El orgullo de una Campbell. Edith Anne Stewart
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Название: El orgullo de una Campbell

Автор: Edith Anne Stewart

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия:

isbn: 9788417474935

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      —Decidme, señor.

      —Me gustaría que fueseis mis ojos y mis oídos como lo fuisteis cuando tomamos Edimburgo y estuvimos en el palacio de Holyrood. Gracias a vos, logramos tomar la ciudad. Y posteriormente derrotar a los casacas rojas en Prestonpans.

      —Solo hacía mi trabajo.

      —Bien, pues volved a hacerlo. Toda Escocia está bajo la autoridad inglesa, pero me gustaría conocer si hay una mínima posibilidad de volver.

      —¿Qué decís, señor? ¿Estáis insinuando que podría producirse un nuevo intento de conquistar el trono de Londres? —Lord George Murray no salía de su asombro al escuchar aquellas palabras.

      —¿Por qué no? Si la situación nos es favorable.

      —Pero el país está devastado y sometido al parlamento británico —afirmó Arthur sin poder creer que el príncipe estuviera hablando en serio.

      —Todos los clanes podrían serme leales, a la vista del trato que les ha dispensado Londres —afirmó Carlos Estuardo seguro de sus palabras.

      Arthur apretó los labios y abrió los ojos ante aquella afirmación. No lo veía tan claro como parecía tenerlo el joven príncipe.

      —Es una quimera, señor. Pero…

      —La Escarapela Blanca —murmuró Carlos Estuardo—. Ese sois vos. Deslizaros por los salones de los oficiales ingleses. Asistid a veladas allí donde creáis que podéis recabar información importante. Ejercer de médico es una tapadera perfecta. La gente acudirá a vuestra consulta u os llamará para que los visitéis en sus residencias. Estad atento a lo que se comente. Y enviadme recado. Si veo que la situación es favorable a mis intereses, regresaré a Escocia.

      Arthur meditó aquella propuesta. No es que fuera algo peligroso, pero tal vez inútil. Hablar con la gente sobre la situación política y social de Escocia no creía que fuera un gran problema. Pero que se dieran las circunstancias para organizar un nuevo levantamiento… Eso era algo que al parecer ni George Murray ni él parecía tener claro. Ni que decir de Ferguson.

      —Haré lo que pueda.

      —Remitid las cartas aquí a casa de madame Duisberg. No pondrá ningún reparo en ello. Y hacedlo en clave, como en otras ocasiones.

      —De acuerdo. Os hablaré de perfumes y telas como si fuera dirigida a la propia Annette Duisberg. Pero no os endulzaré la situación que vea. Os la retrataré tal y como sea. El resto dependerá de vos.

      —Sea pues. ¿Cuándo partís? —La sonrisa del joven príncipe inquietó a Arthur en gran medida. ¿Qué demonios pretendía hacer? ¿Volver a desolar el país con una nueva guerra? Se preguntó, furioso y desconcertado por aquella petición a pesar de ser uno de sus más leales seguidores.

      —En unos días. Tengo que cerrar algunos asuntos aquí primero. Luego partiremos hacia el puerto de Le Havre con rumbo a las islas. Tardaremos en llegar a las Tierras Altas.

      —Bien. Solo os pido discreción en vuestra tarea.

      —No os preocupéis. Os enviaré los informes cuando sea oportuno. Si me disculpáis.

      —Esperaré vuestras cartas.

      Arthur se alejó del príncipe y de lord George con una sensación algo amarga. No creía que fuera necesario un nuevo levantamiento de los clanes.

      —¿Se ha vuelto loco? ¿Pretende que recabes información para organizar una nueva rebelión? ¿Con qué medios? El país quedó devastado por culpa suya.

      —Lo sé. Y opino al igual que tú, que es una completa locura.

      —Ten cuidado. No te prestes a su juego y piensa en tu cuello. La Escarapela Blanca desapareció en Culloden. No vuelvas a jugar a los espías —Ferguson lo sujetó del brazo y lo miró con intensidad para dejarle claro que no hablaba en broma—. Una cosa es ser un doctor en Inverness, y otra muy diferente ser un espía para la causa perdida de los Estuardo.

      —Tranquilo. Ya verás como no hay necesidad de ser alarmista. Me instalaré como doctor y a lo sumo atenderé a la gente de la capital y de la región. Pienso llevar una vida monótona y hasta cierto punto aburrida para no llamar la atención.

      Ferguson inspiró hondo.

      —¿Aburrida?

      —Lo más que puede suceder es que asistamos a veladas en casa de gente importante. Que los Campbell nos inviten a Cawdor. Ya ha escuchado a lord George, la jefa del clan se casó con un McGregor.

      —Pero eso no significa que tengas que bajar la guardia sobre quienes somos.

      —Y no lo haremos porque sabemos a lo que nos atenemos. Y ahora, dejemos este asunto hasta que lleguemos a Inverness, y disfrutemos de la velada.

      —Tu querida Annette está algo disgustada por tu repentina marcha…

      —Soy consciente de ello. No he sido ajeno sus atenciones cada vez que coincidimos en un evento social. Pero no me interesa como mujer. He tomado una decisión y no voy a cambiarla.

      Ferguson sacudió la cabeza sin terminar de verlo claro. Si ya consideraba una locura regresar a Escocia, ahora había que añadirle la petición del príncipe Estuardo. ¡Qué espiara para él! Esperaba que Arthur se centrara en su oficio de médico y que tal vez, conociera una mujer que le hiciera olvidarse de la Escarapela Blanca. Claro que con el panorama que acababa de pintarle sobre llevar una vida monótona y aburrida, no sabía dónde diablos iba a conocer a una mujer que le hiciera perder la cabeza. ¿Cómo no se acudiera a su consulta o la visitara él…? Resopló sacudiendo la cabeza mientras contemplaba a Arthur charlar con otros invitados.

      2

      Semanas después

      Inverness.

      Arthur y Ferguson tomaron el barco desde el puerto francés de Le Havre hasta el sur de Inglaterra cruzando el Paso de Calais, como lo llamaban los franceses, o el Canal de la Mancha como solía referirse ellos a la distancia que separaba el continente de las islas. Llegaron a Inverness tras cruzar toda Escocia en coches de postas en ocasiones; y en otras a caballo. Se habían ido alojando en posadas y granjas que encontraban en su camino. Hasta que por fin habían logrado llegar a la región de Moray, en el norte. Y una vez allí a su capital, Inverness.

      —Lo primero sería buscar una casa en la que establecernos —comentó Ferguson mirando a todas partes y mostrando su desagrado por lo que veía—. Fíjate, la bandera británica ondea con orgullo. Y la gente parece que va dejando el kilt a un lado y se ha puesto pantalones como los ingleses.

      —Bueno, a ese respecto nosotros venimos de Francia donde hemos ido vestidos a la moda. No creo que nos resulte complicado adaptarnos. No podemos llevar el kilt, ya sabes que es una de las prohibiciones que entrará en vigor dentro de unos días. De manera que, contente.

      —Lo sé. Soy consciente de que debo refrenar mi rabia, pero…

      —Lo mejor sería ir a visitar a la autoridad local. Es la que nos puede aconsejar.

      —Imagino que será un inglés —comentó СКАЧАТЬ