Название: Siddhartha - De Hermann Hesse (EDICIÓN EXTENDIDA)
Автор: Libros Clasicos
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9783965449015
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"Sí —decía para sí, con la cabeza humillada—, ¿qué queda de todo lo que nos parecía santo? ¿Qué queda? ¿Qué se conserva?" Y movió la cabeza.
Una vez, cuando ambos jóvenes llevaban viviendo unos tres años con los samanas y habían tomado parte en todas sus prácticas, llegó hasta ellos por diversos caminos y rodeos una noticia, un rumor, una leyenda: había aparecido uno, llamado Gotama, el Sublime, el Buda, el cual había vencido en sí el dolor del mundo y había sujetado la rueda de las reencarnaciones. Recorría los campos enseñando a las gentes, rodeado de jóvenes, sin poseer nada, sin patria, sin mujer, envuelto en el manto amarillo de los ascetas, pero con la frente radiante, como un bienaventurado, y los brahmanes y los príncipes se inclinaban ante él y se convertían en discípulos suyos.
Esta leyenda, este rumor, esta fábula, resonaba por todas partes, exhalaba su aroma aquí y allá; en las ciudades hablaban de él los brahmanes; en el bosque, los samanas; cada vez penetraba más el nombre de Gotama, el Buda; en los oídos de los jóvenes, para bien y para mal, en alabanzas y en injurias.
Como cuando en una comarca reina la peste y se difunde la nueva de que hay un hombre, un sabio, un perito, cuya palabra y aliento basta para librar a cualquiera de la epidemia, e igual que este rumor atraviesa todo el país y todos hablan de ello, muchos creen, muchos dudan, pero muchos también son los que se ponen al punto en camino para ir en busca del Sabio, del Salvador, así recorrió la región aquella nueva, aquella perfumada leyenda de Gotama, el Buda, el Sabio de la descendencia de Sakya. Según los creyentes, poseía los más altos conocimientos, recordaba su encarnación anterior, había alcanzado el Nirvana y ya no volvería a entrar en el círculo ni se hundiría en la turbia corriente de la transmigración. Se decían de él cosas increíbles y maravillosas: que había hecho milagros, que había vencido al demonio, que había hablado con los dioses.
Pero sus enemigos y los incrédulos decían que este tal Gotama era un embaucador, que pasaba los días en una vida de delicias, que despreciaba los sacrificios, que carecía de instrucción y no conocía ni los ejercicios ni la mortificación.
Dulcemente sonaba la leyenda de Buda; estas nuevas exhalaban cierto encanto. El mundo estaba enfermo, la vida era difícil de soportar, y ved que aquí parece brotar una fuente, aquí parece oírse la llamada de un mensajero llena de consuelo, dulce, llena de nobles promesas. Por todas partes donde resonaba el rumor de Buda, por toda la India, escuchaban los jóvenes, sentían añoranza, alentaban esperanzas, y entre los hijos de los brahmanes de las ciudades y aldeas cualquier peregrino era muy bien recibido si traía noticias de él, del Sublime, del Sakyamuni.
También había llegado hasta los samanas del bosque, hasta Siddhartha, hasta Govinda, la leyenda, lentamente, a gotas, cada gota preñada de esperanzas, cada gota llena de dudas. Hablaban poco de ello, pues el anciano de los samanas era poco amigo de esta leyenda. Había sabido que aquel pretendido Buda había sido antes un asceta y había vivido en el bosque, y luego se había entregado a la buena vida y a los placeres del mundo y no daba mucha importancia a este Gotama.
–¡Oh Siddhartha!– dijo un día Govinda a su amigo–. Hoy estuve en la aldea y un brahmán me invitó a entrar en su casa, y en su casa estaba el hijo de un brahmán de Magadha, el cual ha visto con sus propios ojos al Buda y ha escuchado sus enseñanzas. En verdad que entonces sentí un dolor en el pecho,y pensé para mí: "¡Ojalá pudiera yo también, ojalá pudiéramos ambos, Siddhartha y yo, conocer la hora en que recibiéramos lección de la boca de aquel bienaventurado!" Di, amigo, ¿no podríamos ir nosotros también a su encuentro y escuchar de los labios del Buda la lección?
Habló Siddhartha:
—Siempre, ¡oh Govinda!, he pensado que Govinda permanecería entre los samanas, siempre he creído que su meta era llegar a los sesenta o a los setenta, practicando siempre las reglas y ejercicios que adornan a los samanas. Pero mira: yo conocí poco a Govinda, sabía poco de su corazón. De modo que ahora quieres, mi fiel amigo, tomar la senda y llegar hasta allí donde el Buda enseña su doctrina.
Habló Govinda:
—Te gusta bromear. ¡Puedes bromear cuanto quieras, Siddhartha! Pero ¿no te ha venido en gana, no ha despertado en ti el deseo de escuchar esta doctrina? ¿Y no me has dicho en otra ocasión que no seguirías por más tiempo el camino de los samanas?
Sonrió Siddhartha a su manera, con lo que el tono de su voz adquirió un matiz de tristeza y una sombra de mofa, y dijo:
—Bien has dicho, Govinda, bien has dicho y bien has recordado. Sin embargo, también deberías recordar lo otro que a mí me oíste, es decir, que estoy cansado y desconfío de todas las doctrinas y enseñanzas y que es poca mi fe en las palabras de los maestros que llegan hasta nosotros. Mas, ¡ea, querido!, estoy dispuesto a escuchar aquellas enseñanzas, aunque creo de todo corazón que el mejor fruto de ellas ya lo hemos saboreado.
Habló Govinda:
—Tu buena disposición regocija mi corazón. Pero dime, ¿cómo es posible que antes de escuchar la doctrina del Gotama hayamos gustado ya sus mejores frutos?
Habló Siddhartha:
—¡Gocemos de este fruto y esperemos lo demás, oh Govinda! Pero este fruto que ya hemos de agradecer al Gotama, ¡consiste en que nos llama para sacarnos de entre los samanas! Si nos ha de dar otras cosas y algo mejor, ¡oh amigo!, esperemos en ello con corazón tranquilo.
Aquel mismo día, dio a conocer Siddhartha al anciano de los samanas su decisión de dejarlos. Se lo dio a conocer con la cortesía y humildad que conviene a un joven y a un alumno. Pero el samana se llenó de enojo al ver que los dos jóvenes querían abandonarlos, y habló descompuestamente y profirió groseros insultos.
Govinda estaba asustado y perplejo, pero Siddhartha se inclinó sobre el oído de Govinda y susurró:
—Ahora quiero demostrar al viejo que he aprendido algo entre ellos.
Mientras se acercaba al samana, con el alma concentrada prendió la mirada del anciano con la suya, le hechizó, le hizo callar, se apropió de su voluntad, le impuso la suya, le ordenó que hiciera silenciosamente lo que le pedía. El anciano quedó mudo, sus ojos miraban fijamente, su voluntad estaba paralizada, sus brazos pendían inertes, estaba sin fuerzas, preso en el encanto de Siddhartha.
Pero los pensamientos de Siddhartha se habían apoderado de los del samana, y este debía hacer todo lo que el otro le ordenara. Y así, el anciano se inclinó varias veces, hizo ademán de bendecirlos una y otra vez y pronunció, vacilante, una piadosa oración de despedida. Y los jóvenes respondieron agradecidos a las inclinaciones, a los votos de ventura, y salieron de allí saludando.
Por el camino, dijo Govinda:
—¡Oh Siddhartha!, has aprendido con los samanas más de lo que yo creía. Es muy difícil, dificilísimo, hechizar a un viejo samana. En verdad que si te hubieras quedado allí habrías aprendido pronto a caminar sobre las aguas.
—No codicio el andar sobre el agua— dijo Siddhartha—. Que los viejos samanas se den por contentos con semejantes artes.
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