Cómo trabajar para un idiota. John Hoover
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Cómo trabajar para un idiota - John Hoover страница 14

Название: Cómo trabajar para un idiota

Автор: John Hoover

Издательство: Parkstone International Publishing

Жанр: Самосовершенствование

Серия:

isbn: 978-84-315-5452-1

isbn:

СКАЧАТЬ son tenaces y muy eficientes; en otras palabras, son máquinas de matar. Apartan los obstáculos que entorpecen su camino utilizando cualquier medio que necesiten. No te atrevas a cruzar el paso de cebra cuando haya un maquiavélico al volante, aunque el semáforo de los peatones esté en verde.

      Si trabajas a las órdenes de un maquiavélico, existen varias formas de protegerte. Puedes decir cosas como «Jefe, no sé si te habías fijado en que la alfombra del despacho del director adjunto hace juego con sus ojos». Si además ese directivo de tu empresa conduce un Lexus 430, añade: «Para mí, eres el típico tío que conduciría un Lexus 430». O puedes pasar de tanto simbolismo y apelar directamente a su insaciable apetito de poder con frases como «Esta empresa iría sobre ruedas si tú la dirigieras». Decir a los jefes endiosados y a los maquiavélicos lo que quieren oír es siempre una apuesta segura. La resistencia es inútil, además de potencialmente letal.

      Al igual que un jefe endiosado, el maquiavélico tiene una percepción de sí mismo muy idealizada y le importa un comino tu vida, a menos que te utilice para su propio beneficio. Tómate esto como una oportunidad: mostrar una actitud adecuada con respecto a tu jefe maquiavélico mejorará el ambiente laboral y, quizá, evitará que te despidan.

      Aquí tienes algunos trucos para manejar a un maquiavélico:

      • Utiliza las palabras para ti muy a menudo. Simplemente con decir «Yo me encargo de eso», el maquiavélico interpreta que estás amenazándole con pisarle la cabeza o quitarle protagonismo. Sin duda, tu intención no es tal, pero si un jefe maquiavélico sospecha que quieres desbancarle, te hará papilla, créeme. Para que tu vida no corra peligro, tu jefe maquiavélico debe creer que todo tu trabajo lo haces sólo para que él o ella se lleve los aplausos y el reconocimiento.

      • Imita su retórica. Puesto que todo lo que un maquiavélico dice y hace está estratégicamente planificado para alcanzar la cúspide de la pirámide, no dudes en utilizar su mismo lenguaje. Si el maquiavélico cree que estás trabajando en su nombre, incluso cuando él no anda por ahí, es muy probable que empiece a cederte parte de su autoridad institucional para que puedas hacer más cosas por él. Entonces, y sólo en ese momento, podrás utilizar esa autoridad adicional para realizar buenas obras. Así, encontrarás un modo de ayudar a los demás, no sólo por puro entretenimiento, sino también en tu propio beneficio.

      • Pon su inteligencia en alerta. Cuando descubras algo interesante, cuéntaselo: envíale un correo electrónico o menciónaselo al pasar por delante de su despacho. Puesto que está en constante competición con todo el mundo (o eso es lo que piensa), el maquiavélico agradecerá cualquier dato que pueda resultarle útil. Puede que, en tu opinión, esa información no sea importante, pero recuerda que tu jefe está obsesionado con su lucha por la supremacía. Esta es una buena forma de fortalecer tus «comunicaciones positivas». Los maquiavélicos son famosos por matar al mensajero que entrega malas noticias, sin importar lo objetivo que este sea. Así que suaviza las malas noticias al comunicarlas.

      • Que sea el primero en enterarse. Asegúrate de que tu jefe maquiavélico sea la primera persona en conocer cualquier noticia. Aunque parezca una banalidad inútil y absurda, deja que sea tu jefe quien decida si quiere escucharla o no. Si cree que estás ocultando cierta información, concluirá que estás tratando de competir con él, y las cosas se pondrán muy feas para ti en un abrir y cerrar de ojos. Tu objetivo es desintoxicar tu ambiente laboral, ¿recuerdas? Para garantizar esta seguridad, redacta informes y compártelos con tu jefe maquiavélico, ensalzando siempre el buen hacer de sus trabajadores. No tienes que ser siniestro ni críptico en estos informes. Un maquiavélico es perfectamente capaz de recibir una noticia inofensiva y hallar en ella amenazas ocultas.

      • Acepta sus invitaciones. El hecho de que un maquiavélico te invite a algo es una prueba irrefutable de que te considera fundamental para su carrera: no eches a perder esta oportunidad. Es posible que tus compañeros de oficina cuchicheen a tus espaldas cuando se den cuenta de que el jefe empieza a incluirte en sus planes. De hecho, puedo garantizarte que ocurrirá; lo único que debes hacer es recordarles quién eres. Tener acceso a la autoridad institucional del maquiavélico sólo puede conllevar cosas positivas para todo el equipo.

      • Formula tus contribuciones según lo que pueda impresionar a tu jefe maquiavélico: «Sin duda, lo que has hecho ha puesto al Sr. Big de muy buen humor». Incluir los logros de tu jefe maquiavélico en el estratégico orden del día de la empresa contribuirá a tu desparpajo planificador. Deberías desarrollar ambas habilidades. Además, le estarás demostrando al maquiavélico, una vez más, que estás promoviendo sus aspiraciones profesionales uniendo los puntos entre las cosas de las cuales puede atribuirse el mérito y aquellas que construyen una valiosísima equidad ante los ojos de aquellos que el jefe maquiavélico debe complacer para seguir ascendiendo.

      La diferencia entre una carrera de éxitos y una estancada depende de si consideras estas tácticas como un sacrificio o una oportunidad. Ten cuidado y presta atención a tus actitudes y conductas, pues tu jefe las observará desde su punto de vista. Aunque él y tú bailéis a ritmos distintos, recuerda que él establece el tempo en la oficina. Aprender una nueva cadencia te será más útil que formar tu propia banda de percusión. De lo contrario, sólo conseguirás frustrarte y decepcionar a tu jefe, quien acto seguido te echará a la calle de una patada.

JEFES SÁDICOS

      Hola, Cruela. Cada vez que los jefes sádicos oyen lo que quieren, como por ejemplo «auch», lo único que conseguimos es recibir otro castigo, unas veces más sutil y otras explícito. Pongamos por ejemplo la típica bromita del jefe sádico, que empapela la oficina con carteles donde podemos leer: «Cuando quiera tu opinión, ya te la daré». Ja, ja. Por lo visto, los jefes sádicos no se dan cuenta del mensaje que, en realidad, la gente capta de ese pseudohumor: un recordatorio de quién manda allí. Nunca entenderé por qué hay tanta gente que está convencida de que dejar clara la disparidad de poder en el lugar de trabajo es algo positivo y beneficioso.

      Al igual que un felino jugueteando con un ratón pero que no llega a matarlo, un jefe sádico jamás te dejará escapar; te mantendrá vivo sólo para torturarte. Si intentas pedir un traslado a otro departamento, aparecerá como por arte de magia en tu puerta, con una sonrisa de oreja a oreja y con tu petición de traslado en la mano con la palabra D-E-N-E-G-A-D-A escrita en enormes letras rojas. Te pellizcarás para despertar de esa horrenda pesadilla, pero enseguida te darás cuenta de que no se trata de un sueño y de que tu jefe sigue ahí, con esa sonrisa maléfica. Es posible que incluso cuelgue la noticia en la puerta de la nevera de la sala de personal para que más tarde descubras que todo el mundo se ha enterado de la noticia. Si le persigues para hacer que cambie de opinión, ten por seguro que acudirá al mismo papa para conseguir que tu solicitud de traslado sea rechazada. Para un sádico, el dolor es como un afrodisiaco.

      Hay quien denomina a estos tipos jefes matones. Por norma general, los sádicos intimidan a la gente. Si les comentas que ese abuso de poder está acabando contigo, el sádico y el matón no dudarán en intimidarte todavía más. Ignorar el abuso, o fingir que te da lo mismo, puede disuadir a un matón (quien, sin duda, está intentando infligir el mismo dolor que él siente). Es muy complicado explicar qué se esconde tras los castigos de un sádico; cuando este goza de autoridad institucional para golpear y herir, la motivación principal se convierte en algo inmaterial. Los jefes sádicos alivian su sufrimiento… infligiendo dolor a los demás.

      Si trabajas para un jefe sádico, asegúrate de que los signos de tu malestar sean evidentes. Tal y como describo aquí, es fundamental que no te escondas cuando llores, rechines los dientes o te rasgues las vestiduras en tu cubículo o en el baño. Hazlo a los cuatro vientos. Contento de que estés sufriendo tanto, tu jefe sádico te dejará durante unos días y buscará otras víctimas.

      Aquí tienes algunos comentarios que deberías tener en mente si trabajas para un jefe sádico.

      • Finge estar muy ocupado y con muchísimo СКАЧАТЬ