Название: El corazón de la pastoral
Автор: Fernando Cordero Morales
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788428835077
isbn:
Veamos un ejemplo concreto en el que, a pesar de la dificultad, se puede transformar lo feo, deforme, sin esperanza, en algo que atisba el Reinado de Dios en medio del mundo. En la lejana isla de Molokai, donde encarcelaban a los leprosos en un aparente paraíso natural, el padre Damián creó una banda de música y una coral con sus fieles pacientes para animar las celebraciones. Con humor le escribía a su hermano Pánfilo: «Te invito a que vengas a oír cantar a mis muchachos en misa mayor. Dos se sientan al teclado del armonio y se ayudan para el acompañamiento, pues ambos han perdido algunos dedos. Cuatro manos enfermas ejecutan piezas que vuestros grandes organistas tocan con dos manos sanas. Son muy hábiles. Pedro se va defendiendo con su clarinete. A los ojos del mundo, una escena patética, poco atractiva; a los ojos de Dios, una muestra entrañable de amor y de fe en la que lo más importante no es nuestro amor, sino el suyo. Eucaristía viva y celestial». Comentaba además san Damián que los entierros eran una auténtica fiesta de liberación para los enfermos en los que la música, los ritos y la procesión jugaban un papel destacado. Fijémonos en que, cada año, la colonia de entre setecientas y ochocientas personas era testigo de unas ciento cincuenta a doscientas muertes, una cifra altísima. Transformar muerte en vida, otro milagro de la fe y de los santos.
La comunidad que celebra la eucaristía pone en sus labios la experiencia sin titubeos de Marta: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo» (cf. Jn 11,1-45). Es la fe la que nos abre a una existencia nueva que no tiene fin. Jesús, con su propia vida, nos rescata para siempre de la muerte. Por eso la actitud del cristiano ha de ser de profunda esperanza, porque nuestra vida está en las manos de Alguien que no deja que caigamos en el abismo del sinsentido y de esa muerte que tanto amenaza el futuro de aquellos que no se han encontrado con el Mesías.
Además, en la eucaristía, junto con el pan y el vino nos estamos donando y entregando junto al Señor, estamos participando de su misterio pascual. Adelantamos lo que un día físicamente viviremos al ofrecernos como el grano de trigo, que cae en tierra, muere y da mucho fruto (cf. Jn 12,24).
Evangelio vivo
He de confesar que uno de los momentos de acompañamiento y celebración de la muerte que más me han afectado en los últimos meses ha sido el de José y Belén, dos alumnos de 2º de Bachillerato del madrileño colegio de Nuestra Señora del Recuerdo.
Maite López Martínez, profesora y pastoralista en dicho colegio, ha escrito bellamente lo inenarrable. ¡Qué manera tan bonita de acompañar! El colegio entero, con los religiosos jesuitas a la cabeza, se ha convertido en lugar, comunidad de acogida, de abrazos, de silencios, de símbolos que se entregan, de llorar juntos y celebrar la fe en Cristo resucitado. Impresionante. Con esta mirada lo comunica:
La familia cercana de José y Belén se ha convertido en Evangelio vivo para quienes hemos podido estar a su lado estos días: sus padres, otros «Jairos» rotos por el dolor («al verlo se postró a sus pies»); sus hermanos, hermanas de Lázaro («si hubieras estado aquí...»); sus madres, «Marías» al pie de la cruz.
Relata además los elementos que han beneficiado; entre otros «ha ayudado el silencio respetuoso, ese que surge cuando nos asomamos al Misterio. Y han ayudado, por encima de todo, las miradas, los apretones de manos, los abrazos, las lágrimas».
¿Qué queda al final de esta intensa experiencia? «El sabor que queda, en el fondo, es el de la experiencia pascual, el de habernos encontrado con Jesús gracias a José y Belén. Han sido y son buena noticia. Ellos, como los discípulos de Emaús, caminaron juntos (y enamorados), acompañados por el Señor resucitado». Precioso.
Al final de la eucaristía, los primos del joven José cantaron esta canción. La música, como en Molokai, como en tantos lugares, ayudó a elevar la oración a Dios: «Me tengo que ir, me llaman de arriba. Es muy difícil, lo sé. Mejor que sea breve. No intentéis entenderlo, no dolerá menos. Me tengo que ir. Llevo compañía. No me voy solo. Me voy con quien quiero. Y ya volamos juntos, directos al cielo...».
Y todo lo que se ha vivido en el colegio del Recuerdo es, además, Evangelio vivo, porque ha interpelado a muchísimas personas. En su columna en XL Semanal, Carmen Posadas relataba un encuentro casual con los padres de José en el propio centro educativo. Fijaos cómo se ha sentido hondamente interpelada: «Mostrar entereza, dignidad y serenidad frente a las adversidades ayuda a sobrellevarlas. Claro que lo que más ayuda es una gran fe, como la de los Amián. Pero ese es un apoyo que muchos hemos descartado, sin saber, me temo, lo que realmente estábamos desechando».
«¡Sal de donde te han metido!»
¡Qué contrastes! Puede haber situaciones muy dolorosas vividas con paz y otras en las que el dolor se expresa de otro modo. Es verdad que a los sacerdotes se nos puede criticar por la manera de actuar, predicar o celebrar, pero hemos de reconocer que con la variedad de personas, contextos y ambientes a los que nos hemos de enfrentar, a veces no resulta fácil. Por eso es bueno también un poco de humor, que es una magnífica expresión del amor.
En una parroquia popular gaditana, un hermano de mi congregación, Poldo Antolín, se encontró con que tenía que celebrar la misa por Paco, que estaba de cuerpo presente en la iglesia parroquial. Antes de comenzar se acercó para saludar a la viuda, de unos cincuenta años, y a la familia. La mujer, visiblemente no aceptaba la muerte del marido. Cuando ya había comenzado la liturgia exequial, esta mujer grita llamando al esposo fallecido: «¡Paco, sal de donde te han metido!». Imaginaos cuál fue el pensamiento interno del sacerdote que presidía la eucaristía, que más tarde nos confesaría, para rebajar la tensión vivida: «¡Ay, Paco, no le hagas caso!». Poco a poco, la buena mujer se fue calmando, pero después de la comunión se desmayó. Una persona que estaba cerca de ella cogió el acetre con el agua bendita y se la echaron para que reaccionara.
A mí también me ha pasado que, en un entierro de una persona que se había suicidado, con el calor de agosto en una iglesia pequeña, varios asistentes al acto litúrgico comenzaron a desmayarse durante la homilía. Puse enseguida a la asamblea en pie e invocamos a la Virgen María. Luego tuve que ir abreviando como pude.
Homilías e imágenes
Y el humor, cómo no, lo ponen sobre todo los santos. Hay anécdotas ciertamente deliciosas. Al igual que nos pasa a nosotros, también ellos han sufrido las malas predicaciones y las homilías aburridas. Durante unos ejercicios espirituales, el padre predicador, experto en el efecto seguro que supone hablar de la muerte, aborda este punto. San Pío de Pietrelcina, que se encuentra entre los oyentes, no puede evitar la sonrisa. Algunos se dan cuenta, excepto el orador, que se halla inmerso en su tono melodramático. Al final del sermón, un fraile capuchino pregunta al santo: «Padre, ¿por qué se reía usted durante la predicación sobre la muerte? El tema era bastante serio». A lo que respondió el padre Pío: «¿Y qué podía hacer yo? No he podido contenerme. Ciertas predicaciones te dan ganas de reír incluso ante la muerte».
Para el papa Francisco, el problema de las homilías aburridas es tan serio que, en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium dedica 25 de los 288 números a las homilías. Por eso viene bien leer y aplicar este documento. El papa indica algún recurso práctico y eficaz:
Uno de los esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer más comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar solo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, conectado con la propia vida (EG 157).
СКАЧАТЬ