La Novela de un Joven Pobre. Feuillet Octave
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La Novela de un Joven Pobre - Feuillet Octave страница 5

Название: La Novela de un Joven Pobre

Автор: Feuillet Octave

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 4057664149947

isbn:

СКАЧАТЬ en seguida y que fracasará si no le presta su concurso particular la clase aristocrática de este país. Él cree que si un nombre antiguo é ilustre como el de usted, figurase en la lista de los miembros fundadores de la empresa, llegaría á ganarse simpatías en las clases del público especial á quien el prospecto se dirige. En vista de esta ventaja, le ofrece á usted, desde luego, lo que se llama comúnmente una prima, es decir, diez acciones á título gratuito, cuyo valor estimado desde este momento en diez mil francos, es verosímil que se triplicará con el éxito de la operación. Además...

      —Basta, señor; semejantes ignominias no valen el trabajo que se toma al formularlas.

      Vi brillar repentinamente los ojos del anciano bajo sus espesas cejas como si una chispa se hubiera desprendido de ellos. Una débil sonrisa desplegó las rígidas arrugas de su rostro.

      —Si la proposición no le agrada señor Marqués—dijo tartajeando,—á mí tampoco me gusta; á pesar de todo, he creído de mi deber indicársela. He aquí otra que tal vez le agradará más, y que de cierto es más aceptable. Entre mis más antiguos clientes cuento, señor, á un honrado comerciante retirado, poco ha, de los negocios, que vive holgadamente en compañía de una hija única, á la que adora como es natural, y que goza de una aurea mediocritas que avalúo en veinticinco mil libras de renta. La casualidad quiso, ahora tres días, que la hija de mi cliente tuviese noticias de la situación de usted: yo he creído ver, y aun he podido asegurarme para decirlo todo, que la niña, que por otra parte es bonita y está adornada de cualidades estimables, no vacilaría un instante en aceptar con la mano de usted, el título de Marquesa de Champcey. El padre consiente y yo no espero sino una palabra de usted, señor Marqués, para decirle el nombre y domicilio de esta familia... interesante.

      —Esto me determina completamente; mañana mismo dejaré un título que en mi situación es irrisorio, y que parece además exponerme á las más miserables empresas de la intriga. El apellido originario de mi familia es Odiot; este solo es el que llevaré en lo sucesivo. Sin embargo, reconociendo toda la vivacidad del interés que ha podido inducirle á usted á ser el intérprete de tan singulares proposiciones, le ruego omita todas las que puedan tener un carácter análogo.

      —En ese caso, señor Marqués—respondió el señor Laubepin,—nada tengo que decirle.

      Al mismo tiempo, atacado de un acceso súbito de jovialidad, frotóse, las manos, produciendo un ruido como de pergaminos que se restregan. Luego agregó riéndose.—Es usted un hombre difícil de complacer, señor Máximo. ¡Ah, ah! muy difícil. Es asombroso que no haya notado antes la palpable similitud que la Naturaleza se ha complacido en establecer entre la fisonomía suya y la de su señora madre... Particularmente los ojos y la sonrisa... pero no nos extraviemos, y puesto que no quiere usted deber la subsistencia sino á un honorable trabajo, perdóneme que le pregunte cuáles son sus aptitudes y sus talentos.

      —Mi educación, señor, ha sido naturalmente la de un hombre destinado á la riqueza y á la ociosidad. Sin embargo, he estudiado derecho, y tengo el título de abogado.

      —¡Abogado! ¡Ah, diablo!... ¡usted abogado! Pero el título no basta: en la carrera del foro, es menester, más que en ninguna otra, pagarse un poco de su persona... y esto... veamos, ¿se cree usted elocuente, señor Marqués?

      —Tan poco, señor, que me creo enteramente incapaz de improvisar dos frases en público.

      —¡Hum! no es eso precisamente á lo que puede llamarse vocación para orador; será preciso dirigirse á otro lado, pero la materia exige más amplias reflexiones. Por otra parte, veo que está usted fatigado. Tome los papeles que le suplico examine á su satisfacción.

      —Tengo el gusto de saludarle.

      —Permítame que le alumbre. Perdón... ¿debo esperar nuevas órdenes antes de consagrar al pago de los acreedores el precio de los dijes y joyas que tengo en mi poder?

      —No, ciertamente. Espero, además, que de lo que resta, se cobre usted la justa remuneración de sus buenos oficios.

      Llegábamos á la meseta de la escalera: el señor Laubepin, cuyo cuerpo se encorva un poco cuando camina, se enderezó bruscamente.

      —En lo que concierne á los acreedores, señor Marqués—me dijo—lo obedeceré con respeto. Por lo que á mí concierne, he sido el amigo de su señora madre, y suplico humilde y encarecidamente á su hijo, que me trate como á un amigo.

      Tendí al anciano mi mano, que apretó con fuerza y nos separamos.

      Vuelto al pequeño cuarto, que ocupo bajo el techo de esta casa, que ya no me pertenece, he querido probarme á mí mismo que la certidumbre de mi completa ruina no me sumergía en un abatimiento indigno de un hombre. Me he puesto á escribir la relación de este día decisivo de mi vida, esmerándome en conservar la fraseología exacta del viejo notario, y ese lenguaje, mezcla de dureza y de cortesía, de desconfianza y sensibilidad, que mientras que tenía el alma traspasada de dolor, me ha hecho sonreir más de una vez.

      He aquí, pues, la pobreza; no ya la pobreza oculta, orgullosa y poética que mi imaginación soportaba valientemente á través de los grandes bosques, de los desiertos y de las llanuras, sino la miseria positiva, la necesidad, la dependencia, la humillación, y algo peor todavía: la amarga pobreza del rico caído, la pobreza de frac negro que oculta sus manos desnudas á los amigos que pasan.

      —Vamos, hermano, valor.

      Lunes, 27 de abril.

      He esperado en vano durante cinco días, noticias del señor Laubepin, confieso que contaba seriamente con el interés que había parecido manifestarme. Su experiencia, sus conocimientos prácticos, sus muchas relaciones le proporcionaban los medios de serme útil. Estaba pronto á ejecutar bajo su dirección todas las diligencias necesarias; pero abandonado á mí mismo, no sabía absolutamente hacia qué lado dirigir mis pasos. Le creía uno de esos hombres que prometen poco y hacen mucho. Temo haberme engañado. Esta mañana me determiné á ir á su casa con el objeto de devolverle los documentos que me había confiado y cuya triste exactitud he podido comprobar. Me dijeron que el buen señor había salido á gozar de las dulzuras del campo, en no sé qué castillo en el fondo de la Bretaña. Estará aún ausente por dos ó tres días. Esto me ha consternado. No sentía solamente el pesar de encontrarme con la indiferencia y el abandono, donde había creído hallar la oficiosidad de una verdadera amistad, sentía aún más, la amargura de volverme como había venido, con la bolsa vacía. Contaba con pedir al señor Laubepin algún dinero á cuenta, sobre los tres ó cuatro mil francos que deben quedarnos después del pago íntegro de nuestras deudas, pues por más que me haga el anacoreta desde mi llegada á París, la suma insignificante que había podido reservar para mí viaje, está agotada completamente, y tan agotada que después de haber hecho esta mañana un verdadero almuerzo de pastor, castanoe molles et pressi copia lactis, he tenido que recurrir para comer, á una especie de pillería, cuyo melancólico recuerdo quiero consignar aquí.

      Cuanto menos se ha almorzado, más se desea comer. Es este un axioma cuya fuerza he sentido hoy en toda su extensión antes que el sol hubiese terminado su carrera. Entre los paseantes que la pureza del cielo había traído á las Tullerías, hacia el mediodía, y que contemplaban las primeras sonrisas de la primavera juguetear sobre la faz de mármol de los silvanos, se notaba un hombre joven, de un porte irreprochable, que parecía estudiar con extraordinaria solicitud el despertar de la Naturaleza. No contento en devorar con la mirada la nueva verdura, se le veía de vez en cuando arrancar furtivamente de sus tallos algunos nuevos y apetitosos brotes, hojas no desarrolladas aún, y llevarlas á sus labios, con una curiosidad de botánico.

      He СКАЧАТЬ