Название: Días de magia, noches de guerra
Автор: Clive Barker
Издательство: Bookwire
Жанр: Книги для детей: прочее
Серия: Abarat
isbn: 9788417525897
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Pero habían ido al lugar indicado, de eso no había duda. Justo enfrente había un letrero de tela donde se leía espectáculo de bichos raros, y debajo de este, una fila de carteles de colores llamativos con una variedad de criaturas extravagantes pintadas toscamente. Una criatura con una ristra de brazos y tentáculos alrededor de su enorme cabeza; un chico con el cuerpo de reptil; una bestia con un compendio disparatado de piezas amontonadas de forma desordenada.
Al ver todo esto, Methis el zethek se dio cuenta rápidamente de qué le esperaba. Empezó a balancearse de un lado a otro de la jaula, maldiciendo obscenidades. La jaula rudimentaria tenía pinta de ir a romperse con sus ataques, pero demostró ser más fuerte que la furia de la criatura.
—¿Deberíamos compadecernos de él? —preguntó Candy.
—¿Después de lo que ha hecho? —dijo Galatea—. Creo que no. Nos hubiera matado a sangre fría si hubiera tenido la oportunidad.
—Supongo que tienes razón.
—Y arruinar el pescado de ese modo —dijo Malingo—. Pura malicia.
El zethek sabía que hablaban de él y guardó silencio, con la vista saltando de uno a otro, con miradas llenas de odio.
—Si las miradas mataran —murmuró Candy.
—Dejaremos que tú te encargues de la venta —le dijo Malingo a Skebble cuando se encontraron a pocos metros del espectáculo de bichos raros.
—Deberíais quedaros con algunas monedas para vosotros —dijo Mizzel—. Nunca podríamos haber capturado a la criatura de no ser por vosotros. Especialmente por Candy. ¡Dios mío! ¡Qué valor!
—No necesitamos dinero —dijo Candy—. Malingo tiene razón. Deberíamos dejar que vendierais la criatura vosotros.
Se detuvieron a pocos metros de la entrada del espectáculo de bichos raros para despedirse. No hacía mucho que se conocían, pero habían luchado por sus vidas codo con codo, de modo que había una intensidad en esa despedida que no hubiera habido si simplemente hubieran navegado juntos.
—Acercaros a la isla de Efreet una noche —dijo Skebble—. Nunca vemos el sol por allí, naturalmente, pero siempre seréis bien recibidos.
—Por supuesto, tenemos unas cuantas bestias viviendo por allí —dijo Mizzel—. Pero generalmente se quedan en la parte sur de la isla. Nuestra aldea está en el norte. Se llama Pigea.
—Lo recordaremos —dijo Candy.
—No, no lo haréis —dijo Galatea dibujando media sonrisa—. Solo seremos unos pescadores que conocisteis durante vuestras aventuras. Ni siquiera recordaréis nuestros nombres.
—Oh, ella se acuerda —dijo Malingo, mirando a Candy—. Más y más, ella se acuerda.
Era curioso decir algo así, sin duda, de modo que todos ignoraron su comentario, sonrieron y se fueron. La última vez que Candy miró atrás, el cuarteto estaba metiendo la jaula de Methis entre las cortinas del espectáculo de bichos raros.
—¿Crees que lo venderán? —dijo Candy.
—Estoy seguro de ello —contestó Malingo—. Es horrorosa, esa cosa. Y la gente paga dinero para ver cosas horrorosas, ¿no?
—Supongo que sí. ¿A qué te referías cuando has dicho eso de que yo me acuerdo?
Malingo miró sus pies y se mordió la lengua durante un rato. Finalmente dijo:
—No lo sé muy bien. Pero algo estás recordando, ¿no es así?
Candy asintió.
—Sí —dijo—. Solo que no sé qué.
Capítulo 8
Una vida en el teatro
Era la primera vez durante su viaje juntos que Candy y Malingo se daban cuenta de que tenían gustos diferentes. Hasta entonces habían viajado en sincronía, más o menos. Pero al enfrentarse a las aparentemente ilimitadas distracciones y entretenimientos de Babilonium se dieron cuenta de que no hacían tan buena pareja. Cuando Malingo quería ver al hombre lobo malabarista estrella de color verde, Candy deseaba montarse en el Profeta de la Destrucción. Cuando Candy había sido Destruida seis veces y quería sentarse tranquilamente para recuperar el aliento, Malingo estaba preparado para subirse a dar una vuelta en el Tren de los Espíritus Viaje al Infierno.
Así que decidieron separarse para satisfacer sus propios caprichos. Ocasionalmente, a pesar de la increíble densidad de la multitud, se volvían a encontrar, como hacen los amigos. Se tomaban un minuto o dos para intercambiar unas pocas palabras emocionadas sobre lo que habían visto o hecho, y después volvían a separarse para encontrar algún juego nuevo.
La tercera vez que sucedió, sin embargo, Malingo reapareció con los abanicos de piel curtida que tenía en la cara tiesos con orgullo y excitación. Dibujaba una absurda sonrisa.
—¡Mi señora! ¡Mi señora! —dijo—. ¡Tiene que venir a ver esto!
—¿Qué es?
—No puedo describirlo. ¡Tienes que venir!
Su excitación era contagiosa. Candy pospuso ver al Coro del Tabernáculo de Caracoles de Huffaker y le siguió entre la multitud hasta una carpa. No era una de las gigantescas, pero era lo bastante grande como para albergar varios cientos de personas. Dentro había unas treinta filas de bancos de madera, la mayoría de los cuales estaban ocupados por un público entretenido por una obra que se estaba representando en escena.
—¡Siéntate! ¡Siéntate! —Malingo le instó—. ¡Tienes que verlo!
Candy se sentó en el extremo de un banco abarrotado. No había ningún sitio para Malingo allí cerca, de modo que permaneció de pie.
El escenario de la obra era simplemente una larga sala atestada en exceso de libros, adornos antiguos y muebles rocambolescos, cuyos brazos y patas presentaban esculpidas las cabezas ceñudas y garras tremendas de monstruos abaratianos. Todo ello era una pura ilusión teatral, sin duda; la mayor parte de la habitación estaba pintada en una tela, y los detalles de la decoración también estaban pintados. Como resultado, nada de eso era muy sólido. El escenario al completo temblaba cuando un miembro del reparto daba un portazo o abría una ventana. Y sucedía muchas veces. La obra era una comedia disparatada, con actores que actuaban de forma desenfrenada, gritando y lanzándose de un lado para otro como payasos en la arena de un circo.
El público reía СКАЧАТЬ