Название: Cómo trabajar para un idiota
Автор: John Hoover
Издательство: Parkstone International Publishing
Жанр: Самосовершенствование
isbn: 978-84-315-5452-1
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Si crees que ordenar la cafetería mientras tu jefe te mira o que ofrecerle los primeros pastelitos es un poco cursi es que no entiendes su funcionamiento cerebral. Henry Ford aseguró que estaría dispuesto a pagar más dinero por la capacidad de una persona de llevarse bien con sus compañeros que por cualquier otra cualidad de un gerente. Si crees que dejar de lado el resentimiento y la hostilidad y sustituirlos por una conducta útil a la par que positiva es algo propio de boyscouts significa que no te estás tomando muy en serio la idea de mejorar tu atmósfera laboral (dicho en otras palabras: tu carrera profesional). No existe una forma más eficaz de impresionar a un jefe que ser su apoyo, ni nada más deprimente para este que un detractor. Hasta un idiota sabe esto.
Piénsalo de otro modo y considera la conclusión lógica de todo lo anterior. Es tu oficina la que estás ordenando. Te gusta tener esas plantas animando la vida laboral, al igual que al resto de la gente. Un jefe contento, idiota o no, es clave para un entorno laboral agradable. Sé honesto y trata de ver las cosas como son. Hacer todas esas cosas, por muy tontas que puedan parecer, para cambiar tu actitud y mejorar tus condiciones laborales. ¿Acaso no vale la pena?
«C» asesina n.º 4: chulear al jefe
Provocar o chulear al jefe se ha convertido en el pasatiempo nacional para muchos trabajadores, por encima incluso del fútbol. Algunas personas están atrapadas en ese espacio en que el jefe es el enemigo y no pueden pasar ni un solo día sin aludir irónicamente a la persona que está al mando, con independencia de quién sea o de las circunstancias que le rodeen. Cuando tú y yo nos damos cuenta de que el jefe vive en una especie de jaula – atrapado, por un lado, entre nosotros, sus empleados, y los problemas que esperamos que solucione, y, por otro, por los conflictos que sus superiores esperan que solucione por ellos–, sólo tenemos dos opciones.
La primera es pasarnos nuestro tiempo productivo golpeando los barrotes de la jaula de nuestro jefe con palos para atormentarle aún más. Pocas personas harían esto abiertamente a menos que tuvieran apoyándolas un poderoso colectivo que negociara acuerdos de mejoras laborales. Pero incluso eso ya no es lo que era. Desde luego, puedes estar tranquilo si tu jefe trabaja para tu tío Billy o, mejor aún, para papá. Si ninguno de los anteriores es tu caso, provocar o chulear al jefe puede ser algo bastante peligroso. La segunda opción es darse cuenta de que la presión a la que está sometido tu jefe es una oportunidad para ti: aprovéchala, afloja las cuerdas y ponte en su lugar. Aunque un i-jefe probablemente no aflojaría las cuerdas como lo harías tú por él, no te olvides de que hay ojos puestos sobre ti y que uno jamás puede no comunicarse. Si alguna vez has leído alguna fábula de Esopo, recordarás que Androcles salvó su vida tras arrancar una espina de la zarpa de su enemigo natural, el león. Si alguna vez has llegado a creer que el jefe es tu enemigo natural, da la vuelta a esto de forma deliberada y empieza a actuar con amabilidad y a ofrecer tu ayuda. ¿Demasiado tierno para ti? Llámalo interés propio.
En cambio, no te «olvides» de poner en copia a tu jefe en aquellos correos electrónicos importantes, no te «olvides» de invitarle a las reuniones adecuadas o no te «olvides» de transmitirle todo lo que estás aprendiendo en tu carrera profesional, unos conocimientos importantes y relevantes. Así evitarás que se muera de vergüenza cuando necesite una determinada información de la que no dispone porque tú le has soslayado. Intuyo que no quieres mezclarte con los típicos lameculos que no dejan de hacerle la pelota al jefe todo el día, esos mismos que aparentan sacarle la espina de la zarpa para después colocarla de forma estratégica en alguna silla donde vaya a sentarse y reírse tontamente de ello. Cuando la tentación es chulear o atormentar al jefe, quizá haya llegado el momento de reunirse con el equipo y aprovechar la oportunidad de dar a conocer tu postura sobre el tema. Quizá sea un poco exagerado o puede que no.
• Si resulta evidente que tu jefe trabaja con una mano atada tras la espalda, piensa que sus iguales le mirarán con lástima. Tu jefe siempre tendrá un compañero compasivo que le echará una mano. Recuerda que muchísima gente te observa y, por lo tanto, estará esperando impaciente tu respuesta: entre ellos, los compañeros de tu jefe y sus superiores, tus propios compañeros y tus subordinados. Asegúrate de que la actitud que adoptes con tu jefe sea la misma que demuestras ante los demás grupos, en especial con tus iguales y subordinados.
• Programa actos de amabilidad. En serio, esta clase de cosas son demasiado importantes para dejarlas en manos de la casualidad, por lo que no debes esperar a que llegue el momento propicio para hacerlas. Ten en cuenta que no estoy hablando de preparar el café, a menos que quieras hacerlo, sino que me refiero a gestionar tu departamento recorriéndote los pasillos. La fama de Dave Packard, de Hewlett & Packard, se atribuye a esta habilidad. Si tu jefe no lo hace, vete a dar una vuelta con él y transmítele un informe provisional sobre algún asunto importante.
• Convierte la jaula de tu jefe en un lugar habitable manteniendo los principios y la personalidad bajo control. Si sabes de dónde proviene su estrés, asume alguna de sus tareas para aliviarlo, aunque no las realices todas, pues ya tienes bastante trabajo. Sin embargo, el gesto de ofrecer tu ayuda bastará para lanzar un mensaje claro: tú has «escogido» trabajar para esa empresa, y no al revés. Ese tipo de detalles pueden ayudar a reconducir las conversaciones críticas en las que no estás presente hacia donde quieras.
Ten cuidado con tu diagnóstico de la idiotez, pues, a veces, lo que parece ser un idiota es una persona normal y corriente con «idiotasincrasias». Todos tenemos «idiotasincrasias» y ese tipo de rarezas se exageran si padecemos cansancio o deshidratación. Si un colega llega a la oficina con cada calcetín de un color distinto, podemos pensar que se trata de un genio loco, de una persona que marca tendencias o de alguien simplemente daltónico. Sin embargo, tendemos a considerar que es un idiota y punto.
La estupidez es distinta al alcoholismo, la drogadicción o el tabaquismo. Bueno, quizá no tanto, pero ese es otro tema. La analogía que estoy a punto de hacer nace libremente de los programas de recuperación basados en doce pasos. Mi intención no es desacreditar estas terapias, desde luego, sino que se trata de una manera de recordar cómo y dónde pasaba las noches de los miércoles. El caso es que la estupidez es casi tan omnipresente como el oxígeno, y no podemos controlar la de los demás. No somos la causa de ella, no podemos curarla y no podemos asumir el control. La única estupidez que podemos manejar es la nuestra.
Pasos para poner freno a la estupidez
Cuando por fin te conviertas en un idiota consciente, inteligente y trascendente (en el sentido de que traspases los límites de la experiencia normal), uno que puede reflejar simultáneamente el pasado, el presente y el futuro de su condición personal y de sus circunstancias, ya no puedes volver a introducirte entre la población idiota y no destacar en ella. Tu inteligencia, si es que la tienes, te atormentará día y noche. Padecerás un trastorno del sueño grave (que exagerará tus «idiotasincrasias»), empezarás a sufrir episodios psicóticos, te ingresarán en un centro psiquiátrico, un abogado de oficio conseguirá sacarte de ahí, regresarás a casa y tu familia estará preocupada por ti hasta que tu perro te encuentre durmiendo en el garaje.
La única alternativa razonable que te queda es aceptar lo inevitable, la estupidez en forma de idiota. Bienvenido al mundo real. Te sería más sencillo cambiar el clima de todo el planeta que ejercer el más mínimo efecto sobre el número y la distribución de idiotas sobre la faz de la tierra. A veces me da la sensación de que unos extraterrestres СКАЧАТЬ