Название: Tiempo de espera
Автор: Jessica Hart
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Jazmín
isbn: 9788413752204
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—Lo que sea, no soy buena en ello –dijo Rosalind, desanimada—. Emma se ríe de mí, pero compré un libro sobre cuidados infantiles. Me pone tan nerviosa la posibilidad de hacerlo mal, que si Jamie estornuda, de inmediato consulto la sección de constipados –lo miró—. Es patético, ¿no?
Michael la observó de forma rara, y Rosalind de pronto deseó no haberle contado tanto. Esperó que él se burlara de su ignorancia, pero sólo fruncía el ceño.
—¿Jamie no tiene otros parientes con más experiencia con los niños que puedan ayudarte?
—La madre de Natasha vive en Los Ángeles. Vino para el funeral y sugirió la posibilidad de llevarse a Jamie con ella, pero tiene una vida social tan intensa que sé que lo pondría en manos de una niñera –la línea de su boca se endureció—. No pienso dejar que crezca como lo hice yo.
—¿No eras la pequeña que lo tenía todo?
—Salvo una madre –miró por la ventanilla—. Se marchó cuando yo tenía cuatro años.
—¿Te dejó? –pareció aturdido—. ¿Por qué?
—Era actriz –Rosalind mantuvo la voz ligera—. No especialmente buena, pero era tan hermosa que no importaba. Cuando recibió una oferta para irse a Hollywood, quedó convencida de que llegaría a ser una gran estrella. Pero un marido y una hija pequeña no eran adecuados para su imagen, así que se fue.
—¿Por qué no me contaste lo de tu madre cuando estábamos juntos? –preguntó él tras una pausa.
—Supongo que teníamos mejores cosas de qué hablar –se encogió de hombros—. En cualquier caso, por ese entonces no era una gran tragedia. Tenía a mi padre. Él trabajaba la mayor parte del tiempo, y lo veía poco, pero al menos sabía que estaba ahí. Jamie ni siquiera tiene eso –lo estudió con ojos intensos—. No pienso ponerlo en manos de niñeras para sacarlo los días señalados –afirmó con determinación—. No puedo ser su madre, pero puedo hacerle ver que estaré allí mientras me necesite.
—¿Y dónde encaja Simon Hungerford? –inquirió Michael—. ¿Su papel es el de ser una figura paternal para Jamie?
Rosalind titubeó un poco. Simon exhibía muy poco interés por Jamie, e incluso le costaba recordar su nombre. La mayor parte del tiempo lo llamaba «el niño». Esperaba que cambiara de parecer cuando llegara a conocerlo, igual que ella.
—Eso espero.
—¿Por eso te vas a casar con él? –las palabras sonaron como si se las hubieran sacado a la fuerza, y ella lo miró unos momentos antes de girar la cabeza.
—Es uno de los motivos.
—¿Cuáles son los otros? –preguntó con tono abrasivo.
Rosalind no respondió en el acto. Se preguntó qué diría Michael si le contaba que había abandonado la esperanza de encontrar a otro hombre que le hiciera sentir del modo que él lo había conseguido, y que había decidido conformarse con la segunda mejor opción.
—Nos entendemos –comentó al final, recordándose todas las razones por las que tenía sentido casarse con Simon—. Procede de un entorno similar al mío. Nos gusta hacer las mismas cosas –alzó los hombros en un gesto desvalido—. Formaremos un buen equipo.
—No me extraña que no te casaras conmigo –indicó con leve amargura—. No podrías haber afirmado ninguna de esas cosas de nosotros, ¿verdad?
—No –juntó las manos en el regazo y esperó sonar sosegada—. Tú y yo no teníamos nada en común.
Salvo el fuego que surgía entre ellos cada vez que se tocaban, la risa cuando él la tiraba en la cama después de una discusión, el breve e intenso júbilo al descubrirse mutuamente.
—Y, desde luego, no sucede lo mismo con Simon y tú –se burló Michael—. Debí haber supuesto que esperarías a alguien del entorno adecuado. ¡Sólo alguien tan rico como Simon Hungerford podría bastarte!
—No es por el dinero –protestó ella.
—¿No? ¿Sabe él que no crees en el amor?
Rosalind apretó tanto las manos que los nudillos se le pusieron blancos. ¿Por qué su compromiso, que había tenido tanto sentido, de pronto le parecía triste? ¿Y por qué le importaba lo que pensaba Michael?
—Sabe que no lo amo –repuso con voz firme.
—¿Y él te ama?
—No –respiró hondo—. No, pero me respeta. Nos llevamos bien. Nos sentimos… cómodos juntos.
—¿Cómodos? –Michael rió—. ¿Qué te ha sucedido, Rosalind? –inquirió con voz burlona—. Solías ser tan apasionada. ¡Resulta que lo único que deseas ahora es una taza de chocolate caliente y unas pantuflas!
—Quizá he crecido –contestó con frialdad.
—¿Crecido? ¡Es como si hubieras pasado de la adolescencia a la vejez!
—¡Al menos he superado la fase en que era lo bastante estúpida como para involucrarme con alguien como tú! –espetó—. La pasión está muy bien, pero no dura.
—No –coincidió él—. Tú me enseñaste eso.
—Tú sabes que jamás habría durado –comentó a la defensiva, deseando que no hubieran iniciado esa conversación—. Para empezar, los dos éramos muy jóvenes. Nunca quise tener una relación tan intensa. Sólo quería divertirme un poco. Pensé que sabías que eso era lo único que estaba preparada para ofrecer.
—Es evidente que no te conocía tan bien como Simon –manifestó Michael—. ¿Recibe él diversión al igual que respeto y comodidad?
—¡No es asunto tuyo!
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