De La Higuera a Chile, el rescate. Adys Cupull
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Название: De La Higuera a Chile, el rescate

Автор: Adys Cupull

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Verde Olivo

isbn: 9789874039354

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      El once: Desconcierto en La Paz, contiene la repercusión en Bolivia, Chile, Cuba y otras partes del mundo y los testi­monios de Clara Torrico Medina, Rodolfo Saldaña, Josefina Farjat Bustamante y su hermano Jaime.

      El doce: Banderas del ELN, presenta los testimonios de Antonio y Oswaldo Peredo Leigue, Guillermo Tineo Fernández, Dina o la “Tía Anita”, el General Arquímedes, los datos biográficos de Inti Peredo Leigue, David Adriázola Veizaga, Estanislao Villca Colque, Rodolfo Saldaña y la his­toria de la primera bandera del ELN.

       CAPITULO I

      Desde La Higuera a Mataral

      Después del combate de la Quebrada del Yuro el 8 de octubre de 1967, donde murieron los cubanos Antonio (Orlando Pantoja Tamayo), Arturo (René Martínez Tamayo), Pacho (Alberto Fernández Montes de Oca) y el asesinato en La Higuera el 9 de octubre de Ernesto Che Guevara, de los bolivianos Willy (Simeón Cuba Sanabria), Aniceto (Aniceto Reynaga Gordillo) y del pe­ruano Chino (Juan Pablo Chang-Navarro Lévano), que­daron diez sobrevivientes.

      El 12 de octubre, en la zona de Cajones -en la con­fluencia de los ríos Grande y Mizque- fueron asesina­dos los bolivianos Pablito (Francisco Huanca Flores o Francisco Tangara Flores), y Chapaco (Jaime Arana Campero), el peruano Eustaquio (Lucio Edilberto Galván Hidalgo), y el cubano Moro (Octavio de la Concepción de la Pedraja).

      Los seis sobrevivientes, Inti (Guido Álvaro Peredo Leigue), Pombo (Harry Villegas Tamayo), Urbano (Leonardo Tamayo Núñez), Benigno (Dariel Alarcón Ramírez), Darío (David Savino Adriázola Veizaga) y Ñato (Luis Méndez Korner), se dirigieron hacia la carretera Santa Cruz-Cochabamba. Ñato murió el 15 de noviem­bre de 1967, en el combate de Mataral, en las cercanías de esa carretera.

      Ellos continuaron su andar hasta la zona de San Isidro, donde fueron protegidos por Don Víctor Céspedes y su familia.

      Días después Inti y Urbano salieron a la carretera, to­maron un camión hasta Santa Cruz de la Sierra y via­jaron en avión a Cochabamba, donde comenzaron los preparativos para sacar a los tres que quedaron ocultos en la zona de San Isidro.

      Reproducimos a continuación algunos fragmentos del testimonio de Inti Peredo que aparecen en su libro Mi campaña con el Che.

      “¿Por qué sobrevivimos a los cercos que se nos tendieron después del Yuro, con fuerzas inmensamente superiores a nosotros en número y armamento?

      Muchos pueden pensar que sólo se deba a ese factor pri­mario que se llama “instinto de conservación” o al ansia de continuar viviendo. Creo sinceramente que no fue sólo eso.

      Es cierto que queríamos continuar viviendo, pero eso no era todo. Esencialmente éramos agresivos y estábamos dis­puestos a dar combate en cualquier circunstancia, como lo hicimos siempre.

      ¿Era imposible, entonces, romper el apretado cerco ene­migo y regresar a la ciudad en busca de contactos para con­tinuar la lucha?

      La tarde del 10 de octubre, después que juramos no deser­tar jamás del proceso revolucionario, planificamos la ruptu­ra del cerco y decidimos buscar al resto de los sobrevivientes. Por la radio nos informamos que el ejército sabía que sólo quedábamos con vida 10 guerrilleros. Nuestro grupo inte­grado por los seis ya mencionados y otro, cuya dirección de marcha no conocíamos pero suponíamos que era la misma que la de nosotros, integrado por Chapaco, Moro, Eustaquio y Pablito. En la identificación nuestra y en el dato del nú­mero exacto de los que quedábamos, colaboraron los de­sertores Camba (Orlando Jiménez Bazán) y León (Antonio Domínguez Flores).

      Ya nos habíamos dado cuenta de la forma en que se exten­día el cerco enemigo, sus características y la forma en que pro­cedían los soldados. Por eso decidimos romperlo por la parte más abrupta. Infortunadamente el día 11 fueron muertos en la desembocadura del río Mizque los compañeros Moro, Pablito, Eustaquio y Chapaco. Seguramente habrían toma­do la misma decisión nuestra, de no entregarse jamás y mu­rieron combatiendo dignamente. Ellos habían escogido un rumbo contrario al nuestro (al sur) seguramente buscando también la ciudad. Sólo quedábamos nosotros.

      Estábamos en malas condiciones físicas. Habíamos comi­do poco y realizado un gran esfuerzo en los días anteriores, al margen de que las grandes tensiones también habían he­cho efecto sobre nuestro organismo.

      Volvimos a aligerar la carga. Ñato, que llevaba todo el ins­trumental médico, lo enterró, pues en el futuro no nos ser­vía y convirtió en olla la caja metálica que antes servía para esterilizar. La sopa de harina que cocinamos después de tan­tos días de privaciones sólo sirvió para “engañar a las tripas”, pero no reparó nuestras fuerzas.

      Al comenzar la madrugada del 12 de octubre empezamos a marchar en dirección a un sector del cerco. A las tres de la ma­ñana cruzamos el camino de La Higuera al Abra del Picacho, el mismo que ya antes habíamos hecho con el Che. Todo es­taba silencioso. Cuando clareó ya estábamos al otro lado del Abra. Caímos cerca de una choza y decidimos llegar hasta allí para preguntar a sus moradores la ubicación exacta del lu­gar, reorientarnos, tratar de abastecernos de alimentos y con­tinuar. Buscamos a los campesinos, pero no encontramos a nadie. Quedarse en la choza era demasiado peligroso, por lo que estimamos más conveniente ocultarnos en los espinales que rodeaban la casa.

      Dos hechos, totalmente antagónicos, marcaron el transcur­so del día. Un muchacho de unos doce años, muy despierto, nos identificó el lugar exacto donde estábamos, nos indicó la dirección del río, nos prestó una olla para cocinar y empe­zó a ordeñar una vaca para darnos leche. Desgraciadamente un campesino que pasaba por el lugar nos vio y corrió hacia el Abra a denunciarnos a los soldados que en buen número se encontraban concentrados allí como parte del cerco es­tratégico que habían tendido alrededor de nuestra merma­da columna. Por nuestra debilidad física no pudimos darle alcance. Tampoco quisimos dispararle, porque se trataba de un campesino.

      En esta emergencia nos vimos obligados a partir inmedia­tamente, sin cocinar y sin esperar la leche. Caminamos bor­deando un arroyo muy encajonado que desemboca en el río San Lorenzo, cuando Urbano, que caminaba a la vanguardia, vio a los soldados que ya habían tomado posiciones. Provistos de todos los recursos técnicos, se nos habían adelantado, y allí estaban esperándonos.

      Urbano, de reflejos rápidos, disparó instantáneamente. Los soldados replicaron al fuego.

      Esta es la última vez que cargamos las mochilas, obligados por las circunstancias a eludir con rapidez al enemigo, saca­mos sólo la ración de azúcar y nuestras respectivas chama­rras. El resto lo botamos.

      Subimos por una empinada ladera, muy abrupta y peligro­sa para caer al otro lado del arroyo. Como esa es una zona que sólo tiene árboles en las quebradas, nos veíamos en la obliga­ción de salir de cualquier manera para ubicar un lugar mejor. Nos arrastramos hasta llegar a una especie de “isla” de mon­te, con una superficie aproximada de 50 metros cuadrados.

      La situación era relativamente peor que la anterior, porque el pequeño campo estaba rodeado por pampas abiertas don-de los soldados podían matarnos fácilmente. Nos ocultamos y guardamos silencio esperando que no nos hubiesen detec­tado, hasta que cayera la noche para salir.

      Algunos campesinos comenzaron a rondar la zona. El ejér­cito nos empezó a cercar. Aproximadamente a las 16: 30 horas del 12 de octubre, un círculo compacto de soldados estrecha­ba sus posiciones en torno a la “isla”. Era la mejor oportuni­dad para eliminarnos, pero la última palabra no estaba dicha.

      Los seis compañeros СКАЧАТЬ