Название: Reina de conveniencia
Автор: Natalie Anderson
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Bianca
isbn: 9788413489100
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Organizaba la agenda de Fiorella, respondía a mensajes y correos y organizaba casi todo sin tener que salir del apartamento que ocupaban en el campus. Era perfecto.
–Entonces ha pasado todos los controles de seguridad y ha demostrado ser capaz de satisfacer las demandas de mi familia.
Dio otro paso hacia ella.
Hester lo miró sin poder dar crédito.
–Además, es perfectamente plausible que nos hayamos conocido detrás de los muros de palacio –añadió–. Nadie puede saber lo que ha estado ocurriendo en la intimidad.
–Siento ser yo la que señale los fallos de su narrativa, pero nunca he estado en el palacio –puntualizó. No había ido a Triscari. De hecho, jamás había salido del país–. Y además, hemos compartido el mismo aire solo en otra ocasión, aparte de esta.
El príncipe Alek había acompañado a Fiorella a la universidad en lugar de su padre.
–Y esta es la primera vez que hemos hablado –concluyó, lo que en su opinión demostraba la imposibilidad de su proposición.
–Me halaga que haya llevado la cuenta –respondió con su sonrisa lobuna–, pero no es necesario que lo sepan los demás. Para la galería bien podría ser que las veces que he llamado, o venido a ver a Fi, haya sido una tapadera para venir a verla a usted –asintió despacio y se acercó todavía más–. Podría funcionar muy bien.
El enfado de Hester comenzó a crecer como la espuma. ¿Cómo podía creer ni por un segundo que aquello podía resultarle tan fácil? ¿Acaso estaba convencido de que se iba a plegar a sus deseos al instante? ¿Que incluso iba a sentirse halagada? Era un príncipe, sin duda acostumbrado a que la gente hiciera reverencias ante él y que se desviviera por satisfacer todos sus deseos. ¿Alguna vez le habrían dicho que no? Pues iba a ser interesante ver su reacción.
–Le agradezco la proposición, Alteza, pero la respuesta es no. ¿Le digo a su hermana que la esperará en su hotel de costumbre?
–No, porque no estoy allí sino aquí, y no se va a deshacer de mí… –frunció el ceño–. Discúlpeme, pero he olvidado su nombre.
¿En serio? ¿Le hablaba de casarse y ni siquiera sabía cómo se llamaba?
–Creo que nunca lo ha sabido. Hester Moss.
–Hester –dijo, y lo repitió un par de veces más, como si le estuviera dando vueltas en la boca para decidir su sabor–. Muy bien –otra sonrisa–. Yo soy Alek.
–Sé muy bien quién es, Alteza.
El príncipe la estaba observando como si se tratara de una nueva yegua para su famosa cuadra. Aquella condenada sonrisa no se desdibujaba, lo mismo que los hoyuelos que se le marcaban en las mejillas y, algo dentro de ella, una minúscula semilla que llevaba una eternidad aplastada por el peso de la pérdida y la presión germinó en un diminuto deseo de aventura.
–Yo creo que podría funcionar muy bien, Hester.
Oírle pronunciar su nombre fue como sentir su aliento en la piel. Estaba tan acostumbrado a salirse siempre con la suya… tan guapo, tan encantador, tan malcriado.
–Me da la sensación de que le gustan los chistes, pero a mí no me gusta ser el chiste de nadie –le dijo con la voz algo ahogada.
–Y no lo serías, pero lo que te propongo podría ser divertido.
–No necesito divertirme.
–¿Ah, no? ¿Y qué necesitas? –miró a su alrededor–. Necesitas dinero.
–¿Ah, sí?
–Todo el mundo normal lo necesita.
–Yo no. Tengo el suficiente –mintió.
La miró fijamente, y el escepticismo que le habían suscitado sus palabras se reflejó claramente en su mirada.
–Además –continuó–, tengo trabajo.
–Trabajas para mi hermana.
–Sí –contestó. Había percibido un tinte peligroso en su tono de voz y ladeó la cabeza–. ¿O es que va a hacer que me despida si no accedo a sus deseos?
Su sonrisa desapareció.
–Lo primero que debes aprender, y vas a tener que aprender muchas cosas, es que no soy un cerdo integral. ¿Por qué no escuchas mi propuesta completa antes de sacar conclusiones?
–No se me ha pasado por la cabeza que estuviera hablando en serio.
–Pues sí, lo estoy –dijo despacio, casi como si no pudiera creerse lo que estaba diciendo–. Quiero que te cases conmigo. Yo seré coronado Rey y tú llevarás una vida de lujo en el palacio –miró de nuevo su habitación antes de volverse a ella–. No carecerás de nada.
¿Tan miserable le parecía aquella habitación? ¿Cómo se atrevía a asumir que tenía carencias, cuando en aquel momento no deseaba absolutamente nada, ni en personas, ni en cosas? Era la verdad… aunque no toda la verdad, y aquella semillita engordó un poco más.
–¿No quiere pararse un poco y pensar lo que me está diciendo?
–Ya lo he pensado todo, y es un buen plan.
–Para usted quizás lo sea, pero a mí no me gusta que me digan lo que tengo que hacer.
Como tampoco la promesa del lujo le gustaba, o la idea de formar parte de algo que iba a involucrar a tantas personas.
Pero el príncipe se echó a reír.
–Mi hermana te dice constantemente lo que tienes que hacer.
–Eso es distinto. Ella me paga.
–Y yo te pagaré más. Te pagaré muy bien.
De algún modo, eso hacía que la proposición fuese mucho peor, pero por otro lado era el único modo en que podía haberse hecho: adquiriendo la forma de una propuesta de trabajo repulsiva.
–Estoy hablando de un matrimonio solo de nombre, Hester –le aclaró. Parecía estarse divirtiendo–. El sexo no es necesario. No te estoy pidiendo que te prostituyas.
Aquella sinceridad tan brutal la sorprendió, lo mismo que el calor que inesperadamente le corrió por las venas junto con un torrente de confusión y otras cosas que prefirió no examinar.
–¿Un heredero no forma parte de la ecuación?
–Afortunadamente ese no es otro requisito legal. Podemos divorciarnos transcurrido un tiempo. Para entonces СКАЧАТЬ