El primer rey de Shannara. Terry Brooks
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Название: El primer rey de Shannara

Автор: Terry Brooks

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Las crónicas de Shannara

isbn: 9788417525286

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СКАЧАТЬ de entre las aguas turbulentas, distinguieron las formas resplandecientes, el movimiento de los brazos y piernas de estos, y cómo se enroscaban en una danza macabra de libertad efímera. Contemplaron cómo la figura enorme, envuelta en ropajes negros, se elevaba en el centro de todo y los envolvía a todos mientras absorbía su luz. Observaron cómo esta avanzaba hasta quedar delante de Bremen.

      Sin embargo, no podían oír nada de aquella escena que contemplaban. El valle estaba sumido en el silencio absoluto. Los sonidos del lago y de los espíritus no salían de la hondonada. La voz del druida y de la figura encapuchada, si es que hablaban, no se podían oír. Tan solo oían el viento que arreciaba y el tamborileo de las primeras gotas de la lluvia sobre la grava. La tormenta anunciada se desataba, provenía del oeste, desde donde una masa de negros nubarrones se cernía sobre ellos acompañada de una cortina de agua. La tormenta llegó a su altura en el mismo instante en que la figura encapuchada se detenía ante Bremen, y se lo tragó todo en cuestión de segundos. El lago, los espíritus, la figura encapuchada, Bremen, el valle entero; todo desapareció en un abrir y cerrar de ojos.

      Risca gruñó, consternado, y enseguida les echó un vistazo a los demás. Todos se cubrían ante la tormenta, encorvados y arrebujados en las capas como viejas brujas jorobadas por la edad.

      —¿Podéis ver algo? —les preguntó con inquietud.

      —Nada —replicó Tay Trefenwyd enseguida—. Han desaparecido.

      Durante un instante, nadie se movió; no estaban seguros de qué debían hacer. Kinson oteó a través de la bruma del aguacero e intentó distinguir alguna de las formas que creyó que sería capaz de divisar. Sin embargo, todo era impreciso y surrealista, lo que hacía imposible que pudieran estar seguros de nada desde su posición.

      —Puede que esté en peligro —espetó Risca, en tono acusador.

      —Nos dijo que esperáramos —se obligó a decir Kinson, aunque ni él mismo quería que le recordaran las instrucciones que les había dado el anciano cuando temía tanto por él y, al mismo tiempo, no quería ignorar la promesa que le había hecho.

      La lluvia les azotaba la cara con ráfagas repentinas y los ahogaba.

      —¡Bremen está bien! —gritó de pronto Mareth mientras con una mano se protegía del viento que le fustigaba la cara.

      Los demás la miraron de hito en hito.

      —¿Eres capaz de verlos? —le preguntó Risca.

      Ella asintió y agachó la cabeza entre las sombras.

      —Sí.

      Sin embargo, no podía. Kinson era el que estaba situado más cerca de ella y vio lo que los demás no: si veía a Bremen, no era con la vista. Se dio cuenta, turbado, de que los ojos de Mareth se habían vuelto blancos.

      ***

      En el Valle de Esquisto no caía ni una gota, no soplaba ni una ráfaga de viento, ningún elemento de la tormenta había se había introducido allí. Para Bremen, no existía nada más allá del lago y la figura oscura que se cernía sobre él.

      —Decid mi nombre…

      Bremen inspiró profundamente en un intento de calmar el temblor que le sacudía las extremidades y el torbellino frío que le atenazaba el pecho.

      —Sois el que fue Galáfilo.

      Era una parte prevista del ritual. Un espíritu al que se había invocado podía esfumarse si quien lo había invocado no pronunciaba su nombre. Ahora ya podía quedarse el lapso suficiente para responder a las preguntas que Bremen iba a hacerle (si es que elegía contestar siquiera).

      La sombra se movió, inquieta de pronto.

      —Qué queréis saber de mí…

      Bremen no vaciló:

      —Quiero saber lo que podáis contarme del druida rebelde Brona, aquel que se convirtió en el Señor de los Brujos. —Le temblaba la voz tanto como las manos—. Quiero saber cómo aniquilarlo. Quiero saber qué va a suceder. —Se le apagó la voz con un jadeo seco.

      El Cuerno del Hades siseó y escupió, como si le estuviera respondiendo, y los gemidos y los gritos de los muertos se elevaron hacia el cielo nocturno y crearon una cacofonía estridente. Bremen volvió a sentir un torbellino gélido que le embargaba el pecho, una serpiente que se enroscaba como si se preparase para atacar. Sintió el peso de todos los años de vida que tenía sobre las espaldas. Notó cómo la debilidad de su propio cuerpo traicionaba la fuerza de su determinación.

      —Lo destruiríais cueste lo que cueste…

      —Sí.

      —Pagaríais cualquier precio con tal de conseguirlo…

      Bremen notó que la serpiente gélida se le abalanzaba sobre el corazón.

      —Sí —susurró, desesperado.

      El espíritu de Galáfilo abrió los brazos, como si fuera a envolver al anciano, como si lo fuera a escudar y a proteger.

      —Contempla…

      Las visiones comenzaron a aparecer sobre el lienzo negro que ofrecía esa forma encapuchada y tomaron la forma del sudario que era su cuerpo. Una por una, aparecieron de la oscuridad, vagas e incorpóreas, brillantes como las aguas del Cuerno del Hades cuando habían surgido los espíritus. Bremen contempló las visiones que desfilaban ante él y estas lo atrajeron como un faro en la oscuridad.

      Le mostró cuatro.

      En la primera, Bremen se encontraba en el antiguo castillo de Paranor y todo lo que lo rodeaba era muerte. No había nadie vivo dentro de la Fortaleza, todos habían muerto por la mano de la traición, todos habían sido aniquilados con un sigilo infame. La oscuridad envolvía el baluarte de los druidas y la negrura se agitaba entre las sombras para dar forma a asesinos que esperaban, una fuerza mortífera. Pero más allá de la oscuridad resplandecía una luz con seguridad: el medallón brillante del Druida Supremo, que aguardaba la llegada de Bremen, que necesitaba que lo tocara; la imagen de una mano alzada con una antorcha encendida… El preciado Eilt Druin.

      La visión se esfumó y, de pronto, Bremen sobrevolaba las inmensidades de las Tierras del Oeste. Bajó los ojos, maravillado, incapaz de explicarse cómo volaba. Al principio no pudo determinar dónde estaba, pero luego reconoció el exuberante valle de Sarandanon y, más lejos, la gran superficie azul del Innisbore. Las nubes le ocultaron el paisaje por un momento y todo cambió. Entonces, vio montañas (¿eran las Kensrowe o la Línea Quebrada?). En aquel macizo había dos picos idénticos, como dedos de una mano escindidos y separados entre sí en forma de V. Entre ellos se abría un desfiladero que conducía hacia un extenso grupo de dedos apretujados y aglomerados en un solo macizo. Entre los dedos se erigía una fortaleza, escondida, tan antigua que era imposible de concebir, un lugar surgido de la época del reino de la magia. Bremen descendió en picado hacia la oscuridad y solo encontró muerte, aunque no pudo dilucidar el rostro de esta. Y allí, entre la confusión, descansaba la piedra élfica negra.

      Esta visión también desapareció y dejó a Bremen de pie en medio de un campo de batalla. Había muertos y heridos por todas partes, hombres de todas las razas y seres que no pertenecían a ninguna de las conocidas por los hombres. La sangre cubría la tierra, los gritos de los combatientes y el choque de las armas СКАЧАТЬ