Siddhartha - De Hermann Hesse (EDICIÓN EXTENDIDA). Libros Clasicos
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Название: Siddhartha - De Hermann Hesse (EDICIÓN EXTENDIDA)

Автор: Libros Clasicos

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9783965449015

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СКАЧАТЬ como el polvo, había gustado la turbia embriaguez de los remolinos, atormentado por una nueva sed como un cazador en el puesto; esperaba conocer dónde terminaría el remolino, dónde estaba el fin de las causas, dónde empezaba la eternidad sin dolores. Mataba sus sentidos, mataba sus recuerdos, se salía de su yo para introducirse en mil formas extrañas: era animal, carroña, piedra, árbol, agua, y al despertar se volvía a encontrar a sí mismo; luciera el sol o la luna, volvía a ser un yo, giraba en remolinos, sentía sed, vencía la sed, volvía a sentir sed otra vez.

      Mucho aprendió Siddhartha entre los samanas; aprendió a andar muchos caminos fuera de su yo. Recorrió el camino del ensimismamiento por el dolor, por el voluntario sufrir, y venciendo al dolor, al hambre, a la sed, a la fatiga. Recorrió el camino del ensimismamiento por la meditación, por el vacío del pensamiento de los sentidos de toda imagen. Aprendió a andar estos y otros caminos, perdió mil veces su yo, permaneció horas y días hundido en el No–Yo. Pero aunque estos caminos partían del yo, su meta estaba siempre en el mismo Yo. Si Siddhartha huyó mil veces de su Yo, si permanecía en la nada, en la bestia, en la piedra, el regreso era inevitable, insoslayable la hora en que se volvían a encontrar, bajo el resplandor del sol o de la luna, a la sombra o bajo la lluvia, Siddhartha y su yo, y volvía a sentir el tormento del remolino impuesto.

      Junto a él vivía Govinda, su sombra; seguía su mismo camino, se imponía los mismos trabajos. Raramente hablaban entre sí más de lo que exigían sus tareas y servicio. A veces iban juntos por las aldeas, mendigando el alimento para sí y sus maestros.

      —¿Qué te parece, Govinda? —solía preguntar Siddhartha durante estas correrías implorando la caridad—. ¿Crees que vamos por buen camino? ¿Habremos de alcanzar la meta?

      Respondía Govinda:

      —Hemos aprendido mucho, y seguiremos aprendiendo. Tú llegarás a ser un gran samana, Siddhartha. Todo lo has aprendido en seguida, los viejos samanas te admiran con frecuencia. Llegarás a ser un santo, ¡oh Siddhartha!

      Hablaba Siddhartha:

      —A mí no me parece así, amigo mío. Lo que he aprendido hasta ahora entre los samanas, ¡oh Govinda!, lo hubiera podido aprender pronto y con facilidad. En cualquier taberna de barrio de burdeles, entre carreteros y jugadores de dados, hubiera podido aprenderlo, amigo mío.

      Hablaba Govinda:

      —Siddhartha se burla de mí. ¿Cómo hubieras podido aprender ensimismamiento, el contener la respiración, la insensibilidad ante el hambre y el dolor, entre aquellos miserables?

      Y Siddhartha decía en voz baja, como si hablara para sí:

      —¿Qué es el ensimismamiento? ¿Qué es el abandono del cuerpo? ¿Qué es el ayuno? ¿Qué la contención del aliento? Es la huida del yo, es un breve alejarse del tormento del ser Yo, es un corto embotamiento frente al dolor y la falta de sentido de la vida. La misma huida, el mismo breve embotamiento encuentra el boyero en el mesón cuando bebe su vino de arroz o la leche de coco fermentada. Entonces no siente ya su Yo, ya no siente el dolor de la vida, entonces encuentra un breve embotamiento. Encuentra, dormitando sobre su taza de vino de arroz, lo mismo que Siddhartha y Govinda encuentran cuando se evaden de sus cuerpos, tras largos ejercicios, y permanecen el No–Yo. Así es, ¡oh Govinda!

      Habló Govinda:

      –Eso dices, ¡oh amigo!; pero sabe que Siddhartha no es ningún boyero, ni un samana, un bebedor. Cierto que el que bebe encuentra fácilmente el embotamiento, cierto que con facilidad halla la evasión y el descanso; pero vuelve pronto del sortilegio y vuelve a encontrarlo todo como antes, no se ha hecho más sabio, no ha adquirido conocimientos, no ha subido más alto ni un peldaño.

      Y Siddhartha habló con una sonrisa:

      –No lo sé, no he sido nunca bebedor. Pero que yo, Siddhartha, en mis ejercicios y éxtasis solo encuentro breves embotamientos y que estoy tan lejos de la sabiduría y de la liberación como cuando era niño en el vientre de la madre, eso lo sé bien, Govinda, eso lo sé muy bien.

      Y otra vez, cuando Siddhartha y Govinda salieron del bosque para pedir por las aldeas algo de comer para sus hermanos y maestros, empezó Siddhartha a hablar, y dijo:

      —¿Estaremos, ¡oh Govinda!, en el buen camino? ¿Nos vamos acercando al conocimiento? ¿Nos acercamos a la redención? ¿O no estaremos quizá caminando en círculo, nosotros, que pensábamos salir de él?

      Habló Govinda:

      —Mucho hemos aprendido, Siddhartha; mucho nos queda por aprender. No caminamos en círculo, vamos hacia arriba, el círculo es una espiral, hemos subido ya muchos escalones.

      Respondió Siddhartha:

      —¿Qué edad crees tú que tendrá nuestro samana más anciano, nuestro venerado maestro?

      Habló Govinda:

      —Quizá tenga sesenta años.

      Y Siddhartha:

      —Tiene sesenta años y no ha alcanzado el Nirvana. Tendrá setenta y ochenta, y tú y yo seremos igual de viejos y seguiremos ejercitándonos, seguiremos ayunando y meditando.

      Pero no alcanzaremos el Nirvana, ni él ni nosotros. ¡Oh Govinda!, creo que ninguno de todos los samanas que hay alcanzará quizá el Nirvana. Encontramos consuelos, encontramos embotamientos, aprendemos habilidades con las que nos engañamos. Pero lo esencial, la senda de las sendas no la encontramos.

      —¡No pronuncies —dijo Govinda— tan terribles palabras, Siddhartha! ¿Cómo es posible que, entre tantos hombres sabios, entre tantos brahmanes, entre tantos severos y venerables samanas, entre tantos hombres sabios, santos e introvertidos, ninguno encuentre el Camino de los Cantinos?

      Pero Siddhartha respondió con una voz que tenía tanto de triste como de irónica:

      —Pronto, Govinda, tu amigo dejará esta senda de los samanas, por la que tanto ha caminado contigo. Padezco sed, ¡oh Govinda!, y en este largo camino del samana no ha menguado en nada mi sed. Siempre he tenido sed de conocimientos, siempre he estado lleno de interrogaciones. He preguntado a los brahmanes, año tras año, y he preguntado a los Vedas, año tras año. Quizá, ¡oh Govinda!, hubiera sido tan bueno, tan prudente, tan sano, haber preguntado al rinoceronte o al chimpancé. He empleado mucho tiempo y todavía no he llegado al fin para aprender esto, ¡oh Govinda!: ¡qué nada se puede aprender! Yo creo que no hay esa cosa que nosotros llamamos "aprender". Hay solo, ¡oh mi amigo!, una ciencia que está por todas partes, que es Atman; está en mí y en ti y en cada ser. Y de esta forma empiezo a creer que esta ciencia no tiene enemigos más encarnizados que los sabios y los instruidos.

      Entonces, Govinda se paró en el camino, levantó la mano y habló:

      —¡No atormentes, Siddhartha, a tu amigo con semejantes palabras! En verdad que ellas angustian mi corazón. Y piensa solamente en qué queda la santidad de la oración, la dignidad de los brahmanes, la religiosidad de los samanas, si fuera como dices, que no hay nada que aprender. ¿Qué sería, entonces, ¡oh Siddhartha!, de lo que en la tierra tenemos por santo, por venerable y más preciado?

      Y Govinda recitó para sí un verso de una Upanishada:

      Quien СКАЧАТЬ