El primer rey de Shannara. Terry Brooks
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El primer rey de Shannara - Terry Brooks страница 20

Название: El primer rey de Shannara

Автор: Terry Brooks

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Las crónicas de Shannara

isbn: 9788417525286

isbn:

СКАЧАТЬ —les explicó Bremen—. Ellos decidirán qué debemos saber.

      —¿Crees que los espíritus pronunciarán palabras que puedas comprender? —Risca sacudió la cabeza—. Creía que no funcionaba así.

      —Tienes razón —reconoció Bremen. Se acercó con cuidad a la hoguera y estiró las manos para sentir el calor que desprendía. Era una noche fría, incluso aunque estuvieran a los pies de las montañas—. Los muertos, si aparecen, ofrecen visiones, y las visiones hablan en su nombre. Los muertos no tienen voz. No si forman parte del inframundo. No, a no ser… —Pareció que se lo pensaba mejor y desechó lo que iba a decir con un gesto impaciente—. La cuestión es que las visiones dan voz a lo que los espíritus nos dirían, si es que deciden comunicarnos algo. A veces ni siquiera aparecen. No obstante, debemos ir y pedirles ayuda.

      —Ya lo habéis hecho antes —dijo Mareth de pronto, tan solo era la constatación de un hecho.

      —Sí —admitió el anciano.

      «Sí», pensó Kinson Ravenlock, recordándolo. Él había sido testigo de la última vez: una noche terrorífica de truenos y relámpagos, de nubarrones arrolladores y lluvias torrenciales, de vapor que silbaba al elevarse de la superficie del lago y de voces que los llamaban desde las cámaras subterráneas de la mansión de la muerte. Él se había quedado en el borde del Valle de Esquisto y había observado cómo Bremen había bajado hasta la orilla del agua y había invocado a los espíritus de los muertos bajo un cielo que parecía reflejar las intenciones mágicas de estos. Lo que los espíritus no le permitieron fue vislumbrar las visiones que le habían mostrado. Sin embargo, Bremen sí que las había visto, y no habían sido favorables. Solo con la mirada se lo había revelado cuando, por fin, había salido del valle al alba.

      —Todo saldrá bien —les aseguró Bremen, con una sonrisa débil y curtida debido a las arrugas de aquel rostro sombrío.

      Mientras se preparaban para dormir, Kinson se acercó a Mareth y se arrodilló sobre una pierna a su lado.

      —Toma —le ofreció mientras le entregaba su capa de viaje—. Te ayudará a protegerte del frío nocturno.

      Ella lo miró con esos ojos enormes e inquietantes y sacudió la cabeza.

      —Tú la necesitas tanto como yo, fronterizo. No quiero que me trates con una consideración especial.

      Kinson le sostuvo la mirada sin responder durante un momento.

      —Me llamo Kinson Ravenlock —le dijo en un susurro.

      Ella asintió.

      —Sé cómo te llamas.

      —Voy a hacer la primera guardia y no necesito el peso ni el calor que proporciona la capa mientras la hago. No te estoy tratando con ninguna consideración especial.

      Pareció desanimada.

      —Yo también tengo que hacer guardia —insistió.

      —Y la harás. Mañana. Cada noche la harán dos de nosotros. —Kinson estaba determinado a no perder la calma—. Veamos entonces, ¿te quedas la capa?

      Ella lo miró con frialdad y luego la aceptó.

      —Gracias —dijo con un tono de voz neutro.

      Él asintió, se levantó y se alejó mientras pensaba que iba a tardar en volver a ofrecerle algo.

      La noche estaba sumida en una calma profunda y era de una belleza impresionante: el cielo, de un insólito tono violeta, estaba salpicado de estrellas con una luna plateada en cuarto creciente. Inmenso e insondable, sin una sola nube ni luces disonantes, daba la sensación de que se había barrido el cielo con una escoba inmensa, revelando una miríada de estrellas que, como esquirlas de diamante, se habían esparcido sobre esa superficie aterciopelada. Se veían miles, y había tantas agrupadas en algunas partes que parecían manchas de luz indefinidas, como si fuera leche derramada. Kinson alzó la mirada para contemplarlas y se maravilló. El tiempo pasaba con la finura del cristal. Kinson aguzó el oído para percibir los sonidos familiares de la vida boscosa, pero parecía que todo aquel que moraba en esos bosques estaba tan impresionado como él y no tenía tiempo para tareas mundanas como cazar.

      Recordó cuando era un niño y vivía en el páramo que constituía la frontera al este y al norte de Varfleet, al amparo de los Dientes del Dragón. En aquella época, tampoco había sido muy diferente: por la noche, cuando sus padres y sus hermanos y hermanas se habían dormido, solía estirarse mirando el cielo mientras se preguntaba sus dimensiones y pensaba en todos los lugares desconocidos para él sobre los que se cernía. A veces se quedaba mirando por la ventana de la habitación, como si al acercarse todavía más pudiera ver todo lo que lo esperaba allí fuera. Siempre había sido consciente de que se iría, incluso cuando los demás habían comenzado el proceso de establecerse y llevar una vida más sedentaria. Habían crecido, se habían casado, tenían hijos y se habían instalado en sus propias casas. Se iban a cazar, ponían trampas, comerciaban y labraban la tierra en la que habían nacido. En cambio, él iba a la deriva, siempre con los ojos puestos en el cielo lejano, siempre con la promesa de que un día vería todo lo que había debajo.

      Incluso ahora seguía contemplándolo, con más de treinta años de vida a las espaldas. Aún buscaba lo que no había visto ni conocía. Pensó que en eso nunca iba a cambiar y que, si un día lo hacía, se convertiría en un hombre muy distinto del que jamás hubiera imaginado.

      Llegó la medianoche y con ella, Mareth. Apareció por sorpresa de entre las sombras, envuelta en la capa de Kinson, y se movía con tanta ligereza que cualquier otro no habría visto que se acercaba. El fronterizo se volvió para recibirla, sorprendido, porque él se esperaba a Bremen.

      —Le pedí a Bremen que me cediera su turno de guardia —le explicó ella cuando llegó a su altura—. No quiero que se me trate diferente.

      Él asintió, pero no dijo nada.

      Mareth se quitó la capa y se la devolvió. Parecía pequeña y frágil sin ella.

      —Se me ha ocurrido que la necesitarás cuando te vayas a dormir. Hace más frío ahora. El fuego ya se ha extinguido y lo mejor sería dejarlo así.

      Él aceptó la capa.

      —Gracias.

      —¿Has visto algo?

      —No.

      —Los Portadores de la Calavera nos seguirán el rastro, ¿verdad?

      «¿Pero cuánto sabe?», se preguntó él. ¿Cuánto, de todo aquello que les esperaba?

      —Tal vez. ¿Has llegado a dormir?

      Mareth sacudió la cabeza.

      —No podía dejar de pensar. —Aquellos ojos enormes que tenía se perdieron en la oscuridad—. Llevo mucho tiempo esperándolo.

      —¿Venir con nosotros en este viaje?

      —No. —Lo miró, sorprendida—. Conocer a Bremen. Aprender de él, si acepta enseñarme. —Se volvió con presteza, como si hubiese revelado demasiado—. Será mejor que duermas mientras puedes. Montaré guardia hasta la mañana. Buenas noches.

      Él dudó, pero СКАЧАТЬ