Toda la noche con el jefe. Natalie Anderson
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Название: Toda la noche con el jefe

Автор: Natalie Anderson

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: elit

isbn: 9788413751955

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СКАЧАТЬ un silencio mientras Lissa absorbía el cumplido. La obra maestra de Botticelli se encontraba en la galería de los Uffizi. Su cuadro de Venus era una de las obras de arte más famosas del mundo. Generación tras generación admiraba su belleza. Lissa se quedó asombrada. Desde luego aquel hombre era un profesional de la seducción. El problema era que ella no podía evitar disfrutar.

      –Oh, eres bueno –dijo.

      –¿Y funciona?

      –Eso no te lo diré –comenzó a decir.

      –Entonces tendré que averiguarlo. Bien.

      ¿Qué significaba ese «bien»? ¿Acaso acababa de ofrecerle un desafío sin quererlo?

      Entraron en el muelle de Santa Catalina y Lissa lo condujo hasta su edificio. Una parte de ella deseaba escapar del coche lo antes posible, pero otra parte deseaba quedarse y explorar las posibilidades con Karl, como había sugerido Gina. Aunque tal vez él no estuviera realmente interesado. Tal vez hubiera estado haciendo uso de su encanto y su ingenio. Lo miró y se dio cuenta de que estaba observándola con una sonrisa.

      Se puso rígida. ¿Acaso llevaba su debate interno escrito en la frente? Probablemente. Trató de aferrarse a su dignidad.

      –Muchas gracias por traerme a casa. Ha sido muy amable por tu parte.

      –No hay problema. Ha sido un placer.

      Lissa se desabrochó el cinturón y abrió la puerta. Al salir del coche se sorprendió al comprobar que él estaba haciendo lo mismo. Bordeó el coche y se colocó junto a ella.

      –Pensaba acompañarte hasta la puerta –le explicó–. No estaba seguro de que pudieras subir las escaleras.

      –Claro que puedo… ¿Qué te crees? ¿Que estoy borracha? –nada más lejos de la realidad, aunque tenía que admitir que se encontraba un poco mareada. Debía de ser por no haber comido nada, no por la proximidad de aquel hombre.

      –No, pero tal vez un poco cansada –dijo él riéndose. Y su risa tuvo ese efecto al que ya estaba acostumbrándose–. ¿No lo estás?

      Estaba demasiado cerca de ella. Lissa se quedó mirándolo, asombrada al ver que se acercaba más.

      –Si tan segura estás de que puedes hacerlo, me iré.

      –Ajá –contestó ella, pegada al suelo. Era muy atractivo. Alto, sexy, divertido. Sabía que debía dirigirse hacia las escaleras inmediatamente, pero sus piernas no parecían reaccionar. Estaba mirándolo como hechizada.

      Él estiró el brazo y le acarició el pelo suavemente.

      –Adiós, guapa –susurró. Entonces deslizó la mano hacia su nuca, agachó la cabeza y la besó.

      Fue un leve roce, ligero como una pluma. Suave, cálido, dulce. Pero entonces él apartó sus labios. Lissa suspiró y, cuando se dio cuenta de que deseaba más, él pareció leerle el pensamiento, robándole la iniciativa y regresando con fuerza. Firme, insistente, placentero. Le colocó la mano en la nuca y comenzó a acariciarla suavemente con el pulgar. Suaves caricias que hicieron que ella se acercarse más y aumentara su deseo. Sintió el peso y el calor de su otra mano cuando se la colocó en la parte de abajo de la espalda. Deseaba tocarlo. No pudo evitar devolverle los besos. Su mente no lograba concentrarse en el hecho de que aquélla era una muy mala idea. Sólo parecía pensar en las sensaciones que despertaba en ella.

      Las manos, que había levantado en un gesto defensivo, no lo apartaron. En vez de eso, se abrieron sobre su pecho, sintiendo la suave lana del jersey y los músculos que había debajo. Luego le rodeó el cuello con ellas y sus cuerpos quedaron pegados.

      El impacto fue tan placentero que Lissa suspiró suavemente, abriendo la boca para saborearlo. Sus lenguas se juntaron y comenzaron una danza apasionada, haciendo que la mente de Lissa se apagara por completo. Su cuerpo reaccionó por instinto; sus pechos se endurecieron y se tensaron. Cerró los ojos y disfrutó de aquel aroma a limón tan delicioso, enredando los dedos en su pelo y encogiendo los dedos de los pies al sentir cómo la tensión aumentaba. El magnetismo y el abrazo eran irrompibles. El simple beso de buenas noches se convirtió en algo más; mucho más.

      Él deslizó las manos por su espalda, presionándola contra su cuerpo. Lissa disfrutó de la sensación de su torso duro y firme contra ella. Deslizó los dedos por su pelo y se restregó contra él, temblando de placer al sentir la fuerza de su abrazo. Notó cómo deslizaba las manos por encima de su falda, agarrándole las caderas y presionando para hacerle sentir el calor. Siguió bajando las manos hasta el dobladillo de la falda, deslizándolas por debajo y comenzando a subir por la parte de atrás de sus piernas. Sus dedos llegaron al final de las medias y, acto seguido, comenzaron a explorar su piel. Piel contra piel, incandescentes. Oyó sus gemidos contra su boca mientras movía las caderas incansablemente.

      Fue la señal de alarma que necesitaba. ¿Qué estaba haciendo? Apartó la boca y dio un paso atrás. Sorprendida y avergonzada por la ferocidad de aquel beso, se sentía incapaz de mirarlo a los ojos. De modo que miró hacia los apartamentos, rezando para que su cuerpo se calmara. Temía lanzarse a sus brazos si volvía a mirarlo.

      Él la había soltado y no había dicho nada, pero era consciente de su respiración entrecortada. Su cuerpo le pedía más. Aquél no había sido un casto beso de despedida, sino el comienzo de una pasión que habría llevado a algo mucho más salvaje con una única conclusión. No iba a tener una aventura de una noche con el amigo de su amiga. Sobre todo sabiendo que le gustaba jugar, que era hombre de una sola noche. No era de extrañar que sus besos fueran tan buenos. Tenía mucha experiencia. La atracción se volvió rabia, más hacia ella misma que hacia él. Él sólo estaba haciendo lo que le resultaba natural; sin embargo su respuesta no era natural en ella. Las sensaciones que había despertado un solo beso no podían ser naturales.

      –Buenas noches –murmuró ella.

      Se alejó y comenzó a buscar las llaves en el bolso mientras subía las escaleras. Hasta que no llegó al pequeño rellano de su piso, no se atrevió a mirar hacia atrás. Él estaba apoyado en el coche, con una pierna sobre la otra y los brazos cruzados, mirándola. Aunque era difícil saberlo con la escasa luz de la farola, estaba segura de que sonreía. Levantó la mano para despedirse de ella informalmente. Agitada, Lissa se dio la vuelta y, milagrosamente, consiguió meter la llave en la cerradura a la primera. Abrió la puerta y la cerró tras ella, sin atreverse a mirar de nuevo.

      Cinco minutos después, agachó la cabeza para que el agua caliente le cayese por el cuello mientras se duchaba. No pudo evitar sonreír al recordar su voz y su sonrisa; ni estremecerse al revivir aquel beso.

      Había sido un gran error.

      La tentación le susurraba al oído. Era Karl. El amigo de Gina. No trabajaba con él; no sería una aventura de oficina. ¿Qué daño podía hacerle un poco de diversión? Había pasado mucho tiempo. Sería deseo carnal de una magnitud letal.

      Pero, si jugaba con fuego, acabaría con quemaduras de tercer grado.

      Y se marchaba en dos meses. Sería una locura embarcarse en algo que sentía que podía ser tan fuerte, tan devastador, y que ni siquiera tenía claro si podría controlar.

      Nada de aventuras; no con él. Se tomaría las cosas con calma cuando apareciese una persona segura.

      Eso era lo que deseaba.

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