Diario de un viage a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires. García Pedro Andrés
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СКАЧАТЬ ley, que hace sagrado su derecho de propiedad, sostiene á aquel contra las agresiones de la codicia.

      Ni creo deba temerse que los propietarios se resientan de unas providencias que, bien lejos de perjudicarlos, van á dar á sus haciendas un valor que ahora no tienen, y que crecerá progresivamente en razon de las medidas mismas con que el gobierno esfuerce la aplicacion de los colonos.

      Nace con el hombre el deseo de dominar y poseer: tarda mas el conocimiento de los medios que pueden estender la esfera de estas inclinaciones; mas una vez conocidos, se decide y los abraza con toda la ansiedad de las pasiones. Nada creo que será mas fácil, que hacer conocer á nuestros propietarios todas las ventajas que van á conseguir del establecimiento de colonos en sus campos, bajo un sistema como el presente: de manera que, tan lejos de oponerse á estas determinaciones, pretenderán con empeño la preferencia de sus tierras para pueblos.

      En las tierras baldías no tendremos estas dificultades, y el gobierno presentará un aliciente mas poderoso, con la donacion de las suertes de tierra á los que llame á poblarlas: sacando al mismo tiempo todo el partido que le ofrece esta circunstancia para acelerar los progresos de la poblacion y la labranza.

      Establecidos los colonos, una policía sabia asegurará las propiedades, destruirá los vagos, perseguirá los delincuentes, romperá las trabas y pondrá en posesion tranquila de la libertad á todos los ciudadanos virtuosos. Pero los dos grandes objetos á que deben dirigirse luego los esfuerzos, son á la introduccion de la moderna agricultura, y á la atraccion de colonos de todo el mundo, si es posible: ambos objetos son vastos, necesitan de tantas y tan acertadas operaciones, de tantos fondos, en fin de tanto saber y patriotismo, que se hace indispensable establecer para desempeñarlos una junta de mejoras, ó llámese sociedad patriótica, que vele noche y dia sobre asuntos tan interesantes, siempre protegida con toda la fuerza del gobierno.

      Yo creo que la sociedad podria escoger por modelo á la famosa de Dublin, que tiene la gloria de haber sido la primera que hizo conocer todo el precio de los bienes de la tierra en Inglaterra. Los notables del reino se empeñaron, con toda la fogosidad de su carácter, en adelantar los progresos de la agricultura, hicieron un negocio propio á alentar è instruir al pueblo en este ramo, consagraron á este objeto su supérfluo, destinado antes al lujo y á los vicios. Ellos mismos instruyen, solicitan y hacen dictar al gobierno cuantas leyes económicas aconseja necesarias la experiencia; y este espíritu, difundido por toda la nacion, ha llevado al mas alto grado de perfeccion la agricultura en Inglaterra.

      Un movimiento semejante es el que debe dar el gobierno á la opinion de nuestros ciudadanos, que se resienten de los errores que, adoptados generalmente, han dirigido el sistema politico de los estados europeos desde el descubrimiento del Nuevo Mundo. Es forzoso que se convenzan todos de que, como dice un sabio, el oro liquidado por el ardiente soplo de la humanidad entera, cuela y se huye de entre la criba de naciones ociosas que lo reciben de primera mano: que cuando se detiene, no es mas que un metal de inutil peso; que jamas es riqueza, ni la representa si no por medio de la circulacion; que no circula sino hácia los lugares que producen cosas útiles á las necesidades humanas; que no puede aumentarse en un pais si no en razon del producto líquido que se saca de sus riquezas renacientes, y de la industria que las prepara y acomoda á los usos de la vida.

      Que los sabios, los literatos, los celosos patriotas empleen los encantos de la elocuencia, la fuerza irresistible del raciocinio y de la conviccion, para presentarnos á la agricultura como ella es en sí. Que los magistrados vean allí la conservadora de las sanas costumbres, de la inocencia y de la libertad; los propietarios, la regeneracion eterna de sus riquezas; el comercio, sus almacenes; los pueblos, su subsistencia; los hombres en fin, la nodriza comun que los conduzca á fraternizar y participar juntos de sus dones.

      Si estos principios, autorizados por un gobierno paternal, se difunden y vulgarizan, no es posible que dejen de electrizar á un pueblo que no perdona sacrificio cuando lo considera útil á su patria. Ya me parece que lo veo correr al fomento de la agricultura y de la industria, con el mismo entusiasmo con que ha volado siempre á ofrecer sus bienes y á sacrificar su vida por la seguridad comun. Veo que en cada departamento se forman sociedades patrióticas, que llevan al seno de los campos las luces y los socorros á los desvalidos labradores: que los instruyen, no por medio de vanas teorías, sino con egemplos prácticos; que los estimulan con los premios, con las distinciones y con los honores. Que otros Triptolemos forman nuevos instrumentos de labranza, y enseñan su uso á los aplicados agricultores: que hacen brotar una multitud de plantas hasta ahora desconocidas; que mejoran las poblaciones, que plantifican la industria en ellas y proporcionan la educacion civil y cristiana de las generaciones reproducidas. Que arrancan del seno de la ciudad multitud de familias que hoy vegetan ociosamente, y las establecen con utilidad en la campaña: que hacen derramar en ella mucha parte de los tesoros que ahora se estancan ó se guardan para animar la industria del estrangero: que atraen, en fin, de todas partes la poblacion, la abundancia y la felicidad.

      A las sociedades, à los hombres de verdadero patriotismo, toca el cuidado de inspeccionar los detalles, proponer los proyectos útiles y dirigir las operaciones. El gobierno, no dando acceso jamas á ese espiritu entremetido que se mescla en los intereses particulares de los subditos bajo el pretexto del bien publico, debe proteger solo los esfuerzos con la sabiduria de las leyes que proporcionen al labrador el espéndio de sus frutos con comodidad, y con una ganancia módica, pero pronta y segura. Para ello es necesario facilitarles mercados inmediatos, en donde la concurrencia de compradores sea la que dé precio á sus frutos, y proporcione los contratos útiles á la clase agricultora y comerciante. En vano se derramarian tesoros en los campos, en vano se establecerian familias labradoras y se formarian leyes: todo permaneceria en la inercia, si la utilidad no siguiese de inmediato á los trabajos. El comercio es el vehículo que introduce con sus ganancias la fecundidad y la vida en todas las clases laboriosas del estado, pero él no puede prosperar sino obrando en libertad.

      Supuesta la libre exportacion al exterior de todo cuanto la tierra produzca ó la industria prepare, para fomentar el comercio interior son muy necesarias las poblaciones, porque allí encuentra el traficante reunidos los granos y los frutos de muchos labradores, cuyos diversos intereses le proporcionan ventajas importantes, y se le disminuyen las demoras y los costos, que le ocasionaria la necesidad de vagar por las habitaciones dispersas de la campaña para vender y comprar. Los labradores, al mismo tiempo, con las noticias que adquieren en el trato y sociedad, saben apreciar sus granos, y no malbaratarlos ó perder ventas oportunas por ignorancia. Se ahorran los gastos de la conduccion y los riesgos que corren en su transporte á largas distancias, como tambien el tiempo que en ello pierden y los perjuicios que nacen de la ausencia de sus campos.

      Nadie ignora que la principal ventaja de la libertad del cultivo y del comercio de sus producciones, está en facilitar los cambios, sin los cuales los frutos no pueden tener su precio: de donde se infiere la necesidad de abrir la salida y facilitar los transportes y caminos al comercio. Todos los frutos que se ofrecen en concurrencia al consumo estan cargados precisamente con los gastos de produccion y transporte: estos últimos no tienen otra base que el mismo articulo, y por consiguiente los gastos de transporte cargan sobre la produccion. Asi, pues, para que nuestros frutos se presenten mas ventajosamente á la concurrencia, es preciso disminuir, cuanto sea posible, los de conduccion.

      De estos principios se deriva naturalmente la necesidad de mejorar los caminos, de facilitar la navegacion y de construir canales: pero mientras llega el tiempo en que el estado pueda emprender estas grandes obras, juzgo que son indispensables dos providencias. La primera, que facilite y fomente las máquinas que reducen el volumen de los frutos, y dejando la utilidad de la manufactura entre las familias industriosas, minoran los gastos de su transporte. La segunda, es la que mira á perfeccionar las máquinas que se emplean en las mismas conducciones, haciéndolas de forma que, admitiendo mas carga, necesiten menos fuerzas y esten menos espuestas á romperse ó desbaratarse.

      Las medidas hasta aquí indicadas como necesarias, serian inutilizadas en gran manera si no se atendiese inmediatamente, casi como objeto primordial, á la seguridad de las fronteras СКАЧАТЬ