60 «Tomad manjares, refocilaos; y después que hayáis comido os preguntaremos cuáles sois de los hombres. Pues el linaje de vuestros padres no se ha perdido seguramente en la obscuridad y debéis de ser hijos de reyes, alumnos de Júpiter, que llevan cetro; ya que de unos viles no nacerían semejantes varones.»
65 Así dijo; y les presentó con sus manos un pingüe lomo de buey asado, que para honrarle le habían servido. Aquéllos echaron mano á las viandas que tenían delante. Y cuando hubieron satisfecho las ganas de comer y de beber, Telémaco habló así al hijo de Néstor, acercando la cabeza para que los demás no se enteraran:
71 «Observa, oh Nestórida carísimo á mi corazón, el resplandor del bronce en el sonoro palacio; y también el del oro, del electro, de la plata y del marfil. Así debe de ser por dentro la morada de Júpiter Olímpico. ¡Cuántas cosas inenarrables! Me quedo atónito al contemplarlas.»
76 Y el rubio Menelao, comprendiendo lo que aquél decía, les habló con estas aladas palabras:
78 «¡Hijos amados! Ningún mortal puede competir con Júpiter, cuyas moradas y posesiones son eternas; mas entre los hombres habrá quien rivalice conmigo y quien no me iguale en las riquezas que traje en mis bajeles, cumplido el año octavo, después de haber padecido y vagado mucho, como que en mis peregrinaciones fuí á Chipre, á Fenicia, á los egipcios, á los etíopes, á los sidonios, á los erembos y á Libia, donde los corderitos echan cuernos muy pronto y las ovejas paren tres veces en un año. Allí nunca les falta, ni al amo ni al pastor, ni queso, ni carnes, ni dulce leche, pues las ovejas están en disposición de ser ordeñadas en cualquier tiempo. Mientras yo andaba perdido por aquellas tierras y juntaba muchos bienes, otro me mató el hermano á escondidas, de súbito, con engaño que hubo de tramar su perniciosa mujer; y por esto vivo ahora sin alegría entre estas riquezas que poseo. Sin duda habréis oído relatar tales cosas á vuestros padres, sean quienes fueren, pues padecí muchísimo y arruiné una magnífica casa, muy buena para ser habitada, que contenía abundantes y preciosos bienes. Ojalá morara en este palacio con sólo la tercia parte de lo que tengo, y se hubiesen salvado los que perecieron en la vasta Troya, lejos de Argos, la criadora de corceles. Mas, si bien lloro y me apesadumbro por todos—muchas veces, sentado en la sala, ya recreo mi ánimo con las lágrimas, ya dejo de hacerlo porque cansa muy pronto el terrible llanto,—por nadie vierto tal copia de lágrimas ni me aflijo de igual suerte como por uno, y en acordándome de él aborrezco el dormir y el comer, porque ningún aqueo padeció lo que Ulises hubo de sufrir y pasar: para él habían de ser los dolores y para mí una pesadumbre continua é inolvidable á causa de su prolongada ausencia y de la ignorancia en que nos hallamos de si vive ó ha muerto. Y seguramente le lloran el viejo Laertes, la discreta Penélope y Telémaco, á quien dejó en su casa recién nacido.»
113 Así habló, é hizo que Telémaco sintiera el deseo de llorar por su padre: al oir lo de su progenitor, desprendióse de sus ojos una lágrima que cayó en tierra; y entonces, levantando con ambas manos el purpúreo manto, se lo puso ante el rostro. Menelao lo advirtió y estuvo indeciso en su mente y en su corazón entre esperar á que él mismo hiciera mención de su padre, ó interrogarle previamente é irle probando en cada cosa.
120 Mientras tales pensamientos revolvía en su mente y en su corazón, salió Helena de su perfumada estancia de elevado techo, semejante á Diana, la que lleva arco de oro. Púsole Adrasta un sillón hermosamente construído, sacóle Alcipe un tapete de mórbida lana y trájole Filo el canastillo de plata que le había dado Alcandra, mujer de Pólibo, el cual moraba en Tebas la de Egipto en cuyas casas hay gran riqueza.—Pólibo regaló á Menelao dos argénteas bañeras, dos trípodes y diez talentos de oro; y por separado dió la mujer á Helena estos hermosos presentes: una rueca de oro y un canastillo redondo, de plata, con los bordes de oro.—La esclava dejó, pues, el canastillo repleto de hilo ya devanado; y puso encima la rueca con lana de color violáceo. Sentóse Helena en el sillón, que estaba provisto de un escabel para los pies, y al momento interrogó á su marido con estas palabras:
138 «¿Sabemos ya, oh Menelao, alumno de Júpiter, quiénes se glorían de ser esos hombres que han venido á nuestra morada? ¿Me engañaré ó será verdad lo que voy á decir? El corazón me ordena hablar. Jamás vi persona alguna, ni hombre, ni mujer, tan parecida á otra—¡me quedo atónita al contemplarlo!—como éste se asemeja al hijo del magnánimo Ulises, á Telémaco, á quien dejara recién nacido en su casa cuando los aqueos fuisteis por mí, cara de perra, á empeñar rudos combates con los troyanos.»
147 Respondióle el rubio Menelao: «Ya se me había ocurrido, oh mujer, lo que supones; que tales eran los pies de aquél, y las manos, y el mirar de los ojos, y la cabeza, y el pelo que la cubría. Ahora mismo, acordándome de Ulises, les relataba cuantos trabajos sufrió por mi causa, y ése comenzó á verter amargas lágrimas y se puso ante los ojos el purpúreo manto.»
155 Entonces Pisístrato Nestórida habló diciendo: «¡Menelao Atrida, alumno de Júpiter, príncipe de hombres! En verdad que es hijo de quien dices, pero tiene discreción y no cree decoroso, habiendo llegado por vez primera, decir palabras frívolas delante de ti, cuya voz escuchamos con el mismo placer que si fuese la de alguna deidad. Con él me ha enviado Néstor, el caballero gerenio, para que le acompañe, pues deseaba verte á fin de que le aconsejaras lo que ha de decir ó llevar al cabo; que muchos males padece en su casa el hijo cuyo padre está ausente, si no tiene otras personas que le auxilien como ahora le ocurre á Telémaco: fuése su padre y no hay en todo el pueblo quien pueda librarle del infortunio.»
168 Respondióle el rubio Menelao: «¡Oh dioses! Ha llegado á mi casa el hijo del caro varón que por mí sostuvo tantas y tan trabajosas luchas y á quien me había propuesto amar, cuando volviese, más que á ningún otro de los argivos, si el longividente Júpiter Olímpico permitía que nos restituyéramos á la patria, atravesando el mar con las veloces naves. Y le asignara una ciudad en Argos, para que la habitase, y le labrara un palacio, trayéndolo de Ítaca á él con sus riquezas y su hijo y todo el pueblo, después de hacer evacuar una sola de las ciudades circunvecinas sobre las cuales se ejerce mi imperio. Y nos hubiésemos tratado frecuentemente y, siempre amigos y dichosos, nada nos habría separado hasta que se extendiera sobre nosotros la nube sombría de la muerte. Mas de esto debió de tener envidia el dios que ha privado á aquel infeliz, á él tan sólo, de tornar á la patria.»
183 Así dijo, y á todos les excitó el deseo del llanto. Lloraba la argiva Helena, hija de Júpiter; lloraban Telémaco y Menelao Atrida; y el hijo de Néstor no se quedó con los ojos muy enjutos de lágrimas, pues le volvía á la memoria el irreprochable Antíloco á quien matara el hijo ilustre de la resplandeciente Aurora. Y, acordándose del mismo, pronunció estas aladas palabras:
190 «¡Atrida! Decíanos el anciano Néstor, siempre que en el palacio se hablaba de ti, conversando los unos con los otros, que en prudencia excedes á los demás mortales. Pues ahora pon en práctica, si posible fuere, este mi consejo. Yo no gusto de lamentarme en la cena; pero, cuando apunte la Aurora, hija de la mañana, no llevaré á mal que se llore á aquel que haya muerto en cumplimiento de su destino, porque tan sólo esta honra les queda á los míseros mortales: que los suyos se corten la cabellera y surquen con lágrimas las mejillas. También murió mi hermano, que no era ciertamente el peor de los argivos; y tú le debiste conocer—yo ni estuve allá, ni llegué á verle—y dicen que descollaba entre todos, así en la carrera como en las batallas.»
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