Название: La vida breve de Dardo Cabo
Автор: Vicente Palermo
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Vidas para Leerlas
isbn: 9789878010748
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Saldado el caso entre las divinidades, la Sibila va por Cabo. Su aspecto asusta un poco a nuestro héroe, ignorante aún de su suerte. Ella habla sin demora:
–Ea, Dardo, hijo del ilustre Armando, luchador denodado que has dejado el mundo de los vivos, debes acompañarme hasta tu destino final.
La Sibila no imparte otras explicaciones, ni Dardo las pide. Total, todo estaba sucediendo más rápidamente de lo pensado, ya se iba a enterar.
–Sabes, Dardo, quién soy, la Sibila. Profeticé tu muerte.
Sibila se sorprende de no impresionar a su guiado.
–Pero, señora Sibila, no era tan difícil profetizar mi muerte.
La diosa contiene un punto de indignación.
–Profeticé también la fecha, que no te esperabas, y las circunstancias –dice calma pero altiva. Estaba picada. Dardo no se dejaba amilanar.
–Eso es mucho más impresionante, señora Sibila, lo encuentro admirable.
–También –continuó la profetisa, airada por la circunspección de Dardo– adiviné el arma con que te mataron: fuiste acribillado con una pistola ametralladora Halcón ML-63, calibre 9 mm, munición 9x19 Parabellum.
Dardo por supuesto no lo sabía, a eso.
–Te parecerá un detalle truculento, innecesario.
–Pero si yo no dije nada.
–Sería innecesariamente truculento, sí –cortó la Sibila tajante–, si no fuera porque la misma arma, no el mismo modelo apenas, la misma arma, se empleó un lustro después en esa guerra paródica que ustedes dan en llamar Malvinas. Pero esta vez no mató a nadie.
Dardo se preguntó si todo iba a ser, de ahí en adelante, así. Impregnado de reminiscencias agresivas por parte de recuerdos al acecho. Ufa. Pero bueno, la Sibila le había anunciado su traslado inminente. ¡Traslado! Maldita sea, le había dicho que debía acompañarlo, se corrigió.
Agosto de 1951. No podía conciliar el sueño. ¿Por qué se decía así, conciliar el sueño? Cayó en que no sabía qué quería decir conciliar, aunque sí que conciliar el sueño era dormirse. Eran más de las doce, y él seguía despierto, la ansiedad lo dominaba y su padre no llegaba. Él no quería despertar a su madre. Armando y María habían discutido la posibilidad de que ella también fuera hasta la 9 de julio, pero Armando la había convencido de quedarse, para no dejarlo solo. De llevarlo a él ni pensar. Pero él ya se había quedado solo algunas veces. Volvió a decirse que eran más de las doce, el reloj de péndulo, que lo maravillaba, las había dado hacía poco, y decidió entonces esperar en vigilia. Pero se había adormilado cuando sintió que Armando entraba en su dormitorio, y se incorporó de golpe, ocultando que el sueño lo había vencido. Su padre se aproximó con una sonrisa afectuosa y se sentó en la cama a su lado. Dardo notó que algo no había andado bien. ¿Va a ser vicepresidenta, Evita? Preguntó a quemarropa, sin saludarlo. No sé, hijo, sí, supongo. ¿Suponés por qué, papá? Dijo que iba a hacer lo que el pueblo quisiera. Y bueno, ¿y el pueblo no quiere? –¿Qué les digo? ¿Qué les digo?– esa pregunta rebosante de angustia y que rebotaba en el silencio adusto del general resonaba aún en los oídos de Armando Cabo. No le explicó mucho más, a Dardo. Inclinó la cabeza, como asintiendo, e imperativo apagó la luz. El artefacto prodigioso tocó la una. Por unos instantes interminables, Armando había percibido una voluntad, una pasión, un deseo en libertad, fuera del control de cualquier fuerza, de cualquier orden, una furia natural, ciega, y sintió algo parecido al miedo. Observó a Cámpora, que atribulado dirigía sonrisas estúpidas a Perón, a Espejo, al propio Cabo, atónitos como él, aunque más compuestos. La muchedumbre exigía una respuesta inmediata. Evita vacilaba, pretendía consultar al general, regresaba al micrófono para diferir, ganar inútilmente unos segundos. Cabo escuchó, o creyó escuchar, no, no, escuchó deciles que se vayan.
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Fuerzas ocultas dirigidas por la Sibila acarrean el alma de Dardo hasta un inmenso espacio dominado por el verdor de especies vegetales por él nunca vistas. La profetisa se despide sin ceremonia, no sin antes advertirle que no ha de entregarse eternamente al ocio. Dardo percibe, apenas audible, una melodía cuyo volumen crece de a poco. Es una ejecución instrumental, que Dardo identifica pronto con una publicidad televisiva СКАЧАТЬ