Название: Tiempo de espera
Автор: Jessica Hart
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Jazmín
isbn: 9788413752204
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—No es tan fácil –protestó Rosalind.
—Roz está comprometida con Simon Hungerford –explicó Emma—. Habrás oído hablar de él.
—¿Hungerford? ¿El político?
—El mismo –corroboró su hermana.
Michael observó el rostro súbitamente acalorado de Rosalind.
—¿Simon Hungerford y tú? –preguntó despacio—. Sí, tiene sentido. Sólo alguien como él te bastaría. Los Hungerford son una de las pocas familias que pueden rivalizar con la tuya en riqueza, y he leído que en este momento Simon persigue el poder con la misma ambición implacable que el resto de su familia persigue el dinero. ¡Hacéis una buena pareja!
Rosalind se encogió interiormente ante el desprecio que notó en su voz, pero alzó la barbilla y se esforzó por no prestarle atención.
—Es muy difícil para Simon marcharse –intentó disculparlo—. Aunque no tuviera tantos compromisos, es demasiado conocido. Alguien terminaría por reconocerlo y entonces tendríamos a los periódicos encima, lo cual sería como poner un anuncio diciéndole a ese desconocido dónde estábamos.
—¿Lo ves? Debes ser tú, Michael –insistió Emma, ofreciendo el plato con las galletitas, pero él no estaba por la labor de sucumbir.
—Lo siento, Emma –ignoró las pastas—, pero en este momento ya tengo suficientes problemas como para actuar de guardaespaldas. Rosalind tiene un novio para protegerla, y si no está preparado para cuidarla por sí mismo, puede permitirse pagar a alguien para que lo haga por él. Yo tengo cosas más importantes que hacer.
Capítulo 2
HABÍA dicho que no.
Entonces, se preguntó con furia a la mañana siguiente, ¿por qué demonios iba por la M1 con Rosalind a su lado y Jamie dormido en el asiento de atrás del coche?
De no haber sido por esa maldita llamada telefónica, estaría solo, concentrado en volver a meter todos los recuerdos de ella en el cajón mental de «Gran Error». Cinco minutos más tarde y Rosalind se habría marchado y él habría podido continuar con su vida. Pero bebían café cuando sonó el teléfono móvil de ella.
Al principio, él no había prestado mucha atención. Jamie había derramado parte del zumo sobre la falda de Rosalind, y Emma y ella se habían incorporado en busca de un trapo para limpiar la tela y las manos del pequeño. El imperativo sonido del teléfono hizo que Rosalind se pusiera a buscar con nerviosismo el bolso, que había dejado en la mesa junto a la entrada.
—Debe ser Simon –le indicó a Emma—. Dijo que llamaría.
Irritado por tanto alboroto, Michael daba vueltas por el salón con la taza en la mano, preguntándose cómo podía esperar ocuparse de un niño cuando casi ni siquiera era capaz de ocuparse de un poco de zumo derramado. Pero algo en la cualidad del silencio reinante hizo que se volviera; dejó la taza sobre el televisor con tanta brusquedad que cayó por el borde.
Rosalind estaba inmóvil junto a la puerta, con el teléfono pegado al oído; miraba al frente con una expresión de tan absoluto terror que Michael sintió un nudo en la garganta.
Luego no tuvo recuerdo de haber cruzado la estancia para quitarle el teléfono de su mano floja.
—… sería una pena que le sucediera algo a un niño tan bonito, ¿verdad? –oyó, y comprendió lo que había querido decir Rosalind sobre la voz. Era curiosamente asexuada, y tan llena de maldad que se le puso la piel de gallina—. Verás, sé dónde estás. Sé que se encuentra contigo…
Michael había oído suficiente. Cortó la conexión y depositó el teléfono sobre la mesita con una mueca de desagrado. Emma parecía consternada, Jamie desconcertado y un poco ansioso, como si temiera que la atmósfera tensa fuera consecuencia del zumo que había tirado. Rosalind seguía con la vista clavada al frente, con los labios tan apretados que Michael pudo ver el esfuerzo que le costaba impedir que le temblaran.
Le tomó el brazo y la llevó de vuelta al sofá para que se sentara. Tenía rígido el cuerpo esbelto y, percibiendo su angustia, Jamie se apoyó en su rodilla. Ella lo abrazó con fuerza.
—Está bien, cariño, no tienes que preocuparte por nada –dijo con un poco de inseguridad, y entonces alzó los ojos y Michael se encontró mirando en sus titilantes y verdes profundidades.
—De acuerdo –se oyó decir él—. Mañana podéis venir conmigo a Yorkshire.
¿Por qué lo había dicho? Se recordó que no era asunto suyo. Se trataba de Rosalind, la reina de hielo en persona, y si alguien había aprendido a desconfiar de esos enormes ojos verdes, ése era él. Entonces, ¿por qué tuvo que mirarlo de esa manera para que se diera cuenta de que incluso después de todos esos años la idea de que ella pudiera estar herida o asustada le resultaba insoportable? No supo si quería conocer la respuesta.
«Al menos tuve el sentido común de establecer algunas condiciones», pensó mientras adelantaba un coche. Era evidente que Rosalind no había pensado más allá del hecho de convencerlo para que la llevara con él, y se quedó pasmada cuando le informó de que iba a tener que hacer algo sobre su aspecto.
—Deberás cambiar esa imagen –había afirmado—. En un pueblo de Yorkshire llamarías mucho la atención así. Nadie va a creer que eres la esposa de un arqueólogo si vas por ahí llevando ropa que, seguramente, cuesta la mitad de lo que gano al año.
Había esperado que protestara, pero dio la impresión de que Rosalind había decidido no tentar demasiado su suerte. Sin embargo, su expresión cuando Emma expuso la ropa que Michael la había enviado a comprar, resultó elocuente.
—¿No podría llevarme algunas de mis cosas? –rogó al levantar una falda de pana y mirarla con una mezcla de incredulidad y desagrado.
—Puedes llevarte los vaqueros y tu ropa interior, pero cualquier otra cosa que luzcas en público ha de salir de aquí –recalcó Michael, que aún seguía furioso consigo mismo.
—¡Pero pareceré tan anticuada!
—¡Eso es lo que buscamos, Rosalind! –exclamó con los dientes apretados—. Le pedí a Emma que te comprara ropa práctica que fuera adecuada para una madre corriente. Si quieres encajar con tu entorno para que nadie note tu presencia, tendrás que vestirte como todos los demás.
—Pensé que bastaría con que me presentaras como tu esposa –suspiró y dejó la falda sobre la mesa, con el resto de la ropa que había comprado Emma.
—Pues no. Si quieres llamar la atención, aparece como vas ahora. ¡Pero no esperes que le diga a nadie que tienes algo que ver conmigo! Y no es sólo cuestión de lo que te pongas. Será mejor que también hagas algo con tu pelo.
—¿Qué tiene mi pelo? –instintivamente se llevó las manos a la cabeza.
—Córtatelo –ordenó, sintiendo una perversa satisfacción al pensar en ella sin ese cabello glorioso, sedoso y brillante.
—¿Y si no lo hago? –se rebeló.
—No СКАЧАТЬ