Название: Días de magia, noches de guerra
Автор: Clive Barker
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Abarat
isbn: 9788417525897
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—¡Vuela! —le gritó al zethek—. ¡O te volverá a meter en la caja! ¡Vamos, Methis! ¡Vuela!
Entonces se agarró con fuerza a la espalda de Methis como si le fuera la vida en ello.
Candy oyó el chasquido del látigo de Scattamun. Tenía buena puntería. Sintió una punzada de dolor alrededor de su muñeca, miró hacia abajo y vio que el látigo estaba enroscado en torno a ella y su mano tres o cuatro veces.
Dolía horrores, pero lo peor era que la hizo enfurecer. ¿Cómo se había atrevido ese hombre a alzar un látigo contra ella? Volvió a mirar por encima de su hombro.
—¡Tú… tú… engendro! —le gritó. Agarró el látigo con la mano, y por pura suerte, al mismo tiempo las alas batientes de Methis les alzaron a ambos en el aire. El látigo se soltó del agarre de Scattamun de un tirón.
—¡Oh, estúpido, eres un estúpido! —gritó la señora Scattamun, y agarró el mango del látigo que colgaba, mientras Candy se desembarazaba del otro extremo. Mientras Candy y Methis se alzaban en el aire, la señora Scattamun se tambaleó detrás de ellos entre las jaulas, reticente a soltar el látigo. Después de algunos pasos uno de los monstruos le izo la zancadilla con su pie de forma despreocupada y la hizo caer. Cayó con fuerza, y Candy dejó caer el látigo sobre la figura despatarrada. Seguía chillándole a su marido, con insultos que con cada sílaba se volvían más elaborados.
Puesto que el imperio de malformaciones de Scattamun no tenía techo, Candy y Methis pudieron alzarse libremente en un espiral que cada vez se hacía más ancho hasta que estuvieron quizá a quince metros sobre la isla. La escena de abajo se volvía más caótica por momentos. Los tres fugitivos de la zona de las bambalinas ya se habían adentrado en el espectáculo de bichos raros y pasaban por las otras jaulas para abrirlas con sus uñas y dedos, e incluso con sus ágiles colas.
A Candy le produjo una gran satisfacción ver cómo el pandemonio se intensificaba a medida que los miembros del bestiario de los Scattamun abrían sus jaulas y escapaban y golpeaban repetidamente a sus antiguos captores por las prisas de ser libres. Desde su elevada posición, Candy podía ver cómo las noticias de la fuga se extendían entre la multitud que paseaba por la rambla. Los padres inquietos tomaban a los niños en sus brazos mientras los gritos aumentaban:
—¡Los engendros se han escapado! ¡Los engendros se han escapado!
A medida que seguían ascendiendo, Candy oyó un ruido extraño proveniente de Methis y pensó por un momento que estaba enfermo. Pero el sonido que hacía, por extraño que pareciera, era simplemente risa.
Malingo, mientras tanto, se había refugiado detrás del puesto de Cerveza y Patata Dulce de Larval Peque, donde se había mantenido escondido de las miradas durante un rato, hasta que estuvo seguro de que no había peligro de ser capturado por el Hombre Entrecruzado. Había convencido a uno de los cocineros para que le llevara una jarra de cerveza roja y un trozo de tarta del peregrino, y estaba sentado entre los cubos de basura, bajando la tarta felizmente con la cerveza, cuando oyó a alguien allí cerca hablando con excitación sobre una chica que acababa de ver, volando por el cielo en las garras de un monstruo.
«Esa es mi Candy», pensó y, terminándose lo que le quedaba de la tarta del peregrino, oteó las nubes radiantes. No le llevó más de uno o dos minutos localizar a su señora. Estaba colgada de la espalda del zethek mientras volaban en dirección norte. Estaba muy feliz, naturalmente, de ver que no había caído víctima de Houlihan —cuyo paradero hacía un buen rato que había abandonado descubrir—, pero ver a su amiga haciéndose más y más pequeña mientras Methis la llevaba hacia el crepúsculo le hizo sentir miedo. No había estado solo en el mundo desde que había escapado de casa de Wolfswinkel. Siempre había tenido a Candy a su lado. Ahora debería ir a buscarla solo. No eran unas perspectivas felices.
Vio a la chica y a su montura alada minar incesantemente a causa de la suave penumbra del anochecer. Y después desapareció, y solo quedaron unas pocas estrellas, reluciendo de manera irregular en el cielo bajo que cubría Scoriae.
—Cuídate, mi señora —le dijo en voz baja—. No te preocupes. Estés donde estés… te encontraré.
Segunda parte
Cosas desatendidas, cosas olvidadas
¡La Hora! ¡La Hora! ¡La Hora en punto!
El Munkee escupe y los matorrales se achican
¿Y qué ha sido del poder del Padre
Sino lágrimas y turbación?
¡La Hora! ¡La Hora! ¡La Hora en punto!
Madre está enfadada y la leche está pasada,
Pero ayer encontré una flor
Que cantaba Anunciación.
Y cuando las Horas se vuelven Día,
Y todos los Días hayan acabado,
¿No veremos —exacto, ni tú ni yo—
Lo dulce y brillante que será la luz
Que viene de nuestra Creación?
Canción del Totemix
Capítulo 1
Dirección norte
La luminosidad del Infinito Carnaval de Babilonium no iluminaba todos los rincones de la isla, según pudo descubrir Candy al poco tiempo.
El zethek la condujo hasta una pendiente suave, al otro lado de la cual las luces estridentes de la fastuosidad, los desfiles, los carruseles y la psicodelia daban paso repentinamente al azul neblinoso de la noche temprana. El estruendo de la multitud y de las montañas rusas y de los charlatanes de las atracciones de feria se hacía más remoto. Pronto solo una ocasional ráfaga de viento traía consigo un toque de ese estruendo a los oídos de Candy, y después de un rato, ni siquiera eso. Ahora todo lo que oía era el chirrido de las alas del zethek y el ocasional rechinar sin encanto de la dificultosa respiración de la criatura.
Debajo de ellos, el paisaje era poco más que un descampado de tierra rojiza con algunos árboles solitarios desperdigados, todos ellos larguiruchos y desnutridos, con sombras que se alargaban hacia el este. De vez en cuando veía alguna alquería, con un par de campos cultivados al lado, y ganado acomodándose después de su ordeñado vespertino.
Aunque, por supuesto, allí siempre era la hora del crepúsculo, ¿no? Las estrellas nocturnas siempre se alzaban por el este; las flores se abrían para saludar a la luna. Sería una Hora agradable en la que vivir, con el día prácticamente acabado pero sin que la noche hubiera empezado. Era diferente, pensó ella, en el Carnaval. Allí las luces le prestaban al cielo una luminosidad falsa, y el estrépito ahuyentaba la doliente quietud que СКАЧАТЬ