Las almas rotas. Patricia Gibney
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Название: Las almas rotas

Автор: Patricia Gibney

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Lottie Parker

isbn: 9788418216077

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СКАЧАТЬ ofrecí a ayudarte esta mañana, pero me dijiste que lo tenías bajo control.

      Lottie no podía discutir eso, porque era verdad. Su estúpida cabezonería le pasaba factura.

      Cuando levantó la vista, Boyd ya había regresado a la oficina principal y apagaba el ordenador mientras se ponía el abrigo. Sintió que una profunda sensación de soledad se alojaba en su pecho. La mantenía al margen de algo. ¿De qué y por qué? No tenía ni idea.

      Entonces sonó el teléfono.

      * * *

      Trevor Toner entró en el teatro, se puso rápidamente los zapatos de danza y se enroscó una toalla de velvetón al cuello. Se puso en pie y observó el escenario durante un momento. La coreografía no iba según lo previsto.

      —No, no, no —gritó, y avanzó hacia el escenario—. Otra vez desde el principio. Cinco, seis, siete, ocho…

      Miró a Shelly, su asistenta, y se sentó junto a ella, preguntándose para qué se molestaba. El espectáculo tenía que estrenarse la semana siguiente, y los ensayos parecían catapultarlo hacia atrás en vez de hacia delante. Esperó mientras la joven troupe se preparaba para comenzar e hizo una señal para que sonara la música. Shelly encendió el iPhone conectado a los altavoces y Wham! empezó a cantar a pleno pulmón «Wake Me Up Before You Go-Go». Suponía que sus aprendices nunca habían oído hablar de George Michael, menos aún de Wham!, pero eso no debía perjudicar la interpretación de una simple coreografía, aunque ese día parecía que tuviesen las piernas muertas.

      Miró con desesperación mientras las seis adolescentes y las dos niñas saltaban a destiempo y enterró la cara en la toalla.

      —¿Qué ocurre? —Shelly se le acercó más.

      —Esto es un desastre —aulló Trevor, incapaz de contener la histeria en su voz—. No estará listo a tiempo.

      —Siempre llegamos a tiempo. ¿Qué ha pasado con lo de «todo saldrá bien»?

      —Lo sé, lo sé. —Se volvió hacia ella—. Pero míralas, por favor.

      —Que no cunda el pánico. —Shelly se soltó la coleta y dejó que el pelo le colgara suelto sobre los hombros—. Necesito un descanso y tú, calmarte. —Colocó una mano sobre su brazo y la dejó allí, antes de añadir—: Voy a buscar un poco de agua.

      El coqueteo de Shelly le era indiferente. «Todavía no lo capta», pensó Trevor mientras la chica salía trotando por la puerta.

      Subió al escenario de un salto y dijo:

      —Esta es la última vez que os enseño la coreografía, ¿vale? —Gesticulaba salvajemente—. Bajad, mirad y aprended. De lo contrario, me iré y este espectáculo puede irse al diablo.

      Hacerse el malo en público no le salía de forma natural. Sabía que parecía un maniquí al que hubieran soltado en un escaparate mientras respiraba profundamente, a la espera de que el ritmo empezara a hacer efecto y la música le subiera por las venas. Se miró los pies para asegurarse de que estaba listo. Cuando levantó la vista, vio una sombra en el palco. Alguien avanzó por la primera fila antes de bajar el asiento y sentarse. Tal vez era un cazatalentos, pensó Trevor de forma irracional. Seguro que no, a estas alturas de su vida. A los treinta y seis ya era demasiado viejo para Broadway.

      Aun así, lo daría todo. Necesitaba demostrar a las niñas y a quien fuera que estuviera mirando cómo se bailaba.

      9

      La atmósfera era de una quietud escalofriante. Como la calma antes de una tormenta brutal. El trayecto a través del pueblo de Ballydoon había llevado a Lottie atrás en el tiempo. Una calle. Dos pubs. Una tienda solitaria que parecía vender de todo, desde un fardo de briquetas a un capuchino en un vaso de papel. Un letrero le indicó que había una escuela a la izquierda, más allá de la iglesia con el respectivo cementerio al otro lado de la calle. Una zona verde se extendía casi vacía, de no ser por una vieja bomba de agua en el centro, pintada de azul, que parecía fuera de lugar.

      La ventana cubierta de polvo y mugre de un garaje anunciaba, sin lugar a dudas, que el lugar llevaba tiempo cerrado. Los surtidores de gasolina estaban en desuso. El pueblo entero parecía agonizar, pidiendo a gritos su redención.

      La abadía de Ballydoon se encontraba al final de una carretera flanqueada a ambos lados por una hilera de árboles. Las ramas, cargadas de nieve, colgaban bajas sobre la traicionera avenida.

      Lottie levantó la vista hacia el tejado de la abadía y se fijó en el humo que flotaba en el aire mientras salía con dificultad por una chimenea. Hasta ese momento, su día había estado lleno de muerte y hojas de cálculo. No estaba segura de cuál de las dos cosas era peor. Al menos había conseguido que Boyd retrasara su partida alrededor de una hora porque lo quería en la escena para las observaciones iniciales.

      En el cordón interior, la figura boca abajo atrajo su mirada. Se fijó en el largo vestido que cubría el cuerpo. Era más blanco que la nieve medio derretida sobre la que yacía la mujer. No podía ser otra víctima vestida de novia, ¿verdad? «Mierda», pensó.

      Desde donde se encontraba, vio muy poca sangre. La joven yacía sobre el vientre, con la cara hacia un costado, y Lottie se preguntó por qué no había trozos de cerebro salpicados sobre la nieve. ¿Había muerto antes de caer?

      Mientras se ponía el traje protector, levantó la vista hacia el edificio. En esa zona tenía una altura de tres pisos, aunque en otras contaba solo con dos. Al lado y unida al inmueble se encontraba una pequeña capilla, con el techo de pizarra cubierto de una gruesa capa de nieve recién caída, todavía libre de las huellas de los pájaros que se acurrucaban en la veleta. Las ventanas estaban iluminadas, y una luz sobre una puerta dotaba de una tonalidad amarillenta los macabros procedimientos que se desarrollaban debajo. A su nariz llegó un inconfundible olor a comida frita, llevado por una brisa, y se preguntó si la cocina estaba cerca. Esperaba que el olor diluyera el hedor a muerte.

      Jim McGlynn, el jefe del equipo forense, había llegado antes que ella. Estaba ocupado gritando órdenes a su equipo; sus ojos la seguían, y casi la desafiaba a vulnerar la escena del crimen.

      —¿Es otro suicidio, Jim? —Su aliento permaneció en el aire como una niebla reticente. El forense había hecho bien en llegar tan rápido, y esperaba que hubiera dejado un equipo competente en Hill Point. Lottie conocía la importancia de la ciencia forense para establecer si se había cometido un crimen y conseguir pruebas contra un acusado. Si llegaban a ese punto.

      McGlynn la miró como diciendo: «¿Crees que hago magia?», pero permaneció callado.

      Boyd llegó junto a ella, se subió la cremallera del traje blanco y miró el cuerpo con ojos entrecerrados.

      —¿Lleva un vestido de novia?

      Lottie le lanzó la misma mirada que McGlynn le había dedicado a ella. Se dirigió al jefe del equipo forense.

      —¿Puedes darle la vuelta, por favor?

      —Inspectora Parker, intento hacer mi trabajo.

      —Si es un suicidio, ¿cuál es el problema?

      McGlynn se puso en cuclillas y observó el brazo desnudo СКАЧАТЬ