La educación superior en perspectiva lasallista. Fabio Orlando Neira Sánchez
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СКАЧАТЬ y, la tercera, que contará con autores e innovadores propios. Universidad que dentro de dos décadas no cuente entre sus profesores con un grupo significativo de autores ya posicionados y consolidados, o que hayan logrado crear patentes, inventos, novedades, no sobrevivirá, puesto que esto es condición sine qua non para mantenerse en un mundo competido donde otras instituciones también generan conocimiento e innovan. Universidad que dentro de cuatro lustros no siga soñando sueños nuevos en torno a proyectos de nación de los cuales hoy ni siquiera podemos avizorar tímidamente sus posibles rasgos, no tendrá nada que decirle a las nuevas generaciones, ni mucho menos tales jóvenes, en ese allá y entonces, vendrán a educarse en sus aulas. Universidad que en el año 2034 no mantenga una permanente y vital conversación con el patrimonio de la humanidad conformado por los clásicos de cada disciplina, de pronto subsistirá, pero haciendo eco al esnobismo ligero y carente de profundidad, nada trascendente y mucho menos formador en lo superior y para lo superior.

      En esta ocasión vamos a examinar de manera particular la cuestión de la conversación con las fuentes clásicas, campo de reflexión dentro del cual enmarcaremos la presente disertación. Como bien lo afirmara el helenista Murray (2013): “Los pocos libros verdaderamente grandes de la historia, los libros cuya belleza y vitalidad intelectual siguen conservando la capacidad de acelerarnos el pulso e inspirarnos al cabo de más de dos mil años tienen un valor especial para la humanidad y no debemos permitir que mueran. Sin embargo, morirán a menos que, generación tras generación, se los siga estudiando, amando y reinterpretando” (p. 9). Cada uno podría enumerar cuáles son esos libros y esos autores básicos, esenciales, indispensables de su ciencia que han marcado un hito en la conceptualización y el avance de esta, y que se constituyen en pilares, en bases, en fundamento de su ser y quehacer, de su identidad y naturaleza. Sin su lectura y estudio juiciosos, sin su apropiación crítica, sin ese diálogo íntimo y personal con ellos no hay dominio de un saber y mucho menos posibilidad de creación de nuevos derroteros.

      Saludable debate el que se da en los posgrados de la universidad al plantearse la posibilidad o no de generar conocimiento propio liberándolo de la dependencia del citar autores, no importa su mayor o menor prosapia académica, tras el noble propósito de lograr un pensamiento propio que responda a las problemáticas que aquejan a nuestra sociedad. El fondo de la cuestión radica no tanto en si se tienen en cuenta o no, sino en el tipo de abordaje que se haga de ellos —crítico, libre, independiente—. A mayor autonomía intelectual menos se requiere un pensamiento prestado, se camina en la libertad del espíritu pensante. Lo cual no quiere decir que se reniegue de la familia de discursos o de las tradiciones epistémicas que han construido un saber, para que él sea lo que hoy es. Sería arrogante pensar que se puede partir de cero y hacer a un lado siglos de desarrollo intelectual. Volver a las fuentes clásicas de cada área del conocimiento es un paso obligado de quien se sumerge en el hábitat universitario.

      El asunto en mención se puede enmarcar dentro de una problemática más amplia: la de nuestra identidad cultural. El filósofo colombiano Eudoro Rodríguez (2003) la plantea así: “¿Cuál es la identidad de América? ¿Qué es lo específico de nuestra cultura, de nuestra historia? ¿Cuál es nuestro aporte a la dinámica de la cultura universal? ¿Existe una especie de ‘ser latinoamericano’?” (p. 165). Se responde afirmando que no se trata de una especie de diferenciación esencial con otras culturas sino de una especie de identidad histórico-cultural que se fragua en la praxis, las tradiciones, la memoria histórica de nuestros pueblos y en el sentido de su historia. En consecuencia, al no tener todavía una sólida tradición cultural en todas las áreas del conocimiento, lo que contamos es con una serie de problemas y tareas no resueltos todavía. Esto nos debe llevar a buscar nuevas síntesis que aporten algo nuevo a partir de la simbiosis entre la tradición heredada y nuestras propias realidades. Concluye su argumentación advirtiendo sobre “la necesidad imperiosa de volver en busca de nuestras raíces en forma crítica, pues esa comprensión del pasado desde el presente y su proyección al futuro es la única lectura inteligente y fructífera de la historia” (p. 169).

      Haciendo memoria del devenir histórico de la Universidad de La Salle, su conversación con las fuentes lasallistas la ha venido haciendo permanentemente desde los orígenes de su fundación hace ya cincuenta años. Al estudioso le es posible rastrear tal cometido científico acudiendo a los documentos escritos, a las actas de los cuerpos colegiados —consejos, comités—, a las prácticas institucionales, a los acontecimientos, a los protagonistas que en distintas etapas de la historia institucional han releído y reactualizado los idearios lasallistas que nos legaron quienes nos precedieron, intentando responder la pregunta ¿qué es el lasallismo?, ¿qué significa ser universidad lasallista? o ¿cuál es la perspectiva lasallista de la educación superior?1 Tal cometido ha logrado darle un norte a los distintos planes institucionales de desarrollo con los que ha contado. Mas no es nuestro propósito en este momento el reconstruir históricamente sus hitos fundamentales. Queremos centrarnos en esta ocasión en nuestro hoy con mirada hacia el futuro y volver a poner en el foro de la discusión la pregunta de siempre, pero formulada de otra manera: Universidad lasallista, ¿qué dices de ti misma?

      LA IDEA DE UNIVERSIDAD

      Construir colegiadamente una idea de universidad lasallista apropiada para nuestro momento histórico no es otra cosa que recrear la secular idea de universidad. Idea entendida como la representación mental, la abstracción de lo esencial que caracteriza a la institución universitaria. Borrero (2008) habla de estilos o modos clásicos de ser universidad, Santos (2011) de la idea perenne de universidad y Wasserman (2012) de modelos de universidad. Estas son expresiones distintas basadas en un sustrato común: el devenir histórico de la universidad, por tanto equiparable respetando los matices que cada autor les confiere. Presentamos a continuación en apretada síntesis sus nociones fundamentales.

      La taxonomía de Borrero comprende cinco modos universitarios nacionales, es decir, filosofías universitarias, acordes, según los casos, con el interés particular de los Estados modernos, en cuanto la institución superior podría reportarles en beneficio del poder nacional ya fuera científico, político, administrativo, social, económico y militar. Tales cinco estilos o modos son:

      El napoleónico, que mediante leyes sitúa la universidad, profesionalizada, al servicio funcional del Imperio; no hay investigación, pues esta tarea le es negada a la universidad y es puesta en manos de las academias; el alemán, fruto del pensar filosófico pendiente de la investigación científica innovadora para enaltecer y fortalecer el Imperio prusiano; el británico, tan selectivo para enaltecer en cultura al gentleman miembro y conductor de la sociedad; el norteamericano, hijo del cruce entre la tradición universitaria inglesa y germana, es el modo de ser democrático, concebido fundamentalmente por Thomas Jefferson, afecto a la utilidad de la ciencia para el progreso económico; y el ruso, pariente por descendencia del francés y el alemán, es la universidad de Catalina, la cual devendrá en el soviético, moldeado en la fragua mental de Lenin después de la Revolución de Octubre; universidad “función” utilitarista en manos del Estado (Borrero, 2008, p. 662).

      Estos cinco modos clásicos de universidad se encuentran en la base del ser y del quehacer de todas las universidades del mundo, ciertamente con mezclas diversas y con acentos particulares, pero de los cuales no se puede prescindir. En su conjunto conforman el ethos profundo de la naturaleza universitaria. Cuando la universidad del presente se interroga sobre su futuro no puede dejar de acudir a estos sus ascendientes históricos y filosóficos. Sin embargo, Borrero (2008) sostiene en torno a su taxonomía que “todos los cinco estilos pueden haber olvidado a la persona, sujeto natural del derecho a educarse y de orientar los pasos de su vida social. La persona que no puede ser subyugada y destruida por el poder de la ciencia, creación de la inteligencia humana”; y más adelante concluye diciendo: “Hacia el hombre debe tender ante todo la filosofía universitaria del futuro, para que el hombre sea el señor de la ciencia —no su súbdito y víctima—, gestor de la cultura y del orden de la sociedad” (p. 663).

      La clasificación de Wasserman distingue tres modelos que se diferencian en sus intenciones últimas, su visión y sus compromisos con diversos СКАЧАТЬ