Название: A los herederos de mi memoria
Автор: Dora Goniadzky De Hudy
Издательство: Bookwire
Жанр: Изобразительное искусство, фотография
isbn: 9789585564848
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Acostumbrada a vivir con libertad y a consultar a mis padres solo cuando mi criterio lo hacía necesario, no podía estar cómoda en esa interdependencia familiar. A pesar de las diferencias, sentía admiración por ellos porque habían logrado salir del lugar más oscuro al cual puede llegar un ser humano, para luego construir una vida sobre los escombros de una guerra.
Cuando estaban juntos, nadie hablaba del ghetto de Varsovia, de los campos de concentración, del hambre o de las enfermedades que sufrieron. Los años de la guerra —y los sucesos que vivenciaron durante la misma— eran temas que estaban enterrados en el lugar más profundo de sus mentes.
No se compartían esos recuerdos. Eran secretos que debían permanecer ocultos para los miembros de la familia que nacieron después de la guerra. No entendían la importancia que podría significar para las nuevas generaciones conocer esas historias.
Mi visión era que, de tanto dolor y miseria, surgió una fuerza extraordinaria que les permitió superar todos los obstáculos. ¿Cuál era el motivo de ese silencio? Según mi forma de pensar, conocer lo que sus abuelos y padres habían sufrido para poder sobrevivir los llenaría de orgullo. Yo lo percibía como si de las cenizas volviera a surgir el fuego y del fondo del abismo apareciera una luz de esperanza para una nueva vida.
* * *
Un rasgo característico de mi personalidad es la tenacidad para lograr mis propósitos. Si todo parece decir que «no», tengo la perseverancia de continuar obstinadamente con mis esfuerzos hasta alcanzar mis metas. Una de ellas era conocer la historia de la familia de mi esposo.
Un día, inesperadamente, logré vencer esa barrera infranqueable que habían construido. Mania comenzó a contarme el pasado que escondía tan celosamente, aunque nunca pude derribar la muralla tras la cual se encontraban los relatos de los abuelos de Natalio. Esos años oscuros permanecerían en sus memorias y nunca los compartirían. La razón era, quizás, el miedo a que si los recuerdos se transformaban en palabras, las mismas podrían convertirse en realidades.
Pero había detalles en la buba2 Lola, así llamábamos a la abuela, que hablaban de una vida de grandes privaciones anteriores. Era su obsesión tener siempre la nevera llena de comida, las alacenas repletas de conservas y deliciosas sopas humeando en la cocina. A cualquier hora que uno iba de visita, siempre estaba listo un plato de comida. No había forma de negarse. Solo una vez no quise comer y comenzó a murmurar lentamente en yiddish3.
—Dora, se nota que nunca pasaste hambre. No tienes idea lo que es tener como alimento diario solamente un pedazo de cáscara de papa. Y mientras me hablaba me servía un poco de todo, asegurándose de que en mi plato no quedara un espacio vacío.
En ese momento intenté que me contara sobre la guerra, pero ella me dijo que no quería recordar su pasado. No pude hacerle comprender que la historia debe ser conocida para que no se repita. Esa frase tan trillada, pero a la vez tan cierta, no es comprendida por muchas personas. Hay quienes creen que ocultando el dolor se evita que reaparezca. Nada más lejos de la realidad. Solamente compartiendo el dolor, este se atenúa y el alivio aparece como un bálsamo que cura las heridas, aunque las cicatrices no desaparezcan jamás.
Ese sentimiento, que siempre ha sido parte esencial de la educación impartida por mi padre, puede resumirse en la siguiente frase de Primo Levi4: «Si comprender es imposible, conocer es necesario porque lo sucedido puede volver a suceder, las conciencias pueden ser seducidas y obnubiladas de nuevo, las nuestras también. Por ello, meditar sobre lo que pasó es deber de todos».
II
MANIA
«Nuestros recuerdos de la infancia son a menudo fragmentos, breves instantes o encuentros que,juntos, conforman el álbum de recortes de nuestra vida. Son lo único que nos queda para entender la historia que nos explicamos a nosotros mismos acerca de quiénes somos».
Edith Eger5
Mi anhelo se hizo realidad. De labios de mi suegra, Mania Rosman-Hudy, escuché por fin las invaluables palabras del recuerdo. Con gran esfuerzo, decidió romper el silencio que cubría el doloroso pasado vivido por ella y su familia en medio del infierno al cual los nazis arrojaron sus vidas.
No puedo hacer otra cosa que pasar a estas páginas las palabras de Mania que empiezan en el párrafo siguiente, tal como ella las pronunció, sin comillas, pues compartimos el dolor de su sufrimiento y el de todos aquellos cuyas palabras no han llegado hasta nosotros.
LA FECHA QUE CAMBIÓ MI DESTINO
En la vida de todo ser humano existen fechas que nunca son olvidadas. No me refiero a cumpleaños o aniversarios que se repiten en forma automática cada año y que a veces pierden su importancia inicial. Al hablar de fechas en este instante, hago referencia a aquellas en nuestro pasado que de alguna manera cambiaron nuestras vidas.
Hay incidentes, ya sean motivados por alegrías o tristezas, que determinan el rumbo de nuestro futuro. En ocasiones ni siquiera somos conscientes de ello. El descubrimiento del significado de un día a veces se produce mucho tiempo después. Y ese día marca, inexplicablemente, el comienzo o el fin de una época. El primero de septiembre de 1939 fue la fecha que cambió mi destino. Mi infancia plácida y sin grandes sobresaltos se transformó en un torbellino de cambios y sufrimientos que no cabían hasta ese momento en mi limitada imaginación.
Varsovia era una ciudad que se movía a un ritmo acelerado en la década de los treinta. Centro de la cultura europea y de una historia rica en guerras victoriosas, se eregía orgullosa con sus edificios de gran riqueza arquitectónica. Cada rincón de la ciudad evocaba un período de esplendor que se desvanecería completamente en un tiempo que se acercaba lento, pero implacable.
En ese aún magnífico lugar, nací el 11 de noviembre de 1933. Mi infancia se perfilaba llena de inesperadas aventuras que me llenaban de placer, como mis días en el jardín infantil y mis paseos en el Parque Krasinski6, junto a mi madre y mi hermano menor Salek.
En ese parque había un hermoso palacio. Mi madre inventaba historias de príncipes y reyes que vivían allí. Cada vez que caminábamos cerca del palacio, yo esperaba impaciente que alguno de esos personajes fantásticos apareciera sorpresivamente. Envuelta en las fantasías creadas por mi madre, el Parque Krasinski se transformó en el lugar favorito de mi niñez.
Vivíamos en la calle Muranowska 32, en el cuarto piso. Nuestro apartamento, amplio y luminoso, era el espacio en el cual me sentía protegida y feliz. Uno de los recuerdos más vívidos de esa época es del día en que mi padre compró un piano. De alguna manera me veía convertida en una famosa concertista, interpretando melodías clásicas en un gran teatro, frente a la admiración de mi familia. Sin perder un instante, mi madre consiguió una profesora de piano para iniciar mis primeros pasos a la fama.
Mi padre tenía, junto con otros socios, una fábrica de pepinillos en vinagre. Esos deliciosos encurtidos eran el complemento indispensable de cualquier comida en Polonia. No faltaban para acompañar carnes, pescados e incluso solos a toda hora y en cualquier época del año. Por lo tanto, el negocio de mi padre era próspero, ya que también exportaban los pepinillos a otras regiones de Europa.
Mi madre se sentía СКАЧАТЬ