El primer rey de Shannara. Terry Brooks
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Название: El primer rey de Shannara

Автор: Terry Brooks

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Las crónicas de Shannara

isbn: 9788417525286

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СКАЧАТЬ dedicó un rato para tomar en consideración las respuestas y luego asintió.

      —De acuerdo, aunque todos habéis votado en contra, creo que debería acompañarnos. —El resto se quedó mirándolo de hito en hito. Su rostro curtido se arrugó debido a una sonrisa repentina—. ¡Deberíais ser capaces de verlo! Muy bien pues, dejad que os lo explique. Por un lado, hay algo sobre la petición que me intriga y que no os he mencionado antes. Quiere estudiar conmigo, aprender cosas sobre la magia. Está dispuesta a aceptar casi cualquier condición con tal de conseguirlo. Está bastante ansiosa y, aunque no ha suplicado ni implorado, he visto la desesperación reflejada en su mirada.

      —Bremen… —empezó Risca.

      —Por el otro —continuó el druida, y con gestos pidió al enano que hiciera silencio—, afirma que posee magia innata y creo que tal vez nos dice la verdad. En tal caso, nos haría bien descubrir su naturaleza y emplearla bien. Al fin y al cabo, solo estaremos nosotros cuatro si no viene.

      —No estamos tan desesperados como para… —insistió Risca.

      —Ah, pero sí que lo estamos, Risca —lo cortó Bremen—. Sin lugar a dudas. Somos cuatro contra el Señor de los Brujos, los cazadores alados, los acólitos salidos del averno y la totalidad de la nación troll. ¿Se podría estar más desesperado? Nadie aquí en Paranor se ha ofrecido a ayudarnos. Solo Mareth. No me inclino demasiado a rechazar a alguien de plano a estas alturas.

      —Antes has dicho que hay algo que no te ha contado —señaló Kinson—. Eso no inspira la confianza que buscas, precisamente.

      —Todos guardamos secretos, Kinson —lo reprendió Bremen con tacto—. No hay nada extraño en eso. Mareth apenas me conoce. ¿Por qué debería confiármelo todo en el transcurso de nuestra primera conversación? Está siendo precavida, sin más.

      —No me gusta —declaró Risca, hosco. Se recostó el garrote pesado contra el enorme muslo—. Quizá disponga de magia y puede que tenga el talento necesario para usarla, pero eso no cambia que casi no sabemos nada de ella. En especial, desconocemos si podemos confiar en ella, y no me gusta correr ese tipo de riesgos cuando mi vida está en juego, Bremen.

      —Bien, creo que deberíamos darle el beneficio de la duda —replicó Tay, con buen humor—. Ya tendremos tiempo de tomar una decisión antes de que surja la oportunidad de poner a prueba su valentía. Con todo, ya hay cosas que podemos decir a su favor. Sabemos que eligió ser aprendiz de los druidas; ese hecho de por sí dice mucho de ella. Y es curandera, Risca. Puede que necesitemos sus habilidades.

      —Dejad que venga —coincidió Kinson de mala gana—. De todos modos, Bremen ya se ha decidido.

      Risca frunció el ceño con aire sombrío. Se puso derecho, tan ancho como era.

      —Pues puede que se haya decidido, pero no lo habrá hecho por mí. —Se volvió hacia el anciano y se quedó mirándolo de hito en hito, sin mediar palabra, durante un rato. Tay y Kinson esperaron, expectantes. Con todo, Bremen no ofreció nada más. Se limitó a quedarse allí, de pie, en silencio.

      Al final, fue Risca quien cedió. Sacudió la cabeza, se encogió de hombros y giró sobre los talones.

      —Eres el líder, Bremen. Que nos acompañe si quieres. Pero no esperes que le limpie los mocos.

      —Tranquilo, me aseguraré de hacérselo saber —le notificó Bremen mientras le guiñaba el ojo a Kinson. Acto seguido, le hizo señas a la muchacha para que se uniera a ellos.

      ***

      Partieron al cabo de poco, una compañía de cinco miembros: Bremen la encabezaba, Risca y Tay lo flanqueaban, Kinson iba un paso por detrás y Mareth iba en la retaguardia. Ahora el sol estaba alto, coronaba los Dientes del Dragón por el este e iluminaba el valle densamente arbolado. El cielo era radiante y azul, sin rastro de nubes. La compañía se dirigió hacia el sur, avanzaron por sendas y caminos sinuosos y poco transitados, cruzaron arroyos anchos y sosegados y se metieron por estribaciones cubiertas de matorrales que los sacaron de los bosques y los condujeron hasta el desfiladero de Kennon. Al mediodía ya salían del valle y entraban en el desfiladero; el aire se tornó cortante y gélido. Al volver la vista atrás, vieron los muros sólidos de Paranor; la Fortaleza de los druidas se erigía alta, por encima del promontorio rocoso entre la foresta vetusta. La luz intensa del sol le otorgaba a la piedra un aspecto plano e implacable en medio de una capa de árboles, como un eje en el centro de una rueda inmensa. Se volvieron para observarla, uno tras otro, cada uno perdido en sus pensamientos, mientras recordaban eventos pasados y años transcurridos. Mareth fue la única que no mostró ningún tipo de interés, mantuvo la mirada hacia delante a propósito; su pequeño rostro parecía una máscara inexpresiva.

      Entonces, se adentraron en el desfiladero de Kennon, cuyas paredes escarpadas se alzaban sobre sus cabezas, como grandes losas partidas por los lentos hachazos del tiempo, y perdieron Paranor de vista.

      Solo Bremen sabía hacia dónde se dirigían y se guardó la información para sí hasta que acamparon esa misma noche por encima del río Mermidon. Tan pronto como abandonaron sanos y salvos el desfiladero, se adentró de nuevo en el refugio que les ofrecía los bosques que había debajo. Kinson le había preguntado un momento que se había quedado a solas con el anciano, y Risca lo había hecho ante el resto, pero Bremen había optado por no responderles. Solo él conocía sus razones y se mantuvo en sus trece, sin ofrecer ninguna explicación a sus compañeros. Nadie trató de protestar ante esa decisión.

      Sin embargo, esa noche, tras encender una hoguera y cocinar la cena (la primera comida caliente que Kinson tomaba desde hacía semanas), Bremen les reveló, por fin, el destino.

      —Os diré hacia dónde nos dirigimos —informó con tranquilidad—. Avanzamos hacia el Cuerno del Hades.

      5

      Estaban sentados alrededor de la pequeña fogata, habían terminado de cenar y cada uno estaba ocupado con otras tareas. Risca afilaba la hoja del sable. Tay bebía cerveza del odre y se dedicaba a dibujar en el polvo. Kinson cosía un nuevo trozo de cuero en una bota, donde la suela se estaba soltando. Mareth estaba sentada aparte y los contemplaba con esa mirada extraña y penetrante que lo absorbía todo y no delataba nada.

      Se hizo un silencio cuando Bremen hubo terminado, y cuatro cabezas se alzaron al unísono para mirarlo de hito en hito.

      —Mi intención es hablar con los espíritus de los muertos con el fin de conocer qué debemos hacer para proteger a las razas. Trataré de indagar sobre el modo en que debemos proceder e intentaré descubrir nuestro sino.

      Tay Trefenwyd se aclaró la garganta con suavidad.

      —El Cuerno del Hades es un lugar prohibido para los mortales. Incluso para los druidas. Las aguas son ponzoñosas. Un sorbo y estás muerto. —Miró a Bremen con aire pensativo y luego desvió la vista—. Pero eso ya lo sabías, ¿verdad?

      Bremen asintió.

      —Sé que visitar el Cuerno del Hades acarrea peligro. E invocar a los no muertos acarrea más peligro si cabe. Sin embargo, he estudiado la magia que guarda el inframundo y los portales que lo conectan al nuestro, he recorrido los caminos que existen entre ambos y he vivido para contarlo. —Le dedicó una sonrisa al elfo—. He viajado muy lejos desde la última vez que nos vimos, Tay.

      Risca gruñó.

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