La extraña en mí. Antonio Ortiz
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Название: La extraña en mí

Автор: Antonio Ortiz

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

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isbn: 9789583062605

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СКАЧАТЬ lo hacía, pero así era.

      Mientras estábamos en una obra de teatro, fingí que estaba enferma y pedí permiso para ir a la enfermería. Mi directora de curso le pidió a Mariana que me acompañara. No cruzamos palabra durante el trayecto, pero al llegar a nuestro destino ella rompió el silencio.

      —No sé qué te he hecho, ni sé por qué me miras con odio, solo sé que muy dentro de ti hay una buena persona. Te admiro y te respeto, pero esa actitud que tienes solo te va a aislar y te vas a consumir en la soledad —dijo muy claramente, mientras me recostaba en la camilla.

      —¿Es todo o tienes algo más para decirme? —pregunté, con un aire de ironía.

      Solo me sonrió y frunció los labios como admitiendo que era un caso perdido. La enfermera me preguntó qué me pasaba y le dije que era el habitual cólico, por lo cual me dio agua aromática y me pidió que me recostara un rato.

      —Es una lástima que no puedas ver la obra; es para no perdérsela. Deberías ir —le dije, mirándola a los ojos.

      Ella trató de convencerme de que lo mejor era quedarse para hacerme compañía, pero logré que aceptara mi oferta por solo diez minutos. Con el panorama despejado, salí por otra puerta que llevaba a un patio secundario y, mientras todos estaban viendo la obra, logré llegar a nuestro salón, tomar la mochila de Manuela y… El resto se convertiría en un viacrucis para Mariana y su papá. No sé si de esta manera se rompió esa sólida confianza que había entre ellos, solo sé que creí haberme quitado un obstáculo del camino.

      Antes de salir hacia los buses que nos llevaban a casa, Manuela hizo un escándalo gigante al darse cuenta de que su preciado iPhone había desaparecido, e hizo dudar a las directivas del colegio de todos nosotros. El rector y los profesores nos hicieron formar afuera con nuestras mochilas. Como sabía que a María Paula Abril le encantaban los chismes y también le caía mal Mariana, de una manera muy diplomática e imperceptible le sugerí que seguramente el celular lo había robado alguien que hubiera tenido acceso a los baños o a la enfermería durante la obra. Mi querida amiga “Gollum” fue corriendo donde el rector y, para quedar muy bien, le hizo la misma sugerencia, por lo cual seis personas terminamos en la oficina del rector con nuestra mochila, mientras Manuela y unos profesores revisaban nuestros lockers. El rector nos empezó a hablar de la honestidad, diciendo que aquel que hubiese cometido semejante delito podía redimirse si entregaba el celular y que de esa manera no sufriría las consecuencias nefastas de una expulsión.

      Aunque en algún momento una parte de mí se arrepintió y quiso aclarar el asunto, en mi cabeza retumbaron las palabras de Mariana, que se clavaban como una espada en lo más profundo de mi orgullo. Cuando levanté la mano para decir la verdad, mis palabras fueron cambiadas por la Dama Oscura, quien de una forma desafiante simplemente dijo:

      —Si usted cree que en este colegio hay ladrones, debería perseguirlos y sacarlos, ya que de lo contrario vamos a ganarnos una fama de “hueco”. Marque al número y así sabrá que nosotros no lo tenemos.

      Mi mirada furiosa pareció tener efecto. El rector dejó escapar un suspiro y, ante semejante presión, miró a Manuela, quien para ese momento había terminado la búsqueda en los salones, y le pidió el número. Lentamente, sus dedos fueron digitando las cifras que lo llevarían a la evidencia. Mi corazón latía a dos mil por hora y mi respiración se agitó tanto que pensé que me iba a desmayar. Todos miramos mientras el rector ubicaba el teléfono en su oído y un silencio sepulcral llenó la oficina. Esperamos unos segundos y nada. Volvió a marcar, pero esta vez con el altavoz puesto. El maldito estaba apagado. En ese momento me sentí aliviada por un lado, pero frustrada por el otro. El rector solo nos dijo que lo lamentaba y que esperaba que entendiéramos la situación. Cuando estábamos bajando las escaleras, Manuela nos pidió que volviéramos.

      —Señor rector, no les han revisado las mochilas —dijo de forma vehemente.

      Volvimos a la oficina. Entre susurros y groserías cada uno debía pasar por la requisa.

      —Señorita de la Roche, ya que usted ha sido la que más ha protestado, la invito a que sea la primera —dijo el rector, con una sonrisa burlona.

      Sacaron todo de mi mochila, hasta la tapa de gaseosa que usaba para cortarme. Nada. Era de suponer que no encontrarían lo que buscaban. Muy lentamente empaqué todo mientras miraba a todos en la fila.

      —Ya se puede marchar, no hay nada más qué ver —indicó el rector.

      Mientras esperaba en el parqueadero, vi al papá de Mariana; se veía tranquilo, como si nada pasara. Me sorprendí cuando vi detrás de él a mi padre, quien fue a recogerme esa misma tarde. Tenía terapia y lo había olvidado por completo. Tuve que marcharme sin saber qué iba a suceder y, mientras estaba en el consultorio, mi cabeza se volvió un ocho tratando de pensar en los posibles escenarios.

      No pude hablar con María Paula Abril porque esa noche sus padres la llevaron a un concierto y nunca se conectó. Mi hermana estaba en un retiro espiritual y no llegaba sino hasta el fin de semana. Me desesperé y traté por todos los medios de averiguar qué sucedía. Volví a abrir mi cuenta de Facebook, pero extrañamente nadie mencionaba nada.

      * * *

      La sinceridad y honestidad son el principio de cualquier sociedad. Me enfrentaba a la incriminación de una persona inocente. Llegué sin saber qué sucedía y todo era un misterio. Delante de mí, en la oficina del rector, estaban mis padres, mi hermana, Mariana, Manuela, Carolina y la enfermera. Sabía que nada podía salir tan bien, pero, cuando lo hice, nunca pensé que las cosas iban a estar tan mal.

      —Yo te vi entrar al salón y poner el teléfono en la mochila de una inocente —dijo la enfermera, mientras mis padres lloraban con inmenso dolor.

      —Sabía que no debía confiar en ti. Eres mala, traicionera, y por eso siempre, siempre estarás sola —me gritó Mariana.

      —Qué vergüenza. Me siento muy desilusionada. Podremos tener la misma sangre, el mismo ADN, pero no somos iguales —continuó mi hermana mientras lloraba.

      —Tranquila. Sé por qué lo hiciste y te entiendo. Podrás ser gorda, fea y rara, pero no eres una ladrona —decía Carolina mientras me abrazaba.

      Abrí los ojos ahogada en llanto y entre lágrimas vi el rostro de mi mamá tratando de decirme algo que no entendía. Cuando agité la cabeza para despejar mi mente, me di cuenta de que estaba en mi cuarto y de que todo era un sueño. Mi madre se asustó bastante porque pensó que era otra crisis. Al siguiente día me reporté como enferma y no fui al colegio, pero, como era de esperar, las noticias de última hora las obtuve de mi mejor fuente. María Paula Abril me contó con detalles lo que había sucedido.

      * * *

      Mariana fue la penúltima persona a la que le revisaron la mochila; cuando la abrieron, el celular estaba allí. La enfermera y el jardinero corroboraron que después de dejarme en la enfermería, Mariana se había desviado hacia el salón y después se había dirigido al baño. Ella argumentó que solo había ido allá por una toalla higiénica, pero la evidencia era contundente. Su padre se sintió tan avergonzado que no fue necesario que la expulsaran del colegio.

      Mientras Abril me contaba el acontecimiento con cierto deleite, una lágrima atravesaba mi rostro. Por primera vez me dolía lo que estaba pasando. Recordé el abrazo entre esa niña y su padre, y pensé en el dolor que ambos estarían sintiendo. Sus palabras retumbaron en mi cabeza. Había aprendido de mi madre que solo los verdaderos amigos te dicen la verdad sin pensar en cuánto te duela. Mariana se había mostrado como una persona digna y valiente, СКАЧАТЬ