Horizontes del cangrejo. Armando Valdés-Zamora
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Название: Horizontes del cangrejo

Автор: Armando Valdés-Zamora

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: LITERATURA

isbn: 9786075476094

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СКАЧАТЬ que acostumbrarse a la idea de que tú también te vas, le dijo.

      Muchos amigos de Aquiles se habían ido gracias a El Argonauta, el último, La serpiente emplumada, era la pareja de Aquiles y vivía con él y el maratonista. La Serpiente enseguida llamó a su amante para decirle que, en cuatro horas había llegado al norte brutal y revuelto, el vuelo por México fue según lo convenido, las plumas me sirvieron para algo, volveré con ellas de Moctezuma conquistador, querido, digo, de Quetzalcóatl reivindicado...

      El Argonauta se había convertido en alguien secretamente famoso por organizar a cambio de dólares escapadas marítimas hasta Miami. Sinesio y Melusina esperaban una tarde en la sala de su casa, cuando un resplandor aurífico – según él providencial – que emanaba del pelo de ella y de los músculos bronceados de las piernas, lo impulsaron a la conversación.

      Él, que todavía no poseía el tiempo de confianza necesario para contarle que su sueño más urgente era correr el maratón de Nueva York como su amigo Carvajal, le vio, en un gesto de descuido de su pelo sobre el rostro, los ojos verdes y un perfil de casi griega o insular suavidad mediterránea –esto imagino yo, como narrador de la historia, y no Georges, como personaje, por ejemplo, a quien ese tipo de belleza en pleno trópico le llevó a establecer paralelos con las célebres modelos de los Flandres belgas–, le hizo perder su seguridad de seductor callejero.

      Ella no le diría hasta una noche en que se encontrarían solos, traicionados por apurados navegantes que se habían tirado al mar sin prevenirlos, que el dinero para intentar irse en un barco lo había reunido tratando de complacer a una selecta colección de amantes; un italiano bombero en Milán, un vasco oficinista en una empresa de cosméticos, un holandés antiguo marinero mercante, y sobre todo Douglas, un fotógrafo canadiense que era el que más corría tras ella. Que no era de La Habana, sino de Santa Clara, que había venido a estudiar danza a la Escuela de Artes donde un novio actor la entusiasmó con el teatro, y decidió probar suerte en los grupos de danza-teatro que florecían en la capital. Tampoco le contaría ese primer día a Sinesio de la traición de su novio César. Durante meses él anduvo con una mexicana y preparó en secreto su partida. Cuando él se fue ella tuvo que arreglárselas para pagar el alquiler que compartían, dejó la danza y el teatro, y a la idea de salir a luchar por cualquier medio los dólares, le siguió la de querer irse.

      Poco después, en tardes de jogging y baños en la playa, los dos se fueron revelando entre lenguas entrelazadas y explicaciones prácticas de ejercicios de elasticidad, el secreto de él de vivir en casa de un amigo maricón, de buscar clientes extranjeros para venderles antigüedades, de haber perdido toda esperanza de viajar a otro país con el Equipo Nacional desde que su amigo Carvajal pidiera asilo en Nicaragua y se fuera después a Nueva York, y él pasara a integrar la lista negra de los deportistas aspirantes a quedarse por no haber denunciado las intenciones de su amigo. Ella su quimérico sueño de asistir un día a un concierto de Madonna y verla cantar y bailar “Material Girls”, con el traje rosado y los largos guantes hasta los codos, y un montón de bailarines asediándola, según el video en colores que vio en casa de una amiga cuando aprendía el estilo y los modales de su nuevo oficio.

      Hasta que una tarde en la costa, con el sentido práctico que el momento exigía, ella le anunció que estarían quince días sin verse. Daniel, el español de Vizcaya, me avisó anoche que llega mañana, tú sabes que irnos y ganar unos dólares está antes que todo lo demás...

      Sinesio no quiso que ella ese día lo acompañara a regresar en bicicleta. Prolongó las horas que pasaba sumergido mirando correr los peces entre las algas y relajando las cargas de kilómetros de sus piernas con el golpeo de las suaves olas del final del crepúsculo.

      —Hay plena luna esta noche, dijo Melusina sacudiéndose el pelo, y Sinesio vio unas gotas resistentes formando dos hileras de agua que penetraban en dirección a la entrada de su sexo insinuadamente bermejo.

      Georges se había ido por la tarde a Bruselas y el final de lo más difícil había parcialmente terminado. Melusina se puso de rodillas y se inclinó a besarlo. Hilachas del pelo rubio acariciaron la cara y los ojos ahora cerrados de Sinesio que pensó, sintiendo sus labios, que ya faltaba poco, coño, y ella está tan buena, y su viaje y después el mío están ahí, cerca.

      Continuaron besándose y aunque cambiaran constantemente de posiciones, Sinesio no pudo ver esa noche, ni siquiera con la luz de la luna, el tatuaje violáceo de una copa que Georges había grabado sobre la nalga izquierda de Melusina.

      —La próxima noche la pasaremos juntos en Brujas, le dijo Georges, entonces te grabaré la otra copa y te haré muchas fotos.

      La lengua de Sinesio descendía la espalda de Melusina como un diestro depredador de medianoche –hago un esfuerzo por comparar yo, el narrador–, y anunciaba en las sinuosidades claroscuras de su bajada, el asalto a su isla posterior. Cerrando los ojos ella maldijo tener que recordar, en medio del goce trasero de la lengua embarrada de miel de abeja de Sinesio, las punzadas del tatuaje de Georges en una casa colonial de Trinidad.

      II

      Aquiles y La Serpiente vendían cuadros, muebles, lámparas, jarrones, monedas, espejos, relojes, y todo cuanto pudiera considerarse una antigüedad con hipotético valor artístico. Como la competencia había aumentado a pesar de las prohibiciones oficiales, Sinesio era ideal en la búsqueda callejera de nuevos clientes, tomando además los riesgos de los primeros contactos y de las posibles denuncias de vigías al servicio del gobierno. De esta manera Sinesio fue el primero de los personajes de esta historia en conocer personalmente a Georges.

      Sentados en dos sillones muy cerca el uno del otro en una casa elegida para las entrevistas iniciales, Sinesio comenzó los primeros pasos de kilométricos bojeos dirigidos a adivinar si el recién llegado tenía o no un billete largo. Con Aquiles, Sinesio había aprendido a escrutar los detalles indiscretos de la indumentaria de los compradores. Según las instrucciones de su amigo y jefe, esos detalles se denunciaban en tres o cuatro objetos; el metal, los grabados y la figura de la fosforera, la suela y el material de los zapatos, y la forma y la marca del reloj y el bolígrafo, si era el cliente quien escribía algo sobre un papel.

      Sinesio se limitó a hacer una introducción sobre el arsenal de piezas con que contaban ese mes. Georges preguntó si podía fumar –claro, claro, sin problemas, dijo el maratonista, así puedo ver la fosforera, pensó–. La fosforera era dorada – ¿de oro? – y el cigarro no era un cigarro, sino un tabaco Romeo y Julieta. Sinesio buscó el reloj. Georges llevaba puesto un pullover blanco con un chaleco de anchos bolsillos de explorador de los años 20 y de un hombro colgaba la correa de una cámara fotográfica. El reloj era pequeño, rectangular y de manilla de cuero. No parece bueno, se dijo Sinesio, pensando en Seikos, Citizens, o el Rolex de pulsera metálica de Augusto, el cubano de Miami que viene a cada rato vía México a comprar los cuadros que queden en la isla de Amelia Pelaéz, Servando Cabrera y otros pintores cubanos.

      —No es un cuadro lo que busco por ahora, aclaró, sino una copa, es decir la escultura de algo que se puede considerar una copa.

      Sinesio se puso rápido para otra cosa porque se dio cuenta que el asunto quedaría directamente en manos de Aquiles –que coño sé yo de copas, las únicas copas que conozco son los trofeos de atletismo– y se le ocurrió, sin embargo, que, si el belga no es maricón puedo ocuparme de buscarle una niña, porque si lo es, mis socios se encargarán del resto.

      Dos días después Aquiles le aclararía las cosas. El belga no era homosexual, parecía tener muchísimo dinero, y no lo había jineteado nadie todavía. Ah, y lo de belga es relativo, él es hijo de española con francés, nació en España, pero pasó la mayor parte de su vida en París, hasta hace unos años, cuando se quedó viudo y se fue a vivir a Brujas, una ciudad de Bélgica que se considera СКАЧАТЬ