Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio. Barbara Hannay
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Название: Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio

Автор: Barbara Hannay

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Omnibus Jazmin

isbn: 9788413489421

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СКАЧАТЬ aquí después del colegio de miércoles a viernes, ¿no te parece?

      –¿Estás segura?

      –Totalmente.

      El chico sonrió.

      –Eh, Joey, ven que te presente a la señorita Cuthbert.

      Rico giró el volante a la altura de una mansión con vistas al puerto en Sandy Point, un acomodado barrio de las afueras, y Neen se quedó boquiabierta.

      –¿Te criaste aquí?

      –¿Dónde pensabas que me había criado?

      –A juzgar por tu afición a hacer buenas obras, en un gueto.

      –Que no te oiga mi madre –dijo él con una media sonrisa.

      Esa sonrisa que podía ensancharle el corazón y llenarla de calidez. Aquella noche el magnetismo de Rico era imposible de negar. Lo había visto con sus trajes de chaqueta, todo serio y peripuesto y con unos vaqueros cubiertos de pintura con los que no parecía estar del todo a gusto. Pero aquella noche llevaba unos chinos color arena y un polo azul y… Aquella noche su masculinidad la abrumó y de pronto vio en él a un hombre con el que no le importaría pasar más tiempo. Una idea peligrosa.

      Los dos apartaron bruscamente la mirada al mismo tiempo, al darse cuenta de que llevaban observándose demasiado tiempo.

      –Vamos –gruñó–. Terminemos con esta cena.

      –Veo que esperas pasar una velada divertida…

      Él no contestó.

      Neen no tardó en simpatizar con la familia de Rico. Tenía dos hermanos mayores, ambos casados, que trabajaban en el restaurante familiar y estaban claramente contentos de hacerlo. Rico permaneció en un segundo plano, callado casi todo el tiempo. Neen recordó las frías miradas de Bonita, los comentarios cortantes que le había dedicado a su hijo en la cafetería y no le sorprendió que él se mostrara tan reservado. Pensó también en lo mucho que había disfrutado el viernes en la cocina y se preguntó por qué no le habrían permitido seguir los pasos de sus hermanos mayores.

      –¿Qué te parece mi comida, Neen? –preguntó Bonita mientras cenaban.

      –¡Deliciosa! Nunca había probado un escalope de ternera tan bueno.

      –Chicos, Neen tiene muy buena mano para los postres. Sí… –dijo señalando a Neen–, mis espías me han informado de tu tarta de queso, tu bizcocho de toffee y dátiles y tu tarta de lima –miró a Rico de soslayo–. Puede que trate de robártela para llevármela al restaurante.

      –¡Que no se te pase por la cabeza!

      –Puedo pagarle el doble de lo que le pagas tú.

      –Me he comprometido con Rico durante un año. Le he dado mi palabra, y el trabajo me resulta interesante –intervino Neen.

      –Tonterías. Si cambias de opinión…

      Rico se quedó mirando el plato y Neen reprimió un suspiro. ¿Por qué era tan tensa la relación con su familia? No había duda de que Rico era complicado, y Bonita dominante y autoritaria, pero ella parecía llevarse muy bien con sus hijos mayores. ¿Qué había hecho Rico para merecer la continua desaprobación de su madre?

      –Neen, ¿podrías imbuir algo de sentido común en mi hijo pequeño?

      Neen sintió cómo Rico se ponía tenso. Le dieron ganas de apretarle la mano por debajo de la mesa. Le parecía injusto que todos se pusieran en su contra. Especialmente, cuando se dejaba la piel en un trabajo tan desagradecido.

      –¿Sobre qué?

      –Sobre ese trabajo tan ridículo que tiene.

      Ella depositó el cuchillo y el tenedor sobre el plato.

      –¿Qué tiene de malo su trabajo?

      Era cierto que tenía que aprender a relajarse un poco, ¿pero no se daba cuenta su familia de lo importante que era su labor?

      –Trabaja con gentuza, con delincuentes.

      –Pensé que la había convencido de que los chicos que trabajan en la cafetería no son ni una cosa ni otra.

      –¡Ellos son la excepción! –exclamó Bonita mirando a Rico con dureza–. Debería haber sido médico. Tenía la inteligencia para ello y era el mayor deseo de su padre. Nos matamos a trabajar y nos apretamos el cinturón para costearle los estudios.

      Neen frunció el ceño y trató de desviar el tema de conversación.

      –¿Así que no crio a la familia en esta casa tan bonita?

      –Cielos, no –Bonita mencionó un barrio conocido por su alto índice de criminalidad–. Vivíamos ahí. Y cuando mi querido Nico murió le prometí que pagaría los estudios de medicina de Rico.

      El aludido se mantenía derecho y en silencio y Neen intentó cambiar de tema por segunda vez.

      –¿Qué edad tenían los chicos cuando murió su padre?

      –Rico solo tenía quince años.

      –Debe de haber sido terriblemente difícil para usted criar a tres adolescentes sola.

      El rostro de Bonita se hundió de repente.

      –Los fallé.

      –No lo hiciste –dijo Rico en voz baja pero con firmeza.

      –¿Ah sí, acaso fuiste a la Facultad de Medicina? –saltó ella con tanta amargura que hizo a Neen estremecer.

      –Creo que para ser médico hace falta una vocación muy fuerte. Seguro que usted prefiere verle feliz haciendo un trabajo que le encanta que desgraciado como médico. Y lo que hace es tan importante… Ayuda a mucha gente y…

      –¿Crees que es feliz? –preguntó Bonita cruzándose de brazos y fulminándola con la mirada.

      A Neen le dio un vuelco al corazón porque la respuesta a su pregunta era un rotundo no. Rico no era feliz. Lo miró. ¿Por qué no decía nada? ¿Por qué no se defendía?

      –Creo que Rico es un hombre adulto y libre de tomar sus propias decisiones, algo que deberíamos respetar.

      –Eres una buena chica, Neen, pero no eres madre.

      Después de ese comentario, no quedaba mucho que decir.

      –Ha sido divertido –dijo Neen cuando Rico salió con el coche del caminito de entrada de la casa de su madre y se dirigió a Bellerive, al otro lado del puerto.

      Rico sabía que estaba intentando hacerle sonreír, pero era incapaz de hacerlo. Pensó que la presencia de Neen aquella noche reprimiría las ganas de sermonear de su madre, pero en lugar de eso, las había empeorado. Y, como de costumbre, él había tenido que apretar los dientes y aguantar el chaparrón, porque había mucho de verdad en todo lo que decía. La había fallado, y era justo que pagara por ello.

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