La extraña en mí. Antonio Ortiz
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La extraña en mí - Antonio Ortiz страница 5

Название: La extraña en mí

Автор: Antonio Ortiz

Издательство: Bookwire

Жанр: Изобразительное искусство, фотография

Серия:

isbn: 9789583062605

isbn:

СКАЧАТЬ abrí y pude ver cómo los labios de “Gollum” se acercaban a los míos sobre un rostro casi orgásmico. Me quedé petrificada y sin las fuerzas suficientes para huir. Un beso estalló en mi boca. No pude descifrar lo que sucedía mientras sentía que María Paula me rodeaba con los brazos. Sus besos se volvían más intensos, pero no respondí de ninguna manera. Era la primera vez que me besaban. Aunque no me considero lesbiana, debo confesar que los tres primeros besos no me incomodaron. El gatillo disparó el caos cuando su lengua intentó atravesar mi boca.

      Posesiva, obsesionada e intransigente: así es María Paula Abril. Cuando las cosas no le salen como ella quiere, se vale de artimañas para lograrlo. Ese descubrimiento lo haría en carne propia y, lo que comenzó como una terapia de recuperación significativa, se volvió una hecatombe de infinitas proporciones que haría que me entregara a los brazos de todas las desgracias y arrastrara conmigo a toda mi familia.

       Las personas son como la Luna:Siempre tienen un lado oscuro que no enseñan a nadie.

      Mark Twain

      REVISAR MI VIDA PASO A PASO y darme cuenta de que la mayor parte de ella está llena de dolor, parece ser un cruel inventario del mismo destino. Un año nuevo comienza y, aunque todos esperan que el futuro sea aún mejor, que todos los problemas se solucionen y que desaparezcan una a una las penas, sé por experiencia propia que a veces el pasado se devuelve como un búmeran. Tengo miedo de recordar, pero al mismo tiempo no quiero olvidar. Si olvido, entonces aquellos que están ahí afuera no tendrán esperanza, no podré prevenirlos y la historia se repetirá, ya no en mí, sino en todos los que no pueden ver a lo que se enfrentan.

      * * *

      Cuando tenía seis años hablaba sin parar y tenía sueños, muchos sueños que fui enterrando al ir creciendo; esas ilusiones de niña pequeña fueron quedando atrás en la amnesia de la vida. Muchas personas les preguntaban a mis padres a manera de chiste: “¿Dónde se apaga?”.

      Era muy elocuente y me encantaba ser el centro de atención. Sin embargo, en unas vacaciones en San Bernardo del Viento, un pueblo que está ubicado cerca del mar Caribe, en el norte de Colombia, y donde nació mi padre, conocí un silencio ensordecedor en el que me sumí y con el cual acallé la tormenta de pensamientos que vivía en mi cabeza. Viajábamos cada dos años a ese lugar a visitar a mis abuelos, pero lo extraño es que solo puedo recordar ese momento como quien ve una fotografía. Fue el año en el cual fuimos felices como familia, el año en que me embriagaba una alegría desbordante y ocultaba sin temor toda mi oscuridad. Sentada en la playa con Meli vimos un verdadero atardecer y, mientras el sol se ocultaba en un ritual celestial, mi mente se fundía con esa hermosa postal y con la música interpretada por las olas.

      En la casa de mis abuelos había algunos animales, entre ellos unos cerdos. Mi mamá, quien creció en una ciudad, se sentía incómoda con el calor, con la casa y con los animales. Estos últimos sentían que no eran de su agrado. Una tarde, mientras mi madre ayudaba a mi abuela a tender unas sábanas en el patio trasero, la mamá de todos los cerdos pequeños se sintió amenazada y empezó a correr detrás de ella. Mi madre gritaba y pedía ayuda como si ese día fuese el último que viviría, pero lo extraño es que nunca fue hacia el interior de la casa para tratar de esquivar a la bestia hambrienta y cruel que la perseguía. Solo corría en círculos y daba vueltas como un vaquero en un rodeo. Mi hermana, mis abuelos y yo nos ahogábamos en el llanto y el dolor causado por una risa incontrolable. Mi padre se nos unió, pero con la gran desventaja de tener que aguantarse la cantaleta de mi mamá por no haberla ayudado en ningún momento.

      Esa familia enmarcada en esa felicidad tan anhelada se diluyó poco a poco con el tiempo. La grieta del amor de mis padres se fue haciendo más grande y destruyó sus lazos de confianza y comunicación como pareja. Nosotras formábamos parte de un bote que naufragaba en un mar llamado vida, cuyas aguas se llevarían lo mejor de mí.

      * * *

      En clase, muchas veces me sentía triste, pero no dejaba que la tristeza ganara la batalla porque lograba obtener muy buenos resultados académicos. Sin embargo, no tenía tolerancia al fracaso y al obtener notas inferiores a noventa y cinco, me sentía indignada y vulnerada; poco a poco fui cediéndole espacio a esa melancolía. Traté muchas veces en vano de recordar ese sentimiento de felicidad, aquel que me había dado tantas lágrimas de alegría y que por un momento corto me dejaba saborear ese hermoso mundo del cual me alejaba cada día. Esa sombra se alimentaba de mis problemas e intensificaba mis angustias y mi dolor.

      * * *

      Los frecuentes viajes de mi padre y la dedicación de mi madre a su trabajo, no les dieron el espacio para rescatar el romance que agonizaba. Descubrí con pesar, a los ocho años, que mi padre había decidido que mi madre no sería más la musa de su inspiración. Mientras volvíamos de un almuerzo en las afueras de Bogotá, mi papá me permitió jugar con su teléfono, pero por error abrí las conversaciones de WhatsApp y pude ver que alguien más ocupaba su corazón. Según los diálogos y las fotografías, también su alma y su cuerpo. Sus “viajes” de negocios eran la excusa perfecta para irse a otro lugar y refugiarse en los brazos de la que, a la postre, sería mi madrastra.

      Esa vez, un silencio ensordecedor me devolvió todos los pensamientos; sentí que algo dentro de mí se deshacía y me hacía sentir que ya no tendría fuerzas para levantarme ni para comer. Mi respiración fue desapareciendo, mi visión se nubló, mi corazón latía en mi cabeza y, por un momento, me sentí desmayar. Cuando reaccioné, mis padres, en parte preocupados y en parte recriminando, me preguntaron la razón por la cual no había dicho que sentía ganas de expulsar el almuerzo dentro del auto. El olor era nauseabundo; vomité dos o tres veces y manché la intocable cojinería del auto.

      Me sentía traicionada por mi papá, abandonada y engañada. No sabía cómo mirarlo ni tampoco qué decirle. Fue entonces cuando, sin previo aviso, se cortó la comunicación entre los dos, la confianza hizo las maletas y se marchó para no volver. Aún lo seguía amando, pero me sentía desilusionada, ya que, aunque quería creerle cada palabra que me decía, sus ondas sonoras, sus besos, sus caricias y sus sonrisas sabían al trago amargo de las mentiras.

      Dejé de compartir todo con Meli porque, cuando le comenté lo que sucedía, simplemente no me creyó. Era lógico: ella siempre había sido la más cercana a mi padre y él había sido más que un héroe para ella. No sé si mi madre sospechaba o sabía algo sobre lo que sucedía, o si solamente lo dejó pasar. Me comencé a retraer y a aislar, pero mi comportamiento errático empezó a hacerme compañía.

      * * *

      Cuando estaba en octavo grado, unos años después de darme cuenta de las mentiras de mi padre, ingresó al colegio Mariana Riveros, una niña con gran capacidad intelectual. A medida que pasaban los días se hacía más evidente la competencia entre las dos. En todas las clases, durante el primer mes, le llevaba ventaja porque sabía cómo funcionaban las cosas en mi salón, pero hubo un momento en el que ella comenzó a obtener victoria tras victoria y entonces todos comenzaron a hacer comentarios que para mí eran hirientes.

      Recuerdo que ese día era tan gris y frío como todo lo que había en mi interior. La vi bajarse del auto de su papá, quien la acompañó hasta la entrada. Al despedirse, se fundieron en un abrazo, y un beso cálido se estampó en su frente; un “te amo” poco tímido rompió el bullicio mañanero y la rutina de ese día.

      María Paula Abril, que estaba cerca de mí, me preguntó si había visto un fantasma porque estaba pálida y mis ojos parecían dos lunas llenas.

      Nunca me hizo nada malo, nunca me criticó, ni me juzgó, pero yo la consideré más que una enemiga; ni siquiera sentía tanto odio por Carolina Cantor. Durante más de quince días preparé la estrategia para ya no sentirme así. En el colegio, muchas СКАЧАТЬ