824 El obscuro fantasma le respondió diciendo: «Cobra ánimo y no sientas en tu pecho excesivo temor. Tu hijo va acompañado por quien desearan muchos hombres que á ellos les protegiese como puede hacerlo, por Palas Minerva, que se compadece de ti y me envía á participarte estas cosas.»
830 Entonces hablóle de esta manera la prudente Penélope: «Pues si eres diosa y has oído la voz de una deidad, ea, dime si aquél desgraciado vive aún y goza de la lumbre del sol, ó ha muerto y se halla en la morada de Plutón.»
835 El obscuro fantasma le contestó diciendo: «No te revelaré claramente si vive ó ha muerto, porque es malo hablar de cosas vanas.»
838 Cuando esto hubo dicho, fuése por la cerradura de la puerta como un soplo de viento. Despertóse la hija de Icario y se le alegró el corazón porque había tenido tan claro ensueño en la obscuridad de la noche.
842 Ya los pretendientes se habían embarcado y navegaban por la líquida llanura, maquinando en su pecho una muerte cruel para Telémaco. Hay en el mar una isla pedregosa, en medio de Ítaca y de la áspera Same—Ásteris—que no es extensa, pero tiene puertos de doble entrada, excelentes para que fondeen los navíos: allí los aqueos se pusieron en emboscada para aguardar á Telémaco.
Mercurio, enviado por Júpiter, manda á Calipso que deje partir á Ulises
CANTO V
LA BALSA DE ULISES
1 La Aurora se levantaba del lecho, dejando al ilustre Titón, para llevar la luz á los inmortales y á los mortales, cuando los dioses se reunieron en junta, sin que faltara Júpiter altitonante cuyo poder es grandísimo. Y Minerva, trayendo á la memoria los muchos infortunios de Ulises, los refirió á las deidades; interesándose por el héroe, que se hallaba entonces en el palacio de la ninfa:
7 «¡Padre Júpiter, bienaventurados y sempiternos dioses! Ningún rey, que empuñe cetro, sea benigno, ni blando, ni suave, ni emplee el entendimiento en cosas justas; antes, por el contrario, obre siempre con crueldad y lleve al cabo acciones nefandas; ya que nadie se acuerda del divino Ulises, entre los ciudadanos sobre los cuales reinaba con la suavidad de un padre. Hállase en una isla atormentado por fuertes pesares: en el palacio de la ninfa Calipso, que le detiene por fuerza; y no le es posible llegar á su patria porque le faltan naves provistas de remos y compañeros que le conduzcan por el ancho dorso del mar. Y ahora quieren matarle el hijo amado así que torne á su casa, pues ha ido á la sagrada Pilos y á la divina Lacedemonia en busca de noticias de su padre.»
21 Respondióle Júpiter, que amontona las nubes: «¡Hija mía! ¡Qué palabras se te escaparon del cerco de los dientes! ¿No formaste tú misma ese proyecto: que Ulises, al tornar á su tierra, se vengaría de aquéllos? Pues acompaña con discreción á Telémaco, ya que puedes hacerlo, á fin de que se restituya incólume á su patria y los pretendientes que están en la nave tengan que volverse.»
28 Dijo; y, dirigiéndose á Mercurio, su hijo amado, hablóle de esta suerte: «¡Mercurio! Ya que en lo demás eres tú el mensajero, ve á decir á la ninfa de hermosas trenzas nuestra firme resolución—que Ulises torne á su patria—para que el héroe emprenda el regreso sin ir acompañado ni por los dioses ni por los mortales hombres: navegando en una balsa hecha con gran número de ataduras, llegará en veinte días y padeciendo trabajos á la fértil Esqueria, á la tierra de los feacios, que por su linaje son cercanos á los dioses; y ellos le honrarán cordialmente, como á una deidad, y le enviarán en un bajel á su patria tierra, después de regalarle bronce, oro en abundancia, vestidos, y tantas cosas como jamás sacara de Troya si llegase indemne y habiendo obtenido la parte de botín que le correspondiese. Dispuesto está por el hado que Ulises vea á sus amigos y llegue á su casa de alto techo y á su patria.»
43 Así habló. El mensajero Argicida no fué desobediente: al punto ató á sus pies los áureos divinos talares, que le llevaban sobre el mar y sobre la tierra inmensa con la rapidez del viento, y tomó la vara con la cual adormece los ojos de los hombres que quiere ó despierta á los que duermen. Teniéndola en las manos, el poderoso Argicida emprendió el vuelo y, al llegar á la Pieria, bajó al ponto y comenzó á volar rápidamente, como la gaviota que, pescando peces en los grandes senos del mar estéril, moja en el agua del mar sus tupidas alas: tal parecía Mercurio mientras volaba por encima del gran oleaje. Cuando hubo arribado á aquella isla tan lejana, salió del violáceo ponto, saltó en tierra, prosiguió su camino hacia la vasta gruta donde moraba la ninfa de hermosas trenzas, y hallóla dentro. Ardía en el hogar un gran fuego y el olor del hendible cedro y de la tuya, que en él se quemaban, difundíase por la isla hasta muy lejos; mientras ella, cantando con voz hermosa, tejía en el interior con lanzadera de oro. Rodeando la gruta, había crecido una verde selva de chopos, álamos y cipreses olorosos, donde anidaban aves de luengas alas: buhos, gavilanes y cornejas marinas, de ancha lengua, que se ocupan en cosas del mar. Allí mismo, junto á la honda cueva, extendíase una viña floreciente, cargada de uvas; y cuatro fuentes manaban, muy cerca la una de la otra, dejando correr en varias direcciones sus aguas cristalinas. Veíanse en contorno verdes y amenos prados de violetas y apio; y, al llegar allí, hasta un inmortal se hubiese admirado, sintiendo que se le alegraba el corazón. Detúvose el Argicida á contemplar aquello; y, después de admirarlo, penetró en la ancha gruta, y fué conocido por Calipso, la divina entre las diosas, desde que á ella se presentara—que los dioses inmortales se conocen, aunque vivan apartados;—pero no halló al magnánimo Ulises, que estaba llorando en la ribera, donde tantas veces, consumiendo su ánimo con lágrimas, suspiros y dolores, fijaba los ojos en el ponto estéril y derramaba copioso llanto. Y Calipso, la divina entre las diosas, hizo sentar á Mercurio en espléndido y magnífico sitial, é interrogóle de esta suerte:
87 «¿Por qué, oh Mercurio, el de la áurea vara, venerable y caro, vienes á mi morada? Antes no solías frecuentarla. Di qué deseas, pues mi ánimo me impulsa á realizarlo si puedo y es factible. Pero sígueme, á fin de que te ofrezca los dones de la hospitalidad.»
92 Habiendo hablado de semejante modo, la diosa púsole delante una mesa, que había llenado de ambrosía, y mezcló el rojo néctar. Allí bebió y comió el mensajero Argicida. Y cuando hubo cenado y repuesto su ánimo con la comida, respondió á Calipso con estas palabras:
97 «Me preguntas, oh diosa, á mí, que soy dios, por qué he venido. Voy á decírtelo con sinceridad, ya que así lo mandas. Júpiter me ordenó que viniese, sin que yo lo deseara: ¿quién pasaría de buen grado tanta agua salada que ni decirse puede, mayormente no habiendo por ahí ninguna ciudad en que los mortales hagan sacrificios á los dioses y les inmolen selectas hecatombes? Mas no le es posible á ningún dios ni transgredir ni dejar sin efecto la voluntad de Júpiter, que lleva la égida. Dice que está contigo un varón, que es el más infortunado de cuantos combatieron alrededor de la ciudad de Príamo durante nueve años y, en el décimo, habiéndola destruído, tornaron á sus casas; pero en la vuelta ofendieron á Minerva y la diosa hizo que se levantara un viento desfavorable é hinchadas olas. En éstas hallaron la muerte sus esforzados compañeros; y á él trajéronlo acá el viento y el oleaje. Y Júpiter te manda que á tal varón le permitas que se vaya cuanto antes; СКАЧАТЬ