Las almas rotas. Patricia Gibney
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Название: Las almas rotas

Автор: Patricia Gibney

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Lottie Parker

isbn: 9788418216077

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СКАЧАТЬ diré lo que quiero decir. Fiona no iba a casarse hasta mañana.

      * * *

      Después de ordenar que extrajeran una muestra de ADN a Alan Hughes y que lo llevaran a la comisaría para tomarle las huellas y hacerle un interrogatorio formal, Lottie buscó al padre Joe. Temblaba bajo la pesada parka, con la capucha bien ajustada alrededor de la cara. Lo reconocería en cualquier parte.

      —¿Qué te trae por aquí? —preguntó.

      —Las visitas de la tarde. Administrar a los enfermos es parte de mis deberes como sacerdote, ya sabes.

      —Pero esta no es tu parroquia —terció Lottie, y se masajeó las manos furiosamente para activar la circulación.

      —El padre Curran no podía venir hoy, así que me lo pidió a mí. Él es el sacerdote en esta zona, por cierto.

      —Vale. ¿Cómo te va?

      —Estoy bien. Me mantengo ocupado.

      Lottie sonrió y recordó todo lo que había tenido que soportar hacía dos años.

      —¿Conocías a la difunta?

      —No he visto el cuerpo, así que no podría jurarlo sobre la Biblia.

      —Se llamaba Fiona Heffernan. Era enfermera. —Lottie habría jurado que el rostro de Joe palideció—. ¿La conocías?

      —No puede ser Fiona. Es terrible. Me encontré con ella algunas veces durante mis rondas. —El padre Joe miró hacia el tejado, luego hacia el suelo, y sacudió la cabeza.

      —¿Cada cuánto vienes a visitar a los enfermos?

      —No muy a menudo. Creo que esta es la tercera o cuarta vez. Solo lo hago cuando el padre Curran me pide que lo sustituya. Deberías charlar con él. Vive en la casa parroquial junto a la iglesia, en el pueblo.

      —Vale, gracias. —Lottie divisó a Kirby, que bajaba del coche—. Será mejor que entre y comience con la investigación. Hablamos pronto.

      Joe sonrió; esa sonrisa que Lottie recordaba que le iluminaba los ojos.

      —¿Lottie? —dijo el sacerdote mientras la cogía de la manga cuando ella se volvió para marcharse—. Puedes hablar conmigo en cualquier momento, sobre cualquier cosa. Ya lo sabes.

      La inspectora asintió y se subió la capucha para esconder el rubor que le sonrosaba las mejillas. Tal vez debería hablar con él sobre el compromiso. O tal vez no. De todos modos, puesto que Boyd estaba divorciado, no se casaría por la iglesia. Para ella no habría vestido blanco, reflexionó mientras se alejaba.

      10

      El hotel Railway no era donde Steve O’Carroll había imaginado proseguir su carrera. Era como una espina del tamaño de una viga clavada en su angosto pecho. Su madre había soñado con que trabajara en un bufete, pero al final había quedado apenas en bufé. Había estudiado en King’s Inn, en Dublín, pero había suspendido los exámenes del último curso. No había sido culpa suya, de ninguna manera. Pero no podía explicar a nadie el verdadero motivo. Nadie habría creído que Steve O’Carroll había sufrido una crisis nerviosa. ¿Y ahora? Ahí estaba, dando órdenes a un imbécil tras la barra del hotel Railway en Ragmullin.

      —¿Qué haces? Ya te lo he dicho: el vino blanco va a la nevera, no el tinto. ¿Por qué no me escuchas? ¿Cuánto llevas trabajando aquí?

      —Dos semanas. —El barman tenía estrabismo, lo que hacía que pareciera que guiñaba el ojo constantemente. Steve ya había tenido bastante de guiños, gestos y codazos para toda su vida.

      —¿Cómo te llamabas?

      —Benny.

      —Benny, ¿eres daltónico? Si no entiendes la diferencia entre el vino blanco y el tinto, este trabajo no es para ti. Date prisa. Tenemos un convite nupcial mañana, y todavía tienes otra caja que descargar y estanterías que reponer. Quiero un inventario completo en una hora, ¿entendido?

      —Entendido.

      Steve apoyó los codos en la barra y la cabeza en las manos. ¿Por qué la vida era tan cabrona? Por no mencionar a la auténtica cabrona. Pero no pensaría en ella. Ya tenía suficiente con el banquete del día siguiente. Era uno pequeño, pero sus estándares eran altos. Sabía que las valoraciones de cinco estrellas en TripAdvisor traerían más clientes. Y, quizá, de una vez por todas, le consiguieran su billete de salida de esa mierda de ciudad.

      Bajó las manos y observó a Benny coger botellas de la caja para llenar el frigorífico. Era difícil encontrar a alguien con experiencia, y el currículum de Benny tenía buen aspecto. Tal vez debería haber comprobado las referencias antes de contratarlo.

      Cuando se giró para asegurarse de que habían traído los manteles blancos de lino de la lavandería, vio a un garda y a un hombre alto entrar por la puerta. En su cabeza brillaban los copos de nieve, y llevaba el pelo tan corto que Steve se preguntó qué número de cuchilla debía de usar. Su propio pelo castaño estaba recogido en una pulcra coleta en la base de la nuca. Sentía que le añadía un aire de misterio. No era algo que uno esperara encontrar en la cabeza de un subgerente de hotel, aunque solo fuera el Railway.

      Mientras el hombre se acercaba quitándose la chaqueta, Steve decidió que, si alguna vez se cortaba el pelo, se lo raparía por completo. Le gustaba el look. Simple y elegante.

      Sonrió, enderezó los hombros y se sacudió las solapas, esperando que no se viera ningún copo de caspa.

      —¿Puedo ayudarles, caballeros?

      —Me gustaría hablar con Steve O’Carroll.

      —Soy yo. —Señaló una mesita bajo la ventana con cuatro sillas alrededor—. Siéntense.

      —Nos quedaremos de pie, si no le importa.

      Al instante, Steve sintió que se le crispaban los nervios.

      —¿En qué puedo ayudarles?

      El hombre rapado consultó su teléfono y lo miró de nuevo.

      —Usted estaba prometido con Cara Dunne, ¿es eso correcto?

      —Así es. Gracias a Dios, ahora todo ha terminado.

      —¿Por qué dice eso?

      A Steve no le gustó su tono.

      —¿Por qué están aquí? —preguntó con cautela.

      —Lamento informarle que esta mañana se ha encontrado el cuerpo de Cara Dunne en su apartamento.

      —¿Cara? ¿Muerta? —Steve se mordió el labio. Quería sentarse, pero permaneció de pie—. ¿Me toma el pelo?

      —No tengo la costumbre de gastar bromas a gente que no conozco.

      —Pero… No lo comprendo. ¿Está muerta? ¿Cómo? ¿Qué ha ocurrido?

      —En СКАЧАТЬ