La Odisea. Homer
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Название: La Odisea

Автор: Homer

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

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isbn: 4057664171702

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СКАЧАТЬ dijo. Estremecióse Calipso, la divina entre las diosas, y respondió con estas aladas palabras: «Sois, oh dioses, malignos y celosos como nadie, pues sentís envidia de las diosas que no se recatan de dormir con el hombre á quien han tomado por esposo. Así, cuando la Aurora de rosáceos dedos arrebató á Orión, le tuvisteis envidia vosotros los dioses, que vivís sin cuidados, hasta que la casta Diana, la de trono de oro, lo mató en Ortigia alcanzándole con sus dulces flechas. Asimismo, cuando Ceres, la de hermosas trenzas, cediendo á los impulsos de su corazón, juntóse en amor y cama con Yasión en una tierra noval labrada tres veces, Júpiter, que no tardó en saberlo, mató al héroe hiriéndole con el ardiente rayo. Y así también me tenéis envidia, oh dioses, porque está conmigo un hombre mortal; á quien salvé cuando bogaba sólo y montado en una quilla, después que Júpiter le hendió la nave, en medio del vinoso ponto, arrojando contra la misma el ardiente rayo. Allí acabaron la vida sus fuertes compañeros; mas á él trajéronlo acá el viento y el oleaje. Y le acogí amigablemente, le mantuve y díjele á menudo que le haría inmortal y libre de la vejez para siempre jamás. Pero, ya que no le es posible á ningún dios ni transgredir ni dejar sin efecto la voluntad de Júpiter, que lleva la égida, váyase aquél por el mar estéril, si ése le incita y se lo manda; que yo no le he de despedir—pues no dispongo de naves provistas de remos, ni puedo darle compañeros que le conduzcan por el ancho dorso del mar,—aunque le aconsejaré de muy buena voluntad, sin ocultarle nada, para que llegue sano y salvo á su patria tierra.»

      145 Replicóle el mensajero Argicida: «Despídele pronto y teme la cólera de Júpiter; no sea que este dios, irritándose, se ensañe contra ti en lo sucesivo.»

      148 En diciendo esto, partió el poderoso Argicida; y la veneranda ninfa, oído el mensaje de Júpiter, fuése á encontrar al magnánimo Ulises. Hallóle sentado en la playa, que allí se estaba, sin que sus ojos se secasen del continuo llanto, y consumía su dulce existencia suspirando por el regreso; pues la ninfa ya no le era grata. Obligado á pernoctar en la profunda cueva, durmiendo con la ninfa que le quería sin que él la quisiese, pasaba el día sentado en las rocas de la ribera del mar y, consumiendo su ánimo en lágrimas, suspiros y dolores, clavaba los ojos en el ponto estéril y derramaba copioso llanto. Y, parándose cerca de él, díjole de esta suerte la divina entre las diosas:

      160 «¡Desdichado! No llores más ni consumas tu vida, pues de muy buen grado dejaré que partas. Ea, corta maderos grandes; y, ensamblándolos con el bronce, forma una extensa balsa y cúbrela con piso de tablas, para que te lleve por el obscuro ponto. Yo pondré en ella pan, agua y el rojo vino, regocijador del ánimo, que te librarán de padecer hambre; te daré vestidos y te mandaré próspero viento, á fin de que llegues sano y salvo á tu patria tierra si así lo quieren los dioses que habitan el anchuroso cielo; los cuales me aventajan lo mismo en formar propósitos que en llevarlos á término.»

      171 Tal dijo. Estremecióse el paciente divinal Ulises y respondió con estas aladas palabras:

      173 «Algo revuelves en tu pensamiento, oh diosa, y no por cierto mi partida, al ordenarme que atraviese en una balsa el gran abismo del mar, tan terrible y peligroso que no lo pasaran fácilmente naves de buenas proporciones, veleras, animadas por un viento favorable que les enviara Jove. Yo no subiría en la balsa, mal de tu grado, si no te resolvieras á prestar firme juramento de que no maquinarás causarme ningún otro pernicioso daño.»

      180 De tal suerte habló. Sonrióse Calipso, la divina entre las diosas; y, acariciándole con la mano, le dijo estas palabras:

      182 «Eres en verdad injusto, aunque no sueles pensar cosas livianas, cuando tales palabras te has atrevido á proferir. Sépanlo la Tierra y desde arriba el anchuroso Cielo y el agua de la Estigia—que es el juramento mayor y más terrible para los bienaventurados dioses:—no maquinaré contra ti ningún pernicioso daño, y pienso y he de aconsejarte cuanto para mí misma discurriera si en tan grande necesidad me viese. Mi intención es justa, y en mi pecho no se encierra un ánimo férreo, sino compasivo.»

      192 Cuando así hubo hablado, la divina entre las diosas echó á andar aceleradamente y Ulises fué siguiendo las pisadas de la deidad. Llegaron á la profunda cueva la diosa y el varón, éste se acomodó en la silla de donde se levantara Mercurio y la ninfa sirvióle toda clase de alimentos, así comestibles como bebidas, de los que se mantienen los mortales hombres. Luego sentóse ella enfrente del divinal Ulises, y sirviéronle las criadas ambrosía y néctar. Cada uno echó mano á las viandas que tenía delante; y, apenas se hubieron saciado de comer y de beber, Calipso, la divina entre las diosas, rompió el silencio y dijo:

Ilustración de cabeza de capítulo

      ¡Desdichado! No llores más, ni consumas tu vida, pues de muy buen grado dejaré que partas

      (Canto V, versos 160 y 161.)

      203 «¡Laertíada, de jovial linaje! ¡Ulises, fecundo en recursos! Así pues ¿deseas irte en seguida á tu casa y á tu patria tierra? Sé, esto no obstante, dichoso. Pero, si tu inteligencia conociese los males que habrás de padecer fatalmente antes de llegar á tu patria, te quedaras conmigo, custodiando esta morada, y fueras inmortal, aunque estés deseoso de ver á tu esposa de la que padeces soledad todos los días. Yo me jacto de no serle inferior ni en el cuerpo ni en el natural, que no pueden las mortales competir con las diosas ni por su cuerpo ni por su belleza.»

      214 Respondióle el ingenioso Ulises: «¡No te enojes conmigo, veneranda deidad! Conozco muy bien que la prudente Penélope te es inferior en belleza y en estatura; siendo ella mortal y tú inmortal y exenta de la vejez. Esto no obstante, deseo y anhelo continuamente irme á mi casa y ver lucir el día de mi vuelta. Y si alguno de los dioses quisiera aniquilarme en el vinoso ponto, lo sufriré con el ánimo que llena mi pecho y tan paciente es para los dolores; pues he padecido muy mucho así en el mar como en la guerra, y venga este mal tras de los otros.»

      225 Así habló. Púsose el sol y sobrevino la obscuridad. Retiráronse entonces á lo más hondo de la profunda cueva; y allí, muy juntos, hallaron en el amor contentamiento.

      228 Mas, no bien se mostró la hija de la mañana, la aurora de rosáceos dedos, vistióse Ulises la túnica y el manto; y ella se puso amplia vestidura, fina y hermosa, ciñó el talle con lindo cinturón de oro, veló su cabeza, y ocupóse en disponer la partida del magnánimo Ulises. Dióle una gran segur que pudiera manejar, de bronce, aguda de entrambas partes, con un hermoso astil de olivo bien ajustado; entrególe después una azuela muy pulimentada; y le llevó á un extremo de la isla, donde habían crecido altos árboles—chopos, álamos y el abeto que sube hasta el cielo—todos los cuales estaban secos desde antiguo y eran muy duros y á propósito para mantenerse á flote sobre las aguas. Y tan presto como le hubo enseñado donde crecieran aquellos grandes árboles, Calipso, la divina entre las diosas, volvió á su morada.

      243 Ulises se puso á cortar troncos y no tardó en dar fin á su trabajo. Derribó veinte, que desbastó con el bronce, pulió con habilidad y enderezó por medio de un nivel. Calipso, la divina entre las diosas, trájole unos barrenos con los cuales taladró el héroe todas las piezas que unió luego, sujetándolas con clavos y clavijas. Cuan ancho es el redondeado fondo de un buen navío de carga, que hábil artífice construyera, tan grande hizo Ulises la balsa. Labró después la cubierta, adaptándola á espesas vigas y dándole remate con un piso de largos tablones; puso en el centro un mástil con su correspondiente entena, y fabricó un timón para regir la balsa. Á ésta la protegió por todas partes con mimbres entretejidos, que fuesen reparo de las olas, y la lastró con abundante madera. Mientras tanto Calipso, la divina entre las diosas, trájole lienzo para las velas; y Ulises las construyó con gran habilidad. Y, atando en la balsa cuerdas, maromas y bolinas, echóla por medio de unos parales al mar divino.

      262 Al cuarto día ya todo estaba terminado, СКАЧАТЬ