Название: La Novela de un Joven Pobre
Автор: Feuillet Octave
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 4057664149947
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—En fin, no es para mí... ¿Qué significa esto? Me fastidia usted; llévese eso.
La pobre mujer se puso á plegar tristemente su mantel, dirigiéndome las miradas desconsoladas de un perro á quien se ha castigado.
—¿El señor ha comido probablemente?—volvió á decir con voz tímida.
—Probablemente.
—Es una desgracia, porque la comida está pronta, va á perderse y el pobre muchacho será reprendido por su padre. Si el señor no hubiera comido por casualidad, me haría un servicio...
Di un golpe violento con el pie.
—Márchese, le he dicho.
Cuando salía me acerqué á ella.
—Mi buena Luisa—le dije,—la comprendo y le doy las gracias: pero esta noche sufro bastante y no tengo hambre.
—¡Ah! señor Máximo—exclamó llorando—si supiera usted lo que me mortifica... pues bien, me pagará después mi comida, si quiere, me pondrá el dinero en la mano, cuando lo tenga... pero puede usted estar seguro, que aun cuando me diese cien mil francos, no me proporcionaría usted tanto placer, como si lo viera aceptar mi pobre comida. Me haría usted una soberbia limosna. Usted que tiene talento, señor, debe comprender bien todo esto. Entretanto...
—¡Bueno! mi querida Luisa... qué quiere usted... no puedo darle cien mil francos... pero tomaré su comida... Me dejará solo, ¿no es así?
—Sí, señor Máximo. ¡Ah! gracias, señor. Le doy muchas gracias. ¡Tiene usted buen corazón!
—Y buen apetito, también, Luisa. Deme su mano... no es para poner en ella dinero, esté tranquila... Ahora... hasta la vista.
La excelente mujer salió sollozando.
Acababa de escribir estas líneas después de haber hecho los honores á la comida de Luisa, cuando oí en la escalera el ruido de un paso pesado y grave: al mismo tiempo creí distinguir la voz de mi humilde providencia, expresándose en el tono de una confidencia tumultuosa y agitada. Pocos instantes después llamaron á mi puerta, y mientras Luisa se perdía en la sombra, vi aparecer el solemne perfil del viejo notario. El señor Laubepin arrojó una rápida mirada sobre la bandeja donde yo había reunido los restos de la comida; luego avanzando hacia mí y abriéndome los brazos en señal de confusión y de reproche á la vez:
—Señor Marqués—dijo,—en nombre del Cielo, ¿cómo no me ha...?
Interrumpiéndose, se paseó á largos pasos á través del cuarto y deteniéndose de pronto.
—Joven—continuó,—esto no está bien hecho; ha herido á un amigo y hecho sonrojar á un viejo.
Estaba muy conmovido. Yo lo miré también con emoción no sabiendo qué responderle, cuando me atrajo bruscamente contra su pecho, y me oprimió hasta sofocarme, murmurándome al oído:
—¡Pobre niño!
Hubo un momento de silencio. Nos sentamos.
—Máximo—dijo entonces el señor Laubepin—¿está usted siempre en las disposiciones en que lo dejé? ¿Tendrá usted valor para aceptar el trabajo más humilde, el empleo más modesto, con tal que sea honorable, y que asegurando su existencia personal, aleje de su hermana, en lo presente y en lo porvenir, los dolores y peligros de la pobreza?
—Ciertamente, señor, ese es mi deber y estoy pronto á cumplirlo.
—En ese caso, amigo mío, escúcheme. Acabo de llegar de la Bretaña; existe en esta antigua provincia una opulenta familia llamada Laroque, la cual me honra con su entera confianza hace muchos años. Esta familia es representada hoy por un anciano y dos mujeres, á quienes su edad y carácter hacen igualmente inhábiles para los negocios. Los Laroque poseen una fortuna territorial considerable, cuya administración estaba confiada en estos últimos tiempos, á un intendente que yo me tomaba la libertad de mirar como un bribón. Al día siguiente de nuestra entrevista, Máximo, recibí la noticia de la muerte de este individuo: me puse en camino inmediatamente para el castillo de Laroque y he pedido para usted el empleo vacante. He hecho valer su título de abogado y más particularmente sus cualidades morales. Conformándome con su deseo, no he hablado nada sobre su nacimiento: no es usted, ni será conocido en la casa, sino bajo el nombre de Máximo Odiot. Habitará usted un pabellón separado, donde se le servirá la comida, cuando no le sea agradable figurar en la mesa de la familia. Sus honorarios están fijados en seis mil francos por año. ¿Le conviene?
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