De La Higuera a Chile, el rescate. Adys Cupull
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Название: De La Higuera a Chile, el rescate

Автор: Adys Cupull

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Verde Olivo

isbn: 9789874039354

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СКАЧАТЬ nos manteníamos en silencio, atentos a las maniobras que ellos estaban realizando.

      Fueron momentos sumamente difíciles. Pensábamos que había llegado nuestro último momento, de manera que nos preparamos para caer dignamente. En uno de esos instan­tes propuse enterrar el dinero que nos quedaba y los relojes para que no cayeran en poder de los soldados, pero Pombo con mucha seguridad, afirmó que el cerco se podía romper en la noche. Todos seguimos entonces con nuestras respec­tivas pertenencias.

      El silencio desconcertó al ejército. Algunos soldados, re­flejando su miedo, gritaban: “Aquí no hay nadie, vámonos”. Otros nos insultaban.

      Pronto se inició una nueva operación. Grupos de soldados empezaron a “peinar” la islita, tarea fácil si se consideraba su reducido tamaño. Cuando los tuvimos cerca, disparamos. Tres soldados y un guía cayeron muertos.

      Las tropas se replegaron, pero enseguida nos empezaron a tirar rafagazos de ametralladora y granadas, pues ya estába­mos ubicados. Pero también varió su tono insolente. Ahora ya no nos insultaban, sino nos gritaban:“Guerrilleros, ríndanse. Para qué siguen combatiendo si ya murió su jefe…”

      Como había previsto Pombo, el fuego cesó apenas cayó la noche. Pero para desgracia nuestra apareció una luna hermo­sa, que derramaba su luz por todos los rincones. Intentar la salida en tales circunstancias era arriesgar demasiado.

      Nos quedamos vigilantes. El frío que se descargó con una inclemencia terrible traspasaba la ropa y nos llegaba hasta los huesos. Tiritábamos mientras mirábamos el cielo, espe­rando que se ocultara la luna.

      A las tres de la mañana las sombras se descolgaron por todo el sector. Este era el momento que habíamos esperado con impaciencia. Nos arrastramos lentamente; para sorpre­sa nuestra, los soldados se habían replegado un poco. Al pa­recer las cuatro bajas que habían sufrido la tarde anterior los habían obligado a tomar precauciones. Pronto llegamos cer­ca de las posiciones enemigas. Los puestos de los soldados estaban situados a una distancia de cinco metros entre sí. El clima y la espera también los habían afectado.

      Seguimos avanzando cuando de pronto uno de los solda­dos, en lugar de dispararnos gritó: “¡Alto, quién anda ahí…!”

      Fue nuestra salvación. Nos lanzamos a una de las trin­cheras, matamos a unos soldaditos y nos quedamos ahí, reagrupados. Se generalizó un tiroteo intenso que duró aproximadamente 15 minutos o más. Cuando terminó, em­pezamos a salir. El cerco más cerrado que nos había tendido el ejército estaba roto.

      Nuestra salida del monte ha servido para que escritores y periodistas divulguen historias fantásticas. Algún día, porque ahora no es el momento, ya que perjudicaríamos a los campe­sinos que nos ayudaron, relataremos los detalles de esta ac­ción, que de verdad tiene aspectos increíbles y fascinantes. Bástenos sólo afirmar que sin esa solidaridad nuestra super­vivencia habría sido sumamente difícil.

      A partir de la madrugada del 12 de octubre caminamos so­lamente de noche, tratando de eludir el contacto con la po­blación, excepto en las ocasiones en que este contacto era imprescindible para adquirir alimentos o recoger informa­ción. Teníamos cierta desconfianza porque algunos campe­sinos -no todos, ni la mayoría- motivados por la recompensa de diez millones de bolivianos que se ofrecía por nuestras “ca­bezas”, como lo anunciaban en las radios, corrían a denun­ciarnos a los soldados. Pero hubo muchos que nos ayudaron a salir de la zona neurálgica, nos guiaron hasta Vallegrande, nos proporcionaron alimentos, nos dieron valiosa informa­ción y guardaron silencio a pesar de los golpes, las amenazas y hasta los robos de que fueron víctimas por parte del ejército.

      Durante un mes caminamos buscando la carretera Cochabamba-Santa Cruz. El día 13 de noviembre intenta­mos nuestra primera salida seria a la ciudad. Ñato y Urbano llegaron hasta Mataral a comprar abarcas (calzado rustico de cuero, que cubre la planta de los pies y se agarra con cuer­das) y ropas para cambiar nuestros raídos “trajes” y modi­ficar nuestra apariencia patibularia. En la tienda del lugar ambos recogieron la información de que los soldados habían detectado nuestra presencia y se aprestaban a combatirnos. Inmediatamente regresaron para avisarnos. Por la tarde di­visamos varias patrullas que nos buscaban insistentemente. Permanecimos ocultos todo el día. Esa noche empezamos de nuevo a caminar, cruzamos la carretera y tratamos de alejar­nos del sector. Sin embargo el 14 nos descubrió el ejército y nuevamente sostuvimos un combate desigual. En el alto de una loma, cuando ya estábamos próximos a eludir a la fuer­za enemiga, un tiro derribó al Ñato. Formamos una línea de defensa y lo arrastramos hasta nuestras posiciones. Pero ya estaba muerto.

      El Ñato, hombre querido por todos, firme en sus convic­ciones, valiente, atento a solucionar los pequeños problemas domésticos, que a veces, si se acumulan, provocan tantas con­secuencias desagradables, moría en el último combate, des­pués de afrontar peligros mayores que éste, en el que perdió la vida. Son las sorpresivas alternativas de la guerra. Como ho­menaje sencillo a este prototipo de hombre de pueblo, sólo cabría decir: Fue un guerrillero cabal y un hombre leal con las ideas de liberación”.

      Julio Luis Méndez Korner, fue el mayor de siete her­manos, nació en la ciudad de Trinidad, capital del de­partamento del Beni, el 23 de febrero de 1937. Estudió el bachillerato en su ciudad natal. Pasó el Servicio Militar donde se especializó como carpintero, zapatero, co­cinero, electricista, plomero. Se le consideraba como un hombre multioficio. Amante de la música clásica. Heredó de su abuelo alemán la preferencia por las obras de Mozart.

      Militante del Partido Comunista de Bolivia. Participó en el rescate de los guerrilleros sobrevivientes del Ejército de Liberación Nacional del Perú. Cursó la Escuela de Cuadros del Partido Comunista de la Unión Soviética. Fue uno de los cuatro militantes que el Partido Comunista de Bolivia designó para los contactos con los cubanos. Recibió entrenamiento militar en Cuba. Llegó a la finca de Ñacahuasú el 11 de noviembre de 1966 con 29 años de edad y formó parte de la columna del Centro.

      CAPITULO II

      Desde Mataral a San Isidro y Cochabamba

      En diferentes conversatorios y entrevistas Leonardo Tamayo Núñez (Urbano), narró la salida del grupo has­ta la carretera Santa Cruz-Cochabamba, la llegada a San Isidro, la partida a Santa Cruz de la Sierra y el arribo a la ciudad de Cochabamba. Incluimos las entrevistas al campesino Julio Arroyo y a la señora Zenobia Ramírez.

      Urbano relató que enfrentaron lluvias intensas, que en una ocasión llovió torrencialmente por más de 30 horas, se refugiaron en una cueva de piedras y todo ese tiempo lo pasaron sin comer.

      Que se encontró con un campesino, al que tomó pri­sionero y le propuso pagarle si los sacaba hasta la ca­rretera. Aceptó, pero pidió ir a su casa para avisar a su esposa y traerles ropas, charqui (carne salada y secada al sol) y queso que vendía un cuñado y añadió:

      “Para evitar que nos engañara y garantizar el regreso lo acompañé. Después de llegar a la casa, no quiso salir, a em­pujones hubo que sacarlo.

      Llegamos a un lugar llamado Rancho Grande. Al medio­día llovió muchísimo y acampamos en un marabuzal. A las cinco de la mañana llegamos a la carretera Santa Cruz-­Cochabamba. Por la tarde dejamos en libertad al campesino y le pagamos por sus servicios.”

      En 1984 localizamos al campesino, se llama Julio Arro­yo. El 30 de noviembre de ese año en compañía del mé­dico de Vallegrande, Gerardo Muñoz y del juez agrario Desiderio Bonilla lo visitamos.

      Fue amable, pero se negaba a contar su experiencia. Como tenía pendiente unos trámites de tierras, el juez agrario le prometió atender СКАЧАТЬ