron escondidos. La crueldad del gobierno nazi y las barbaridades de la guerra obligaron a algunos niños a madurar fuera de lo normal para su edad. Ellos eran como gente mayor con cara de niños, sin expresiones de alegría, con una total ausencia de inocencia infantil.

       MI HERMANA TONIA

       En el ghetto las familias sufrieron grandes cambios, muchos de los cuales hubieran sido impensables en tiempos normales. Siguieron funcionando, en la mayoría de los casos, como una unidad. Sin embargo, se establecieron nuevas divisiones de responsabilidades entre los miembros de estas.

       Dado que los hombres desaparecían con frecuencia, ya fuera por muerte o a causa de las deportaciones, en muchas ocasiones las mujeres se transformaron en el eje principal alrededor del cual giraban todas las decisiones. En el caso de nuestra familia, si bien mi padre aún estaba con nosotros, mi madre fue la que asumió el rol principal. Recuerdo que era ella quien soportaba sobre sus hombros el mayor peso, preocupándose de asegurar que hubiera alimento para nosotros cada día. Su fortaleza y su espíritu optimista eran constantes, a pesar de las terribles adversidades dentro las cuales vivíamos sumergidos.

       Durante la primera mitad de 1942, la población del ghetto se Varsovia se fue reduciendo drásticamente. Día tras día salían trenes con miles de personas hacia un destino incierto. Tan masivas fueron las deportaciones que, a finales de 1942, dos tercios de su población inicial habían desaparecido.

       La mayoría de las personas sucumbían frente a las desgracias y pérdidas en el contexto de la lucha por sobrevivir. Pero mi madre no. Ella seguía СКАЧАТЬ