La vida breve de Dardo Cabo. Vicente Palermo
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Название: La vida breve de Dardo Cabo

Автор: Vicente Palermo

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Vidas para Leerlas

isbn: 9789878010748

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СКАЧАТЬ este reclamaba por la inquietud laboral o adulaba a los patrones. Era el acomodaticio. Habían sido ellos cuatro los que consolidaron el vínculo entre la central obrera y el gobierno peronista: habían reformado los estatutos para otorgar el respaldo explícito a Perón, habían establecido que la CGT era parte del movimiento peronista, como una de sus ramas. No era para menos, porque la consagración del gobierno a los trabajadores era inconmensurable: allí estaban los derechos del trabajador plasmados en la Constitución de 1949, allí estaba la legislación laboral de avanzada, que ellos habían impulsado acicateando a los diputados de extracción obrera y al Ministerio y, caía por su propio peso, con el respaldo empecinado de Evita. Cierto que en la nueva Constitución no se había consignado el derecho de huelga; pero era un sobreentendido: huelga se podía hacer igual. Aunque a él el tema le había quedado atravesado como una espina en la garganta. Sampay había explicado que el derecho de huelga era un derecho natural, por eso no era necesario incorporarlo al derecho positivo. Él había escuchado las expresiones derecho natural, derecho positivo, por primera vez. Entendió, era como incluir en la Constitución el derecho a tomar agua, pero igual Sampay no lo convenció. Menos aún cuando otro convencional, el compañero Salvo, había alegado que la inclusión de ese derecho “traería la anarquía y pondría en duda que, en adelante, nuestro país será socialmente justo”. Pero había que tener facha, se dijo con asombro. Recordó que los socialistas decían oponerse a la inclusión constitucional para evitar la reglamentación y limitación de la huelga. Esos contreras tenían más sensatez, en esto. Pero en suma no, no se convenció. Aunque las huelgas se hacían igual, era imposible evitarlas. Salvo era un imbécil, porque los patrones eran patrones, por más que fueran peronistas, algunos. La justicia social no se establecía de una vez y para siempre, era la voluntad popular, como un fuego que precisaba alimentarse continuamente de leños. Las palabras de Evita, que decía de sí misma ser la eterna centinela de la revolución, no tenían nada de fútiles. Y mucho menos sus actitudes. Y ahora llegaba el momento que no se podía postergar más, el momento en que iban a salir a la luz todos, los leales y los traidores, los amigos militares y los enemigos, que, él estaba seguro, eran muchísimos más. Pero en el pueblo, en la voluntad popular, sí se podían respaldar. ¿No lo habían hecho ya varias veces? ¿No habían llegado hasta ahí, tan lejos, gracias a eso? El día anterior había creído ver en Espejo las señales de la duda, pero Espejo era así, tenía sus vacilaciones, aunque en el fondo fuera firme como una roca, hay tipos que están condenados a que no se les conceda nunca su valor, no se los respete jamás del todo, Espejo era uno de ellos. Los militares no se iban a atrever contra la voluntad popular. Ni contra Perón. Había llegado el momento de la incandescencia. Sabía lo que era eso; lo sabía por haberlo visto una vez, una sola, y había sido parte de esa incandescencia. Ahora fue Santín, el gallego, el que propuso el nombre: Cabildo Abierto; los cabildos abiertos eran solamente americanos, explicó. Estaban los cinco, Evita habló poco, solamente confío en los obreros, dijo, no lo iba a olvidar nunca más, quizás el bueno de Espejo no captara las omisiones. Decidieron la fecha. Ya faltaba muy poco. Salió a la calle. En un instante caminaba por Rivadavia; casi no había tránsito, la ciudad entera le pareció muy calma. De pronto sintió estar en el ojo de la tormenta. Nada, simplemente habían convocado a las masas, en lugar y fecha determinados, todo estaba tranquilo –un paso indispensable–, pero se habían convertido en un impulso potente y descomunal, cuyo poder debía imponerse, o generar reacciones que él no podía prever.

       * * *

      Saldado el caso entre las divinidades, la Sibila va por Cabo. Su aspecto asusta un poco a nuestro héroe, ignorante aún de su suerte. Ella habla sin demora:

      –Ea, Dardo, hijo del ilustre Armando, luchador denodado que has dejado el mundo de los vivos, debes acompañarme hasta tu destino final.

      La Sibila no imparte otras explicaciones, ni Dardo las pide. Total, todo estaba sucediendo más rápidamente de lo pensado, ya se iba a enterar.

      –Sabes, Dardo, quién soy, la Sibila. Profeticé tu muerte.

      Sibila se sorprende de no impresionar a su guiado.

      –Pero, señora Sibila, no era tan difícil profetizar mi muerte.

      La diosa contiene un punto de indignación.

      –Profeticé también la fecha, que no te esperabas, y las circunstancias –dice calma pero altiva. Estaba picada. Dardo no se dejaba amilanar.

      –Eso es mucho más impresionante, señora Sibila, lo encuentro admirable.

      –También –continuó la profetisa, airada por la circunspección de Dardo– adiviné el arma con que te mataron: fuiste acribillado con una pistola ametralladora Halcón ML-63, calibre 9 mm, munición 9x19 Parabellum.

      Dardo por supuesto no lo sabía, a eso.

      –Te parecerá un detalle truculento, innecesario.

      –Pero si yo no dije nada.

      –Sería innecesariamente truculento, sí –cortó la Sibila tajante–, si no fuera porque la misma arma, no el mismo modelo apenas, la misma arma, se empleó un lustro después en esa guerra paródica que ustedes dan en llamar Malvinas. Pero esta vez no mató a nadie.

      Dardo se preguntó si todo iba a ser, de ahí en adelante, así. Impregnado de reminiscencias agresivas por parte de recuerdos al acecho. Ufa. Pero bueno, la Sibila le había anunciado su traslado inminente. ¡Traslado! Maldita sea, le había dicho que debía acompañarlo, se corrigió.

      Agosto de 1951. No podía conciliar el sueño. ¿Por qué se decía así, conciliar el sueño? Cayó en que no sabía qué quería decir conciliar, aunque sí que conciliar el sueño era dormirse. Eran más de las doce, y él seguía despierto, la ansiedad lo dominaba y su padre no llegaba. Él no quería despertar a su madre. Armando y María habían discutido la posibilidad de que ella también fuera hasta la 9 de julio, pero Armando la había convencido de quedarse, para no dejarlo solo. De llevarlo a él ni pensar. Pero él ya se había quedado solo algunas veces. Volvió a decirse que eran más de las doce, el reloj de péndulo, que lo maravillaba, las había dado hacía poco, y decidió entonces esperar en vigilia. Pero se había adormilado cuando sintió que Armando entraba en su dormitorio, y se incorporó de golpe, ocultando que el sueño lo había vencido. Su padre se aproximó con una sonrisa afectuosa y se sentó en la cama a su lado. Dardo notó que algo no había andado bien. ¿Va a ser vicepresidenta, Evita? Preguntó a quemarropa, sin saludarlo. No sé, hijo, sí, supongo. ¿Suponés por qué, papá? Dijo que iba a hacer lo que el pueblo quisiera. Y bueno, ¿y el pueblo no quiere? –¿Qué les digo? ¿Qué les digo?– esa pregunta rebosante de angustia y que rebotaba en el silencio adusto del general resonaba aún en los oídos de Armando Cabo. No le explicó mucho más, a Dardo. Inclinó la cabeza, como asintiendo, e imperativo apagó la luz. El artefacto prodigioso tocó la una. Por unos instantes interminables, Armando había percibido una voluntad, una pasión, un deseo en libertad, fuera del control de cualquier fuerza, de cualquier orden, una furia natural, ciega, y sintió algo parecido al miedo. Observó a Cámpora, que atribulado dirigía sonrisas estúpidas a Perón, a Espejo, al propio Cabo, atónitos como él, aunque más compuestos. La muchedumbre exigía una respuesta inmediata. Evita vacilaba, pretendía consultar al general, regresaba al micrófono para diferir, ganar inútilmente unos segundos. Cabo escuchó, o creyó escuchar, no, no, escuchó deciles que se vayan.

       * * *

      Fuerzas ocultas dirigidas por la Sibila acarrean el alma de Dardo hasta un inmenso espacio dominado por el verdor de especies vegetales por él nunca vistas. La profetisa se despide sin ceremonia, no sin antes advertirle que no ha de entregarse eternamente al ocio. Dardo percibe, apenas audible, una melodía cuyo volumen crece de a poco. Es una ejecución instrumental, que Dardo identifica pronto con una publicidad televisiva СКАЧАТЬ