De La Higuera a Chile, el rescate. Adys Cupull
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Название: De La Higuera a Chile, el rescate

Автор: Adys Cupull

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Verde Olivo

isbn: 9789874039354

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СКАЧАТЬ encontró con los guerrilleros.

      Que lo trataron bien, le ofrecieron “harta plata” (mu­cho dinero) si los guiaba hasta Mataral; también le pidie­ron comprar mercaderías y se comprometió a cumplir. Señaló que pidió avisar a su esposa, pero no le permitie­ron que fuera solo, lo acompañó uno de ellos.

      Al decirle a su mujer que se iba con los guerrilleros, ésta empezó a llorar y a pedirle que no fuera, que lo iban a matar, entonces se negó. El guerrillero lo amenazó de muerte sino cumplía su palabra, su mujer gritaba más fuerte y él salió con el guerrillero.

      Los guió hasta cerca de Mataral, lo trataron bien, com­partieron los alimentos que llevaban, le pagaron lo que le prometieron y se dispuso a volver a su casa. Ya eran sus amigos. Les dio la mano a uno por uno, el que era el jefe le dijo que demorara el regreso, que bordeara el camino carretero y no viajara en movilidad (vehículo), que si el ejército lo apresaba no mintiera, no era nece­sario sufrir atropellos.

      Regresó a paso cansino (despacio), llegó a la casa de un amigo en El Trigal (una población a mitad de cami­no entre Mataral y Vallegrande), se demoró informan­do que se sentía mal con calenturas (fiebre) y dolor de cabeza. Luego le contó la experiencia que había vivido.

      Continuó el camino y cerca de una quebrada seca, ocultó gran parte del dinero y se dispuso retornar a su casa, pero antes de llegar encontró a una patrulla mili­tar, lo apresaron y el teniente al conocer que guió a los guerrilleros, quería conocer donde tenía oculto el dine­ro que le dieron.

      Le manifestó que fue como prisionero, bajo amenaza de muerte, que no le pagaron, lo fregaron y magullaron (golpearon) cuando no quería caminar, pero el tenien­te no le creyó, lo desnudaron para hacerle un registro y al observar que no tenía huellas de golpes, lo acusaron de estar mintiendo, lo amenazaron con matarlo como a un perro sino explicaba cabalmente donde estaba el dinero y le dieron golpes.

      Se lo llevaron para Vallegrande para las indagatorias. Lo torturaron hasta que guió a los militares hasta el lu­gar donde dejó oculto el dinero.

      Retomando la conversación con Urbano, éste contó:

      “Al llegar a Mataral, junto al Ñato llegamos al poblado, compramos ropas y observamos los controles militares, vi­sitamos una pulpería a comprar y la mujer nos dijo: “los gue­rrilleros andan por aquí; ha sido apresado un campesino e informó que los había guiado hasta aquí cerca”.

      Regresamos para informar la situación, además, habían lle­gado tres camiones de soldados para reforzar la guarnición…”

      En 1984 en el poblado de Los Negros, a través de Mario Chávez, localizamos a la señora Zenobia Ramírez y el 28 de noviembre de ese año la entrevistamos:

      Zenobia relató que una mañana llegaron dos guerri­lleros a la pulpería de Mataral, se percató que eran fo­rasteros, sospechó que eran guerrilleros y les comentó que habían apresado al campesino que los guió, que no simpatizaba con los militares ni con los guerrilleros, no quería que los asesinaran, era una posición cristia­na, un deber humano y alertarlos de que corrían gra­ve peligro…

      Continuó relatando Urbano:

      “El 24 de noviembre llegamos a una casa, al rato llegó un hombre que dijo tener 76 años, era un ingeniero civil. Nos ofreció lo que tenía. Se hizo todo un trabajo de convenci­miento para comprarlo, y él, a su vez, se hacía el remolón para obtener más dinero. En definitiva se comprometió a colaborar y a abastecernos de víveres, ropas y posterior­mente un radio.

      Por la madrugada del día siguiente regresamos a la casa del viejo. Este dormía. Nos había traído víveres como para una se­mana y además pantalones. Nos dijo que había un mayor al frente de las tropas que estaban en Pulquina. Además, contó que al Teniente Jefe del puesto lo habían detenido, pues un soldado nos vio y avisó; el Teniente estaba borracho y le dijo: “Mira, no importa, hoy es domingo, los domingos no se traba­ja, así que mañana lunes los perseguimos.” .

      Luego nos dijo que nos ayudaría por humanidad, y se com­prometió a traernos camisas y ropa interior dentro de tres días, porque para obtener todo eso tenía que ir al pueblo. Estuvimos tres días escondidos. El hombre nos trajo cami­sas y alguna comida; el resto de las mercancías dijo tenerlas compradas, aseguró traerlas antes de tres días.

      Estuvimos escondidos otros tres días. Nos vio un vaquero de la zona, nos acercamos a él y tratamos de pasar como sol­dados, aunque con pocas esperanzas de haberlo engañado.”

      Relató que continuaron la marcha con varios en­cuentros con los militares, llegaron a una tapera cerra­da (habitación, bohío o cabaña ruinosa y abandonada) rompieron la puerta y encontraron harina, arroz y ollas, recogieron todo y al mediodía llegaron a otra tapera donde encontraron manteca, alcohol y se trasladaron hasta cerca de un pocito de agua para cocinar.

      “Un campesino me descubrió mientras hacia una necesi­dad fisiológica. Conversamos con él, se llama Víctor Céspedes, su actitud fue amable y nos invitó a chupar (mascar) coca y tomar alcohol. Nosotros le brindamos el alcohol que llevába­mos, hasta que nos reconoció. Dijo que los militares le ha­bían registrado su casa y roto una cama. Nos invitó a su casa donde nos brindó alcohol, queso y café. Le compramos un chancho (cerdo) y no quería cobrarlo. Por primera vez, en los últimos tiempos, en este hombre encontrábamos una actitud honesta y desinteresada.

      Nos despedimos y nos internamos en el monte, pero co­menzó a llover y regresamos a la casa, después llegó la espo­sa, quién nos trató muy amablemente. Con ellos conversamos un rato y tratamos de convencerlos para que fueran a com­prarnos mercancías. El día siguiente fue de lluvia. No pudie­ron salir a comprar.

      Al otro día nos trajeron muchas mercancías. Pero la seño­ra llegó preocupada porque había visto huellas en el camino y se cruzó con un hombre del pueblo que era colaborador del ejército.

      Tomamos medidas y nos retiramos, nos ocultamos en un firme. A las seis y veinte, Darío dio la voz “¡Soldados!”. Estaban escasamente a 10 metros, aunque no nos veían debido al en­mascaramiento de nuestra posición. Solo sintieron el ruido, pues no tiraron.

      Nos fuimos de allí inmediatamente y como una hora des­pués sentimos un fuerte tiroteo, al parecer atacaron la quebra­da donde suponían que estábamos. En todo este trayecto nos seguía uno de los perros de la casa de Don Víctor Céspedes.

      Continuamos la marcha y acampamos un poco más aba­jo, y cuando nos preparábamos para hacer almuerzo, tomé prisionero a un campesino que llevaba ganado. Tratamos de interrogarlo y resultó que no hablaba español, sino quechua. Darío lo hablaba y le hizo algunas preguntas.

      Continuamos la marcha y comenzó a llover torrencialmen­te, lo que nos obligó a meternos en una casita. El campesino nos brindó hospitalidad, pero se negó a vendernos mercancías.

      Pasamos el día metidos en un monte. A las tres y trein­ta Darío avisó que había visto pasar cerca a varios soldados; recogimos y nos preparamos para la retirada, comenzamos el ascenso y cuando casi llegábamos a la cima nos topamos con un grupo de soldados que al parecer traían la misión de cerrar el cerco por detrás. Se formó un intenso tiroteo cuan­do nos detectaron.

      Logramos romper el cerco y nos perdimos de vista. Avanzamos hacia abajo y llegamos a un chaco situado en las márgenes del río. Allí había campesinos trabajando, tuvimos que esperar a que se fueran.

      Como a las cinco, nos vimos precisados a ponernos al des­cubierto, el enemigo venía directamente hacia nuestro escon­dite, СКАЧАТЬ