Toda la noche con el jefe. Natalie Anderson
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Название: Toda la noche con el jefe

Автор: Natalie Anderson

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: elit

isbn: 9788413751955

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СКАЧАТЬ cosas, tenía toda la razón.

      –¿Y tú eres una chica que necesita pasárselo bien?

      –Obviamente Gina lo cree así –contestó ella con una risa sarcástica–. Pero la verdad es que no. Cuando quiera pasarlo bien, me buscaré diversión, pero gracias de todos modos. Estaba preocupada por ti porque no has salido con nadie en los últimos dos meses. Pensó que seríamos fantásticos el uno para el otro.

      –¿Tú tampoco has salido con nadie últimamente?

      Lissa había estado pensando en ella; el problema era que la única gente que conocía eran compañeros de trabajo y, después de lo de Grant, no se permitiría tal cosa. Precisamente era la razón por la que Gina quería emparejarla con Karl para una aventura de despedida antes de que ella abandonara el país. Pero Lissa estaba segura de que lo último que necesitaba era salir con un galán experimentado. Jugar con fuego siendo ella una advenediza sólo podía acabar en desastre. Cuando apareciese una persona segura, se tomaría las cosas con calma.

      Ese hombre no era seguro. Tenía la rodilla presionada contra su pierna de nuevo, podía sentir el calor. De pronto tuvo el deseo de sentarse más cerca, de sentir toda su pierna, no sólo la rodilla. Pensó que aquello sería cálido. ¿Pero a quién quería engañar? Sería caliente. Él pareció leerle el pensamiento.

      –¿Tienes frío? Llevamos aquí fuera un rato.

      Lissa negó con la cabeza y dijo:

      –Estoy bien. Pero no quiero entretenerte, si quieres volver dentro –añadió con la esperanza de librarse de él y, al mismo tiempo, deseando que se quedara. Era sorprendente, y tenía que admitir que se lo estaba pasando bien con él. No había nada de malo en flirtear un poco.

      –No, estoy bien aquí. Es bastante refrescante. ¿Qué estás bebiendo, por cierto?

      –No estoy muy segura –contestó ella observando su copa–. Creo que es algo con sabor a manzana.

      –¿Un alcopop?

      –Está bueno. Es dulce.

      –Y también es letal si te lo bebes demasiado deprisa. ¿Cuántos te has tomado?

      –Éste es el segundo.

      –¿Y has cenado?

      Lissa se giró para mirarlo de frente, tocándole las rodillas con las suyas. Ignoró el escalofrío que sintió en los muslos y el perverso deseo de separar las piernas. Echó la cabeza hacia atrás y lo desafió.

      –¿Pretendes invitarme o insinúas que estoy borracha? En cualquier caso, la respuesta es «no».

      Él se giró y se inclinó hacia delante, mirándola fijamente. Lissa tragó saliva; la luz de la ventana iluminaba su cara y, por primera vez, pudo observarlo correctamente. Se fijó en su mandíbula fuerte y su nariz recta, pero fueron sus ojos los que captaron su atención. Eran de un increíble verde esmeralda. Se quedó mirándolos; nunca había visto unos ojos así. Pasaron unos segundos hasta que se acordó de parpadear.

      –¿De verdad? –preguntó él con una sonrisa pícara.

      Fascinada, Lissa observó cómo arqueaba los labios hacia arriba. Eran unos labios gruesos y tentadores. Fue consciente de que se había inclinado más hacia él, así que se apartó y miró de nuevo hacia la ventana. Tal vez sí estuviera un poco borracha; desde luego se sentía un poco mareada. Imposible. No había bebido mucho, así que tenía que ser la falta de comida.

      –Sí –contestó ella con aspereza–. Y no pienses que puedes avasallarme para tener una cita por lo que te haya dicho Gina.

      Él se inclinó hacia delante en el asiento y se llevó las manos a la cabeza riéndose.

      –Oh, para –dijo ella–. No ha sido tan divertido… Estás insistiendo demasiado, y ya te he dicho que no tiene sentido.

      No dejó de reírse, y Lissa comenzó a preguntarse si habría algo en la broma que se estuviese perdiendo. Parecía encontrarla demasiado divertida. Y ella empezaba a sentir frío, experimentando deseos que tenía que controlar. Deseos de acercarse a un tipo del que sabía que le gustaba jugar. Haciendo un llamamiento a su dignidad, se puso en pie.

      –¿Vas a volver ahí dentro a divertirte? –preguntó él, levantándose también.

      Entonces se dio cuenta de lo alto que era. Ella no era baja, y con los tacones medía casi uno ochenta, pero aun así él le sacaba unos cinco centímetros. Tuvo que levantar la cabeza para mirar aquellos fabulosos ojos verdes. Al ver cómo él la observaba, inmediatamente supo que lo mejor sería apartar la mirada.

      –De hecho, creo que voy a irme a casa…

      –Buena idea –contestó él.

      Lissa volvió a mirarlo. No parecía arrogante, pero aun así ella se puso en guardia. Tenía que alejarse de allí. No, tenía que alejarse de él. ¿Acaso había subestimado la habilidad de Gina como casamentera? Aquel tipo hacía que se le acelerase el pulso.

      –Ha sido un placer conocerte por fin, Karl. Buenas noches –dijo educadamente y, sin pensar, estiró la mano para estrechársela. En cuanto sus manos se juntaron, se dio cuenta de su error. El contacto físico le produjo un torrente de electricidad que subió por el brazo hasta el corazón, provocándole un vuelco. Su mano era firme. Su piel, cálida y seca. Otro escalofrío recorrió su cuerpo, y los dos se quedaron ahí, mirándose el uno al otro. Se le aceleró el pulso y sintió la excitación en el estómago. Observó su mirada pícara y apartó la mano al instante. Murmuró una breve despedida y se dirigió hacia la puerta.

      Él observó cómo se alejaba. ¿Debería habérselo dicho? Probablemente, pero la tentación había resultado ser demasiado fuerte como para resistirse, y seguía siéndolo. Observó el pasillo vacío y entró, pero no se dirigió hacia la fiesta, sino hacia las escaleras a toda velocidad. Un ataque de lujuria. No había tenido uno tan fuerte… bueno, jamás, qué él recordara. Apenas llevaba tiempo de vuelta en su tierra natal y ya se sentía tentado por una Venus extranjera. Llegó al piso de abajo, incapaz de disimular la sonrisa cuando entró en el vestíbulo.

      Lissa respiró aliviada. No podía «tener un poco de diversión», como le había sugerido Gina. Aquél era un buen momento para escapar. Absorta en sus pensamientos, salió del ascensor y se topó con la figura que estaba de pie ante ella. Unas manos firmes la agarraron por los brazos, y sintió la nariz dolorida al golpearse contra aquel torso cubierto por un jersey de lana, que era lo único que podía ver.

      –Oh, lo… –dejó de hablar al levantar la cabeza y ver al hombre de los ojos verdes. Frunció el ceño al ver su sonrisa–. ¿Qué? –preguntó, incapaz de disimular su irritación.

      –Voy a llevarte a casa –dijo él con cierto tono de autoridad.

      –Me parece que no.

      –Claro que sí.

      –No puedes conducir –dijo Lissa frunciendo más el ceño–. Has estado bebiendo.

      –He tomado una copa en toda la noche y había comido antes. Estoy bien para conducir.

      –Mi madre me enseñó a no montarme en coches con desconocidos.

      –No СКАЧАТЬ