Название: Siddhartha - De Hermann Hesse (EDICIÓN EXTENDIDA)
Автор: Libros Clasicos
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9783965449015
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¡Ah, nadie le mostraba este camino, nadie lo conocía, ni el padre, ni los maestros y sabios, ni las santas canciones de los sacrificios! Todo lo sabían los brahmanes y sus libros santos; ellos lo sabían todo, por todo se habían preocupado, por la creación del mundo, por la conversación, el alimento, el inspirar y el espirar, la ordenación de los sentidos, los hechos de los dioses. Sabían infinitamente mucho; pero ¿de qué valía saber todo esto si ignoraban el Uno y lo Único, lo Más Importante, lo Único Importante?
Cierto que muchos versos de los libros sagrados, que los Upanishadas del Sama-Veda, hablaban de este Más Íntimo y Último en versos magníficos:
"Tu alma es todo el mundo", estaba allí escrito, y escrito estaba también que el hombre que duerme en el sueño profundo se acerca a su Más Íntimo y habita en Atman. En estos versos se encerraba una ciencia maravillosa, todo el saber de los más sabios estaba aquí concentrado en mágicas palabras, puro como la miel recolectada por las abejas. No, no era de despreciar el cúmulo de conocimientos reunidos y conservados aquí por toda una serie de generaciones de sabios brahmanes. Pero ¿dónde estaban los brahmanes, dónde los sacerdotes, dónde los sabios o penitentes que habían logrado no simplemente saber, sino vivir, toda esta ciencia profundísima? ¿Dónde estaba el conocedor que habiendo reposado en Atman durante el sueño mostrara sus maravillas durante la vigilia, la vida, el andar, el hablar y las acciones?
Siddhartha conocía a muchos venerables brahmanes, a su padre ante todos, el puro, el sabio, el más venerable. Su padre era digno de admiración, serena y noble era su conducta, pura su vida, sabia su palabra, sutiles y profundos pensamientos habitaban en su frente; pero también él, que tanto sabía, ¿vivía feliz? ¿Tenía paz? ¿No era también un buscador, un sediento? ¿No tenía que estar siempre buscando en las fuentes sagradas y beber en ellas como un sediento, en los sacrificios, en los libros, en los diálogos de los brahmanes? ¿Por qué había de afanarse cada día en la purificación, él, el incensurable? ¿No estaba Atman en él, no manaba en su corazón la fuente ancestral? ¡Había que buscar esta fuente ancestral en el propio yo, había que apropiársela! Todo lo demás era vagar, inquirir, errar.
Así eran los pensamientos de Siddhartha, esta era su sed, estos sus dolores.
Recitaba a menudo para sí estas palabras de una Chandogya- Upanishada: "En verdad, el nombre del brahmán es Satyam; cierto que quien sabe esto entra a diario en el mundo celestial."
El mundo celestial brillaba cercano a menudo, pero nadie lo había alcanzado del todo, nadie había apagado la última sed. Y de todos los sabios y sapientísimos varones que él conocía y cuyas enseñanzas había recibido, ninguno de todos ellos había alcanzado del todo el mundo celestial que había de aplacarles la eterna sed.
—Govinda —dijo Siddhartha a su amigo—, Govinda, querido, ven conmigo bajo el banano, procuremos meditar.
Se iban bajo el banano, se sentaban en el suelo: aquí,
Siddhartha, veinte pasos más allá, Govinda. Mientras se sentaba, dispuesto a recitar el Om, Siddhartha repetía murmurando estos versos:
Om es el arco; la flecha, el alma;
Brhama es de la flecha el blanco,
que debe alcanzar infaliblemente.
Cuando hubo transcurrido el tiempo acostumbrado de los ejercicios de meditación, Govinda se levantó. Había llegado la noche, era hora de las abluciones vespertinas. Gritó el nombre de Siddhartha. Siddhartha no respondió. Siddhartha estaba ensimismado, sus ojos miraban fijamente a un punto muy lejano, la punta de su lengua asomaba un poco entre los dientes, parecía no respirar. Estaba sentado, completamente extasiado, pensando en Om; su alma, como flecha, había partido hacia Brahma.
Una vez pasaron por la ciudad de Siddhartha unos samanas, ascetas peregrinos, tres secos y apagados hombres, ni viejos ni jóvenes, con las espaldas polvorientas y ensangrentadas, casi desnudas, abrasadas por el sol, rodeados de soledad, extraño y enemigo del mundo, extranjeros y chacales hambrientos en el reino de los hombres. Tras ellos soplaba ardiente un perfume de serena pasión, de servicio destructor, de despiadado ensimismamiento.
Por la noche, después de la hora de examen, habló Siddhartha a Govinda:
—Mañana temprano, amigo mío, Siddhartha se irá con los samanas. Quiere ser un samana.
Govinda palideció, pues había oído aquellas palabras y en el rostro inmóvil de su amigo leía la decisión, imposible de desviar, como la flecha que partió silbando del arco. En seguida, y a la primera mirada, Govinda conoció que Siddhartha iniciaba ahora su camino, que su destino principiaba ahora, y con él, el suyo también. Y se puso pálido como una cáscara de banana seca.
—¡Oh Siddhartha! —exclamó—, ¿te lo permitirá tu padre?
Siddhartha miró a lo lejos, como quien despierta. Con larapidez de una saeta, leyó en el alma de Govinda, leyó la angustia, leyó la resignación.
—¡Oh Govinda! –dijo en voz baja–, no debemos prodigar las palabras. Mañana, al romper el día, tengo que iniciar la vida de los samanas. No hablemos más de ello.
Siddhartha entró en el cuarto donde su padre estaba sentado sobre una estera de esparto, y se colocó a su espalda, y allí estuvo hasta que su padre se dio cuenta de que había alguien tras él. Habló el brahmán:
—¿Eres tú, Siddhartha? Di lo que tengas que decir.
Habló Siddhartha:
—Con tu permiso, padre mío. He venido a decirte que deseo abandonar tu casa mañana e irme con los ascetas. Es mi deseo convertirme en un samana. Quisiera que mi padre no se opusiera a ello.
El brahmán calló, y calló tanto tiempo, que en la ventana se vio caminar a las estrellas y cambiar de forma antes que se rompiera el silencio en la habitación. Mudo e inmóvil, permanecía el hijo con los brazos cruzados; СКАЧАТЬ