Название: Cómo trabajar para un idiota
Автор: John Hoover
Издательство: Parkstone International Publishing
Жанр: Самосовершенствование
isbn: 978-84-315-5452-1
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En pocas palabras, los buenos jefes mandan del modo en que les gustaría que les mandaran. En la mayoría de las interacciones humanas, cuanto más simple es algo, más efectivo resulta. Todos queremos respuestas poco complicadas, tomar el camino más sencillo y ganar dinero fácil. Deseamos llevar una vida simple, sin complicaciones. ¿Alguna vez has escuchado un anuncio de electrodomésticos que prometa «en sólo tres difíciles pagos»? Staples, una tienda de material de oficina, llevó a cabo una campaña publicitaria que giraba en torno al eslogan «Eso ha sido fácil». Todavía siguen vendiendo un botón gigante de color rojo con la palabra «Fácil» que recita el eslogan cuando pulsas el botón. Los buenos jefes tienen dos dedos de frente y pueden llegar a imaginarse cómo les gustaría que les trataran sus superiores y, por lo tanto, intuir que a sus empleados les gustaría recibir ese mismo trato.
El modo en que nos comunicamos con los demás es un buen punto de partida cuando queremos ser mejores jefes o sobrevivir a uno pésimo. Recuerda que la misma talla no sirve para todo el mundo. Los buenos jefes transmiten información clara y concisa y te animan a ti y al resto de tu equipo a actuar de la misma manera. A los buenos jefes no les gusta tener que hacerte veinte preguntas para adivinar qué quieres decir y, por si lo dudabas, tampoco leen la mente. En general, los buenos jefes no hacen ese tipo de cosas, no son telépatas.
Elimina el misterio
Si cada vez que tu jefe te pregunta qué asunto te llevas entre manos le haces jugar a ¿Quién quiere ser millonario?, obligándole así a hacerte un montón de preguntas al respecto, es que tenéis un problema, y de carácter serio.
Forzar a alguien a adivinar información importante que sólo tú conoces tiene un nombre: se denomina conducta pasivo-agresiva. Suele ser fruto de tu rencor y resentimiento; tendemos a ser pasivo-agresivos con aquellas personas a quienes ansiamos castigar. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste el vacío o castigaste con tu silencio a alguien con quien estabas bien? Es muy fácil poner a prueba este concepto: simplemente invierte la situación y piensa cómo te sientes cuando tu jefe se niega a revelarte cierta información. Sin duda dejarás volar tu imaginación: «¿No confía en mí? ¿Cree que soy tan estúpido que contaré el gran secreto a los cuatro vientos? ¿Le asusta que pueda utilizar esa información para recibir todo tipo de elogios?». Se te pasarán miles de cosas por la cabeza, pero ninguna cariñosa respecto a tu jefe. Si él también duda de ti, ¿por qué esperas que se muestra agradable y simpático?
La desconfianza siempre conduce a la desazón. ¿Cuántas veces las personas comen juntas sólo para especular sobre lo que está sucediendo en la oficina? ¿Cuántas veces escuchas conversaciones entre susurros por teléfono? ¿Alguna vez has estado en la situación de encontrarte en el lavabo justo en el momento en que tu jefe entra con alguien más? Sin duda, te habrás quedado inmóvil, con la esperanza de escuchar información que afecte a tu trabajo, ¿me equivoco? ¿Eres consciente de cuántas veces pones la oreja para intentar escuchar la conversación que mantienen dos compañeros de trabajo en el cubículo contiguo? Recuerda el capítulo 1: la conversación que determinará tu futuro ascenso, o despido, tendrá lugar cuando tú no estés presente.
Los buenos jefes saben que compartir información en el momento oportuno hace sentir a la gente incluida, respetada y reconocida por su capacidad de contribución, por no mencionar su capacidad de producción. Los buenos jefes convierten la comunicación abierta en una prioridad y mantienen a todo el mundo informado continuamente; y además les gusta saber qué piensan los demás. No sólo cuando conectan sus dispositivos inalámbricos, entre las tres y las cuatro de la tarde de cada tercer martes del mes, sino siempre. Es tan fácil y simple que todos los jefes que no hacen esto deberían someterse a una evaluación psiquiátrica y, si fuera necesario, a una terapia de electroshock. ¿Cuáles son los beneficios de este compromiso que no se entienden? ¡Zas!
Un trato equitativo de todos los miembros del equipo es casi tan importante como la comunicación. Y digo «casi tan importante» porque si la gente va a recibir un trato desigual, es preferible que nos lo digan a la cara en vez de fingir que no está pasando. Lo peor del tratamiento preferente es la farsa de que todo el mundo recibe el mismo trato. A la gente no le importa ser Cenicienta antes de su golpe de suerte, pero detesta que le prometan un príncipe azul y un zapato de cristal si después esto no va a ocurrir.
Los buenos jefes son justos
La imparcialidad en la oficina significa, simple y llanamente, aplicar las normas con equidad y sin tener en cuenta la opinión política de nadie. Incluso aunque las normas sean un engorro, aplicarlas de forma imparcial con todo el mundo ayuda a construir buenas relaciones. Poner la zancadilla a unos y dar vía libre a otros produce hostilidad, resentimiento e incluso venganza, si va demasiado lejos. Comunicarse de forma abierta y honesta con los demás y actuar con equidad es cuestión de tratar a los otros del mismo modo que te gustaría que lo hicieran contigo. Repite conmigo: «Dirige de la misma manera que te gustaría que te mandaran». Parece muy fácil, y además funciona. Y lo hace con todo el mundo, independientemente del lugar que ocupes en la cadena alimenticia de la empresa. Los buenos jefes tratan igual a sus superiores que a sus subordinados: todos son personas. Sin embargo, ¿cuántas veces te has encontrado con un doble rasero? Peor aún, ¿cuántas veces lo usas tú mismo? Reconozco que soy culpable de eso.
Los buenos empleados suelen ser buenos jefes, del mismo modo que estos son trabajadores excelentes para sus superiores y sus compañeros, porque los factores importantes son los mismos. Los comportamientos positivos que propician buenas relaciones funcionan en cualquier situación. En cambio, los trabajadores indulgentes consigo mismos suelen convertirse en jefes igual de indulgentes. La gente que exprime al más pequeño haría lo mismo con uno de mayor tamaño si tuviera la oportunidad de hacerlo. Si no eres una persona justa e imparcial o no te comunicas de forma abierta, jamás podrás llegar a ser ese jefe de ensueño que todo empleado fantasea con tener. Saber mandar en cualquier situación es un concepto muy importante que aprender, porque las implicaciones de ello tienen un gran alcance. Si conoces a algún buen jefe, piensa que también debe de ser un trabajador maravilloso. Los valores que demuestra en tu presencia son los mismos por los que se rige cuando tú no estás delante.
Ser un buen jefe es muy sencillo y hace que te preguntes por qué alguien de este planeta querría invertir tantos esfuerzos y energías para convertirse en uno horrendo. Supongo que se debe a que uno no conoce nada más y se ha acostumbrado a actuar como un monito de feria. O quizá ha escogido el modelo de jefe equivocado de todas las opciones disponibles. Por mucho que las personas más sociales de la oficina se empeñen en hacer creer que los animales y los niños son capaces de apañárselas por sí mismos sin hacerse daño los unos a los otros, siempre hay planes secretos y un motivo oculto. Cuando tienes un jefe despreciable, es más que probable que haya alguien tramando algún plan.
La imparcialidad es un don fantástico, pero no albergues expectativas poco realistas. Como i-jefe rehabilitado, en el sótano de aquella iglesia, aprendí que la justicia es algo muy poco habitual, además de tener un precio excesivo. Si te topas con una relación imparcial entre un jefe y un subordinado, considéralo la guinda del pastel.
La sangre tira
Cuando el hijo del jefe trabaja en la empresa, tienes que ser un cabeza de chorlito para no comprender que para él rigen unas normas especiales. No tienes que haber estudiado mucha historia para aprender que la sangre tira y el dinero familiar todavía más. He conocido a cabezas de familia despedir a empleados con gran talento y capacidad, leales y dedicados a su trabajo, para entregar sus negocios a un hijo o una hija cuyas facultades mentales son un ejemplo de que se han reducido generación tras generación. Esta capacidad limitada suele contribuir a la desaparición de la empresa. Normalmente, la primera generación establece el negocio, la segunda lo hace prosperar, la tercera СКАЧАТЬ