La educación superior en perspectiva lasallista. Fabio Orlando Neira Sánchez
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СКАЧАТЬ privilegios; otro favorece al Estado y sus intereses; el tercero se centra en el desarrollo integral y libre del individuo. A continuación se exponen los tres modelos; seguimos la descripción que de estos nos presenta el propio Wasserman:

      La universidad tradicional: […] surgió en Europa hace casi mil años. La primera que ostentó el título de ‘Universitas’ (en latín gremio) fue la de Bolonia. La llamaron Universitas Magistrorum et Scholarium, es decir el gremio de los maestros y los estudiantes.

      Los hijos de abogados estudiaban derecho; los de los médicos, medicina. Su objetivo era la instrucción de los jóvenes y la transferencia generacional de privilegios dentro de un grupo. Por la época surgieron otras universidades, como las de París y Oxford, fundadas por la Iglesia, y la de Salamanca, por el rey. Se multiplicaron en el continente con diversos gobiernos, pero con el mismo objetivo. (Wasserman, 2012)

      La universidad napoleónica: […] es una institución educativa para producir profesionales, con capacidad para atender a una población amplia. Es una universidad al servicio de la nación.

      Napoleón quien desarrolló la más emblemática de ellas, la usaba tanto para sus objetivos de expansión imperial como para los proyectos internos de construcción social. Este modelo ha sido adoptado por la mayoría de las sociedades con regímenes autoritarios durante los siglos XX y XXI. En ellas, con frecuencia, el “interés de la nación” se define ideológicamente por un líder o grupo. (Wasserman, 2012)

      La universidad humboldtiana (por uno de sus creadores Wilhelm von Humbolt): una universidad fuertemente financiada por el Estado, pero al servicio del individuo. Con un perfil de investigación y gran libertad para el estudiante y para el maestro, se afianzó en los países con gobiernos democráticos y sociedades abiertas. Tuvo un inmenso impulso con los sistemas universitarios europeos y estadounidenses. (Wasserman, 2012)

      Si miramos la multiplicidad de universidades que cubren el planeta, a primera vista podríamos decir que cada una es específica y única en sí misma. Pero si las examinamos con la lente de los modelos propuestos por la clasificación de Wasserman, es posible alinearlas más cerca de uno u otro modelo, o en una combinación de los tres con diversas intensidades. No es para nada extraño; todas beben en las mismas fuentes históricas de los siglos que las precedieron a través de los cuales se fue estructurando la universidad tal y como hoy la conocemos, como institución de educación superior y para lo superior.

      Finalmente, de la mirada crítica que de la historia universitaria hace Santos destacamos su esfuerzo por caracterizar la idea perenne de universidad, por precisar cuáles son sus fines; para ello se apoya en Karl Jaspers y en Ortega y Gasset. Del primero asume los tres grandes objetivos que este propone para la universidad, a saber: 1. La investigación, porque la verdad solo es accesible a quien la busca sistemáticamente. 2. El ser un centro de cultura, porque el campo de la verdad es mucho más amplio que el de la ciencia. 3. La enseñanza, porque la verdad debe ser transmitida; incluso la enseñanza de las aptitudes profesionales debe ser orientada hacia la formación integral. También retoma de Jaspers su definición de la misión de la universidad: “es el lugar en donde por concesión del Estado y de la sociedad una determinada época puede cultivar la más lúcida consciencia de sí misma. Sus miembros se congregan en ella con el único objetivo de buscar, incondicionalmente, la verdad y solo por amor a la verdad”. De Ortega y Gasset hace eco de su enumeración de las funciones de la universidad: transmisión de la cultura, enseñanza de las profesiones, investigación científica y educación de los nuevos hombres de ciencia (Santos, 2011, p. 226).

      Santos observa que no obstante las transformaciones contextuales tanto nacionales como globales a las cuales se ha visto avocada la universidad, esta ha conservado como fines fundamentales la investigación, la enseñanza y la prestación de servicios, complementándolos con la dimensión cultural y con los aspectos propiamente utilitarios y productivos. Pero a consecuencia del inmenso desarrollo universitario de las últimas décadas —aumento de su población estudiantil y de su cuerpo docente, aumento del número de universidades y de la expansión de la enseñanza y la investigación universitaria sobre nuevas áreas del saber— se ha generado una multiplicación de sus funciones.

      Para ejemplificar este último aserto reseña las diez funciones que en 1987 les atribuye el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sobre las universidades. Estas son: educación general postsecundaria, investigación, suministro de mano de obra calificada; educación y entrenamiento altamente especializados, fortalecimiento de la competitividad de la economía, mecanismos de selección para empleos de alto nivel, a través de la certificación, movilidad social para hijos e hijas de las familias proletarias, prestación de servicios a la región y a la comunidad local, paradigmas de aplicación de políticas nacionales (ejemplo: igualdad de oportunidades para mujeres y minorías raciales), preparación para los papeles de liderazgo social (Santos, 2011, p. 227).

      Concluye Santos su análisis advirtiendo sobre la acumulación de tensiones y contradicciones que constata a diario la sociología universitaria como consecuencia de ese cada vez mayor aumento de funciones, objetivos y fines que se le atribuyen a la universidad de hoy. En consecuencia, la idea perenne de universidad se ve cuestionada por nuevos desafíos que llevan a buscar transformaciones radicales del ser y del quehacer del ecosistema universitario.

      En tal sentido, las universidades se ven confrontadas por las cuestiones fundamentales que sacuden de un modo u otro al mundo de la educación, entre otras, los nuevos contextos culturales, los desarrollos científicos y tecnológicos, los diversos estilos de vida sociales, las búsquedas de los Estados de nuevas formas de gobernanza, y, en primerísimo lugar, el modo de ser de los estudiantes que llegan a sus aulas (la generación pantalla). Ante estos procesos de cambio todavía en marcha, es natural la reconsideración de los objetivos y de las funciones de las mismas universidades. Todos estos cambios hacen necesario redefinir la idea clásica de universidad.

      NUEVA IDEA DE UNIVERSIDAD PARA COLOMBIA

      Frente al planteamiento de la existencia de una idea de universidad cuya naturaleza e identidad esenciales comparten unas dimensiones básicas comunes, generales y universales con toda aquella institución que se precie de llevar tal nombre, tendríamos que afirmar que no existe una especie de idea de universidad específica colombiana sino una forma diferente de plantear, asumir y responder algunos interrogantes básicos que se ajustan más a nuestra especificidad geográfica, cultural, histórica, ideológica y política. Problemáticas y horizontes que asumen en nuestro contexto un nuevo replanteamiento de la idea universal de universidad, con posibilidades inéditas de profundización y tematización, otorgándole un sello característico particular.

      Pensar una identidad propia para una institución educadora en lo superior y para lo superior como lo es la universidad, la cual llegó de Europa, se implantó en América, se enriqueció con los desarrollos norteamericanos y rusos, y que busca su derrotero futuro hacia el siglo XXI en un país como Colombia, no es otra cosa que aceptar el reto de dejarse cuestionar y desafiar por la sociedad a la cual sirve y por el Estado que garantiza su autonomía, con el fin de responder a las novedosas, crecientes y complejas demandas del mundo contemporáneo.

      A lo anterior tenemos que agregar lo que Ospina (2013) escribe:

      La mayor parte de los países saben en lo esencial quiénes son, saben a qué tradición pertenecen; en cambio, en los últimos tiempos, el destino de Colombia ha sido secretamente envidiar a los que tienen conciencia clara de su origen y en esa medida una idea clara de su destino. No es extraño por ello que el país se debata, a comienzos del siglo XXI, en una desesperada búsqueda de su rostro futuro. (p. 13)

      Hasta ahora no ha sido fácil para los colombianos lograr proyectos de conjunto, porque lo particular siempre se ha impuesto a lo colectivo. Es la hora de contar con propósitos sociales comunes. En este sentido, СКАЧАТЬ