Reina de conveniencia. Natalie Anderson
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Название: Reina de conveniencia

Автор: Natalie Anderson

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Bianca

isbn: 9788413489100

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СКАЧАТЬ tan enfadado que Hester sintió la tentación de enviarle un mensaje a Fiorella, aunque desobedecer tan a las claras una orden recibida no parecía buena idea. Siguió yendo y viniendo por la habitación, esquivando el escritorio de Hester, escrupulosamente ordenado.

      –¿Puedo ayudarlo en algo? –se ofreció, nerviosa. Con la princesa nunca se sentía así, pero es que no sabía bien cómo manejar a aquel hombre. Bueno, ni a aquel, ni a ningún otro.

      Él se detuvo y la miró atentamente, como si la viera por primera vez y Hester se sintió atrapada por sus ojos negros. No podría decir si eran enternecedores o estremecedores, pero sí que no podía apartar la mirada de ellos. De pronto cayó en la cuenta de lo absurdo de su pregunta. ¿Ella… ayudar al príncipe Alek… el príncipe de la noche, del pecado, del escándalo?

      Su teléfono vibró y contestó con impaciencia.

      –He dicho que no –espetó un instante después–. Ya he dicho que nada de boda. No voy a…

      Y lanzó una parrafada en italiano.

      Hester clavó la mirada en su mesa y deseó poder desaparecer, aunque era obvio que a él le importaba un comino su presencia.

      El mundo llevaba esperando su coronación desde que el anciano rey falleciera diez meses atrás, pero el príncipe playboy Alek había mostrado escaso interés en buscarse la esposa necesaria para que la coronación pudiera tener lugar. Ninguna de los cientos de listas de Las Diez Mejores Novias que se habían publicado en el mundo entero parecía haberle inspirado, como tampoco la impaciencia creciente de su pueblo. Aun así, el príncipe Alek no había reducido lo más mínimo su vida social. Más bien, al contrario. En el último mes, había sido fotografiado cada día con una mujer distinta, como si estuviera desafiando esa vieja ley que lo obligaba a sentar la cabeza.

      Mientras intentaba desesperadamente encontrar algo que decir, un ruido sordo salió del dormitorio del que ella había salido.

      –¿Qué ha sido eso? –preguntó él, ladeando la cabeza como el depredador que ha percibido el sonido inconfundible de una presa–. ¿Por qué no me ha permitido entrar en su habitación?

      –No ha sido nada…

      –Soy su hermano. ¿Qué me está ocultado? ¿Es que está ahí con algún hombre?

      Antes de que pudiera moverse, el príncipe abrió de par en par la puerta, como si aquel lugar fuera suyo. Se había detenido justo al otro lado de la puerta.

      –¿Qué demonios es eso?

      –Un gato aterrado –contestó, adelantándose con cuidado para no asustar más al animal que ya bufaba como una criatura salvaje.

      –¿Y qué hace aquí?

      –Cenar –lo tomó en brazos y abrió la ventana–. Al menos antes de que se abriera la puerta.

      –No me puedo creer que Fi tenga un gato como ese –dijo, contemplándolo con desprecio–. No es precisamente un Ruso Azul de pura sangre.

      Claro… ¿cómo iba a ver más allá del pelaje de aquel animal medio salvaje de capa grisácea y orejas desfiguradas?

      –Puede que no sea bonito, pero está solo y es vulnerable. Cena aquí todos los días –dijo, depositándolo en el alféizar.

      –¿Y cómo narices se baja de ahí? –preguntó, acercándose a la ventana para ver cómo el animal se desplazaba hasta el último escalón de la escalera de incendios para luego prácticamente volar los tres metros que lo separaban del suelo–. ¡Impresionante!

      –Sabe sobrevivir –respondió, pero de manera incontrolable la nariz comenzó a picarle y aunque parpadeó rápidamente, no pudo evitar su reacción habitual.

      –¿Ha estornudado? –se sorprendió–. ¿Es alérgica a los gatos?

      –¿Iba a dejarlo pasar hambre porque yo no sea adecuada para él?

      Y sacó un pañuelo de papel de la caja que había en la mesilla para sonarse la nariz. Pero al parecer el príncipe había perdido ya el interés porque estaba estudiando el estrecho dormitorio.

      –No tenía idea de que a Fi le gustase tanto el suspense –dijo, tomando uno de los libros que había junto a los pañuelos–. Creía que lo que más le iba eran los animales. ¿Cómo puede moverse en este espacio?

      La habitación, vista con sus ojos, debía ser una caja estrecha y blanca con una cama estrecha y blanca. Una pila de libros. Un gato. Un absoluto cliché.

      –¿Dónde tiene todas sus cosas? –preguntó, pasando la mano por la caja de madera que era el único objeto decorativo de la alcoba.

      –Es que no es el dormitorio de la princesa Fiorella. Es el mío.

      –¿Y por qué no lo ha dicho antes? –espetó, apartando el dedo con el que estaba recorriendo el dibujo labrado en la madera de la caja.

      –Porque entró antes de que tuviera ocasión de decir nada. Supongo que está acostumbrado a hacer lo que le da la gana –espetó, molesta.

      Pero cuando se dio cuenta de lo que había dicho, entrelazó las manos y mantuvo la cabeza alta. Ya no podía retirarlo, y hacía tiempo que había aprendido a no demostrar que sentía miedo ante personas que tenían poder sobre ella para que la dejaran en paz. Ya no mostraba una fachada de serenidad y seguridad, aunque fuera solo eso, fachada.

      El príncipe la miró sorprendido y en silencio, pero de pronto su expresión se transformó y se acompañó de una risa grave. Entonces fue Hester quien se sorprendió. Hoyuelos. En un hombre adulto. Unos hoyuelos preciosos.

      –Así que le parece que soy un malcriado, ¿eh? –le preguntó.

      Había pasado del mal humor a la risa en un abrir y cerrar de ojos.

      –¿Y no es cierto?

      –Yo diría que verse obligado a buscar esposa no es precisamente la definición de hacer lo que a uno se le viene en gana –contestó sin dejar de sonreír, y aquel gesto transformaba un rostro perfecto, haciéndolo pasar de hermoso a cálido y humano.

      –¿Se refiere a la coronación?

      No podía fingir no haber oído la conversación.

      –Sí, a mi coronación –repitió al tiempo que salía de la alcoba con parsimonia y tranquilidad–. No están dispuestos a cambiar esa estúpida ley.

      –Es tradición –contestó, y pasó junto a él para detenerse en el centro del pequeño salón–. Puede que haya algo atractivo en la estabilidad.

      –¿Estabilidad?

      Algo en aquella palabra le sonó pícaro y se volvió a mirarlo. ¡Le estaba examinando el trasero! Sintió una oleada de calor que le irritó no poder evitar, ya que ella no le interesaba en absoluto, pero aquel hombre tenía un impulso sexual tan fuerte que no podía evitar examinar a cualquier mujer que pasara a su lado.

      –La estabilidad de tener un monarca que no se distraiga por andar persiguiendo faldas.

      Él СКАЧАТЬ