Название: Al Faro
Автор: Virginia Woolf
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Cláscõs
isbn: 9786074570038
isbn:
—Estáte quieto. No seas pesado —de manera que su hijo supo al instante que su severidad no era fingida, por lo que extendió bien la pierna y su madre la midió.
La media era demasiado corta; un centímetro por lo menos, incluso contando con que el pequeño de Sorley no estuviese tan crecido como James.
—Es demasiado corta —dijo—, todavía me falta mucho. Nadie tuvo nunca un aspecto más triste. Amarga y negra, a mitad de camino, en la oscuridad, en el pozo que llevaba desde la luz del sol hasta las profundidades, quizá se formó una lágrima; se derramó una lágrima; las aguas se agitaron en esta y en aquella dirección, la recibieron y se inmovilizaron. Nadie tuvo nunca un aspecto más triste.
Pero, ¿se trataba sólo de apariencia?, decía la gente. ¿Qué había detrás de su belleza, de su esplendor? Acaso otro, un novio anterior, sobre el que circulaban rumores, ¿se había volado la tapa de los sesos? ¿había muerto una semana antes de la boda? o no había nada en realidad, ¿nada excepto una belleza incomparable, detrás de la cual la señora Ramsay vivía, sin que nada fuese capaz de perturbarla? Porque, si bien podría haber dicho, sin darle importancia, en algún momento de intimidad, cuando se contaban en su presencia historias de grandes pasiones, de amores fracasados, de ambiciones frustradas, que también ella los había conocido o los había sentido o pasado por ellos, nunca decía nada. Siempre guardaba silencio. Lo cierto era que sabía todo aquello; lo sabía sin haberlo aprendido. Su sencillez llegaba hasta el fondo de las cosas que las personas brillantes desvirtuaban. La sinceridad de su espíritu hacía que cayera a plomo como una piedra, que se posara con la exactitud de un pájaro; le daba, de manera natural, aquella impetuosa aprehensión de la verdad por el espíritu; aprehensión que deleita, consuela y sostiene, equivocadamente quizá.
“La Naturaleza no dispone de mucha arcilla”, dijo en una ocasión el señor Bankes, al oír su voz por teléfono, y muy conmovido por la idea de que la señora Ramsay le estaba dando información acerca de un tren, “como la que utilizó para moldearla a usted”. Se la imaginaba al otro extremo del hilo, griega, de ojos azules y nariz recta. ¡Qué incongruente parecía telefonear a una mujer así! Las Gracias reunidas parecían haber juntado las manos en prados de asfódelos para componer aquel rostro. Sí, tomaría el tren de las diez treinta en Euston.
“Se da tan poca cuenta de su belleza como una niñita”, dijo el señor Bankes, colgando el teléfono y atravesando la habitación para ver qué progresos habían hecho los obreros que construían un hotel detrás de la casa. Y pensó en la señora Ramsay mientras contemplaba las agitación entre los muros inacabados. Porque siempre, pensó, había algún elemento incongruente que incorporar a la armonía de su rostro. Se podía encasquetar un sombrero de cazador o correr por el césped en chanclos para evitar que un niño se hiciera daño. De manera que si era simplemente su belleza en lo que se pensaba, había que recordar la realidad palpitante, la realidad viva (mientras los contemplaba, los obreros subían ladrillos por un estrecho tablón) e incorporarla a la imagen total; o si se pensaba en ella simplemente como mujer, había que atribuirle una personalidad original que se manifestaba mediante caprichos; o suponer algún deseo latente de despojarse de aquella realeza formal como si su belleza, y todo lo que los hombres decían de la belleza, le aburriera, y sólo quisiera ser como otras personas, insignificante. No estaba seguro. No lo sabía. Tenía que volver a su trabajo.
Mientras tejía la media de color marrón rojizo, con la cabeza absurdamente contorneada por el marco dorado, el chal verde que había arrojado sobre el borde del marco y la obra maestra autentificada de Miguel Ángel, la señora Ramsay dulcificó lo que había habido de brusquedad con sus modales un momento antes, alzó la cabeza y besó a su chiquitín en la frente. —Vamos a buscar otro dibujo para recortar —dijo.
Capítulo 6
Pero ¿qué había sucedido?
Alguien se ha equivocado.
Saliendo bruscamente de su ensoñación, la señora Ramsay encontró el sentido de unas palabras en apariencia ininteligibles que le daban vueltas por la cabeza desde hacía mucho tiempo. “Alguien se ha equivocado”. Al reconocer con sus ojos de miope al señor Ramsay que, en aquel momento, se dirigía hacia ella, lo fue siguiendo con atención; cuando estuvo más cerca descubrió (el tintineo de las palabras cesó finalmente) que algo había sucedido, que alguien había cometido un error. Pero por mucho que se esforzaba no se le ocurría qué podía haber pasado.
El señor Ramsay temblaba y se estremecía. Toda su vanidad, toda la satisfacción de su propio esplendor, cuando cabalgaba cruel como un trueno, feroz como un СКАЧАТЬ