Sin cadenas. Carlos Cuauhtémoc Sánchez
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Название: Sin cadenas

Автор: Carlos Cuauhtémoc Sánchez

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги для детей: прочее

Серия: Sangre de campeón

isbn: 9786077627418

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СКАЧАТЬ varios minutos en reaccionar. ¿Qué le pasaba a su padre?

      —Vamos —dijo la muchacha resignada.

      Con movimientos reacios, metieron ropa y algunos libros en una maleta vieja. Aunque tenían pocas pertenencias la valija se llenó.

      —¡Esto pesa mucho! —los regaño su papá cuando pasó junto a ellos dirigiéndose al sanitario—, ¡con tantas porquerías no podemos cruzar la frontera! Saquen todo y vuelvan a empacar. ¡Sólo lo indispensable!

      Owin se puso de pie y se asomó a la cama de su padre con la intención de ver cómo estaba empacando él. En una mochila había acomodado ropa y otras cosas provenientes del costal que trajo.

      —¿Qué... qué es... esto? —cuestionó.

      Beky se acercó, abrió mucho los ojos y sintió miedo.

      —¡Herramientas electrónicas! ¡Tienen el sello de la empresa de mi papá!

      El señor Meneses salió del baño y sorprendió a los chicos inspeccionando su valija.

      —¡No toquen nada! —gritó—. ¡Dedíquense a lo suyo!

      Owin se apartó presuroso, pero Beky se quedó quieta en actitud de reto. Por lo que a ella tocaba, no aceptaría formar parte de un circo de pulgas nunca más. Ni aún en su propia casa.

      —Tienes que explicarnos qué es esto, papá —exigió la joven—, ¿lo robaste?

      El hombre se mostró ofendido.

      —¡No te interesa!

      —Sí me interesa. ¡Lo que tú hagas nos afecta a nosotros!

      Waldo Meneses apretó los puños y caminó por la estancia furioso.

      —De acuerdo. Está bien. Mis jefes son unos pillos, unos explotadores, me hubieran mandado a la calle sin un centavo, así que ayer me quedé en la empresa de noche, entré al almacén y cobré mi liquidación yo mismo.

      Los muchachos se quedaron inmóviles como estatuas. ¿Su padre era un ladrón?

      Owin murmuró:

      —E... entonces es me... mentira que... que te dieron dinero.

      —Bueno, vendí algunas herramientas. Con eso compré los boletos del autobús para irnos de aquí.

      —¡Vendiste herramientas robadas! —dijo Beky—. Y nos vamos porque estamos huyendo.

      —Eso suena muy exagerado. Nadie nos persigue. Es difícil que hayan notado el faltante tan pronto.

      —¡Pero tarde o temprano lo notarán, papá!

      —Y ya no estaremos aquí. ¡Así que apúrense!

      Media hora después, la pequeña familia salía de la casa llevando dos mochilas deterioradas con lo más esencial. Se dirigieron a la estación de transporte público y, poco después, viajaban hacia la frontera en un autobús de segunda clase.

      Owin miraba por la ventana sin decir palabra. No entendía cómo es que su vida estaba dando un giro tan terrible. Recordó los malos pronósticos de la maestra y se le hizo un vacío en el estómago. Había relámpagos que amenazaban tempestad. Estaban dejando la casa donde vivieron siempre, abandonando su alberca del deportivo municipal, renunciando a los recuerdos de una existencia feliz al lado de su madre, y obedeciendo a un padre que no había demostrado mucha inteligencia últimamente.

      —Tengo ganas de llorar —dijo Beky

      —Yo... yo también —contestó su hermano.

      Emociones de temor, tristeza y coraje habían confluido en el corazón de ambos. La tarde empezaba a extinguirse y los últimos rayos diagonales de un sol que se había ocultado ya, avivaban el ambiente con luz ambarina. En pocos minutos sobrevino la oscuridad de la noche. Fue un viaje largo y tortuoso. El autobús hizo algunas paradas para cargar combustible y dejar que los pasajeros estiraran las piernas.

      Amaneció y volvió a atardecer. Cuando llevaban treinta y seis horas de viaje, la chica sacó el cuaderno de apuntes personales de su madre y lo abrió. Owin se acercó. Beky tomó la iniciativa de nuevo y leyó en voz alta. El cuaderno decía:

      RADAR DE LAS EMOCIONES

      En los cursos he aprendido que vivir es como conducir un automóvil. Debo manejar con habilidad y atención, sin pisar el acelerador a fondo en momentos de oscuridad y tormenta, porque puedo sufrir un accidente fatal.

      Los hermanos dejaron de leer unos segundos y se miraron,

      —¿Di... dice “en momentos de oscuridad y tormenta”? —preguntó Owin.

      —Sí.

      Voltearon a ver a su padre. Tenía los ojos cerrados y trataba de dormir. Se movía. Apretaba los párpados y murmuraba boberías. Su cuerpo parecía exhausto, pero su conciencia no lo dejaba relajarse.

      —Si... sigue leyendo, hermana.

      En momentos difíciles, necesito frenar un poco para esquivar los obstáculos.

      Las emociones se reflejan en un radar, me hacen bajar la velocidad y analizar el camino. Por eso, las emociones son buenas. Aún las que parecen malas.

      El miedo me permite detectar el peligro y huir de él. Es el más útil mecanismo de defensa. Cuando sentimos miedo, frenamos, calculamos el paso más seguro y volvemos a acelerar, esquivando los riesgos innecesarios.

      La culpa también puede ser buena; me lleva a reconocer mis errores y a cambiar de dirección para no equivocarme de nuevo.

      La sensación de ignorancia me induce a estudiar y a crecer.

      El orgullo me lleva a amarme a mí misma y a defender mis derechos.

      La ira me hace rebelarme contra las cosas que están mal y luchar por el bien.

      Las emociones son útiles. No trataré de reprimirlas. Lloraré si estoy triste, reiré si estoy alegre, callaré si estoy nostálgica, me desahogaré si estoy enfadada. No hay nada peor que una persona insensible, con mente de robot, sangre de aceite y corazón de piedra.

      Los pensamientos deben pulirse, los sentimientos, sentirse. Son señales de frenado y reacción. Pueden salvarme la vida.

      De igual manera, debo evitar detenerme por completo a causa de las emociones. El que se paraliza deja de progresar, madurar, disfrutar la vida, y comienza a enloquecer, pues queda atrapado y las emociones (que eran útiles), se convierten en cadenas de prisión.

      A partir de hoy manejaré mi automóvil con agilidad y esmero, en un movimiento continuo hacia delante, poniendo mucha atención al radar de emociones para atravesar con éxito las tormentas del camino.

      Comenzaba la segunda noche que pasarían en el autobús y casi había oscurecido por completo. Owin y Beky guardaron silencio, pero en su mente se repetían las frases que acababan de leer e imaginaban que era su madre misma quien las decía.

      El viaje a la frontera duraría doce СКАЧАТЬ