Название: Reina de conveniencia
Автор: Natalie Anderson
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Bianca
isbn: 9788413489100
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Nunca se había parado a pensar tal cosa, pero ella sola se había metido en aquel rincón discutiendo con él.
–Creo que pueden encontrarse algunos beneficios en una unión acordada.
–¿Beneficios? –repitió, enarcando las cejas–. ¿Qué beneficios podría haber en algo así?
Claro. ¿Cómo iba a querer que le cortaran el suministro incesante de mujeres?
–Si llegara a un acuerdo adecuado con una mujer adecuada… los dos sabrían dónde se estaban metiendo, y sería una decisión lógica y razonaba por el bien de su nación.
–¿Lógica y razonada? ¿Pero qué es usted? ¿Un androide?
Ojalá lo fuera en aquel momento. Era insoportable encontrarlo atractivo sabiendo lo mucho que le gustaba flirtear. Cuando un hombre estaba tan bendecido como él por los dioses de la belleza, los meros mortales como ella carecían de defensas ante él.
–Cuando sea rey, podrá pedir un cambio –sentenció, intentando cerrar una conversación que nunca debería haber empezado.
–Desde luego. Pero para ser rey, parece que tengo que casarme.
–Es una encrucijada para usted.
–Que carece de peso sobre mi capacidad para hacer mi trabajo. Es un anacronismo.
–Entonces, ¿por qué no llegar a un acuerdo con alguna de sus muchas amigas? –sugirió–. Estoy segura de que todas estarían encantadas de llevar el peso de ser su esposa.
Él volvió a reír.
–No crea que no me lo he planteado. El problema es que todas se lo tomarían demasiado en serio y esperarían un final feliz.
–Sí, imagino que eso debe ser un problema –se burló con sarcasmo.
–No para alguien como usted –replicó él, acercándose.
–¿Perdón?
–Usted entendería el arreglo perfectamente bien y tengo la impresión de que lo último que desearía sería un final feliz conmigo.
Demasiado sorprendida y dolida por sus palabras, respondió:
–No me imagino que eso pueda ser posible.
–¿Con alguien en particular o solo conmigo?
De pronto cayó en la cuenta de a quién acababa de insultar.
–Lo siento –dijo, y apretó los labios.
–No lo sienta. Tiene razón –contestó él, riendo de nuevo–. Lo difícil es encontrar a alguien que comprenda la situación y sus limitaciones, y que tenga la discreción necesaria para lograrlo.
–Una ardua tarea.
Ojalá se marchara. O la dejase marcharse a ella, porque aquello estaba empezando a ser peligroso. Él era peligroso.
La miró un momento antes de volverse a examinar de nuevo su mesa.
–Es usted la viva imagen de la discreción.
–¿Porque tengo la mesa ordenada?
–Porque es lo bastante lista como para comprender cómo sería un acuerdo semejante –se irguió para mirarla con arrogancia–. Y no tendríamos historia romántica que viniera a complicar las cosas. De hecho, creo que usted podría ser mi esposa perfecta.
Parecía estar disfrutando con aquello, desafiándola a sonreír y a que se uniera al chiste, pero a ella no le estaba resultando divertido en absoluto.
–No.
–¿Por qué no?
El humor desapareció de sus facciones, dejando solo fría especulación.
Peligroso, sin duda. Mucho más implacable de lo que su fachada relajada sugería.
–No habla en serio.
–Yo creo que sí.
–No –repitió, cruzándose de brazos a la altura de la cintura para no empezar a moverse con nerviosismo, para impedir que la tentación escapase a su control.
Porque ella nunca sentía tentaciones. En realidad, nunca sentía. Había estado muy ocupada intentando sobrevivir durante… durante mucho tiempo.
–¿Por qué no se toma un momento para pensarlo? –sugirió él sin dejar de mirarla.
–¿Qué es lo que tengo que pensar? Esto es absurdo.
–Yo creo que no –replicó con toda tranquilidad–. Creo que podría funcionar perfectamente.
–¿De verdad no le parece que debería tomárselo un poco más en serio, en lugar de proponérselo a la primera mujer con la que se ha encontrado hoy?
–¿Por qué no debería proponérselo a usted?
Hester respiró hondo.
–Nadie se creería que deseaba casarse conmigo.
–¿Por qué?
–Porque no me parezco en nada a las mujeres con las que suele salir.
Él volvió a mirarla de arriba abajo.
–No estoy de acuerdo. Es solo cuestión de ropa y maquillaje. De hacer un paquete atractivo.
–¿Humo y espejos? –se tragó la bilis que le había subido por el esófago porque sabía lo poco que al mundo le gustaba su envoltorio–. Yo no pertenezco a su mundo. No soy una princesa.
–¿Y? Eso no importa.
–Ni siquiera soy de su país –continuó–. No es lo que se espera de usted.
Él miró más allá, como si hubiera algo interesante en la pared.
–Haré lo que me obligan a hacer, pero no pueden dirigirlo todo. No quiero casarme con nadie, y menos aún con una princesa. Elegiré a quien yo quiera –sentenció y volvió a mirarla con arrogancia–. Será como un cuento de hadas.
–Lo que sería es increíble –replicó. No podía creerse que estuviesen teniendo aquella conversación.
–¿Por qué? ¿Cuánto tiempo lleva trabajando para Fi?
–Doce meses.
–Pero la conocía de antes.
–Sí. СКАЧАТЬ