Diario de un viage a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires. García Pedro Andrés
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Diario de un viage a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires - García Pedro Andrés страница 2

СКАЧАТЬ la riqueza de la sociedad.

      Es verdad que no corresponde á las fuerzas de uno solo, sino à los esfuerzos de muchas generaciones, el llevar á cabo una obra de tamaña grandeza. Hay escollos que evitar, peligros que arrostrar y dificultades que vencer: pero todo desaparece cuando se nos presente la perspectiva risueña de la felicidad pública. Mil pueblos florecientes, en medio de los campos ahora desiertos, serán un monumento mas glorioso que cuantos ha levantado la vanidad de los conquistadores. Millares de familias contentas, y rodeadas de la abundancia, entonarán himnos mas honrosos al gobierno que las afamadas producciones de poetas aduladores.

      ¡Plugiese al cielo que el tiempo que me resta en la tarde de mi vida, fuese un sacrificio útil á un pais que me alimenta desde mi primera juventud, y que me ha dado cuanto es capaz de hacer amable su existencia á un mortal! Si una fatalidad inevitable, ó si la escasez de mis luces, no me permite esta honra, yo me consolarè á lo menos con haber hecho lo posible, y con manifestar á V. E. en el lenguage de la verdad los males que pesan sobre nuestras campañas, la urgente necesidad de remediarlos, los medios de hacerlo, y cuantos bienes pueden resultarnos.

      La feracidad de este suelo afortunado, las ventajas que ofrece su situacion geogràfica, y la reunion de todo cuanto puede lisonjear los deseos naturales del hombre, parecen que destinaban à Buenos Aires para ser una de las primeras ciudades del Nuevo Mundo: pero contra el órden de la naturaleza la hemos visto casi en nuestros dias desfallecer en la miseria, y entrar apenas en el rango de las ciudades subalternas.

      La lucida expedicion que trajo Mendoza, desapareciò luego, ya por las luchas sangrientas con los Querandìs, ya por la penuria de bastimenos, ya en fin porque se vió frustrado el principal objeto de su establecimiento, esto es, la facil comunicacion con las provincias y riquezas del Perú.

      Sin embargo de que una benda espesa cegaba á todas las naciones europeas en el siglo XVI sobre sus verdaderos intereses, no dejò de traslucir el adelantado Torres de Vera cuan interesante era la poblacion de Buenos Aires, y ordenó luego á Juan de Garay la reedificase à toda costa, como lo verificò el año de 1575. A la muerte de este hombre digno de memoria, quedaron los pobladores dueños de grandes terrenos, cuya fertilidad podria haberlos colmado de abundancia y felicidad, si el gobierno hubiera sabido adoptar el sistema que convenia à sus verdaderos intereses. La adquisicion de encomiendas y de nuevos terrenos entretuvo la ambicion en los primeros años, y fomentó una guerra con los naturales, que se ha perpetuado hasta nuestros dias.

      Las tentativas de varias naciones europeas, principalmente las pretensiones de Portugal, hicieron conocer á la España que era forzoso velar mas cuidadosamente sobre la conservacion de estos paises, mantener tropas en Buenos Aires y fomentar esta colónia. Pero al mismo tiempo la codicia de los monopolistas y la ignorancia de la ciencia económica habian cortado los canales de la circulacion. Esta ciudad se viò reducida à los consumos de su guarnicion, y à la miserable exportacion de algun navìo que mandaba Cadiz con licencias eventuales; ó bien á las utilidades de los ganados que transportaba al Perù, y á las de un contrabando mezquino à que incitaba el comercio esclusivo de Lima en las provincias altas.

      En el espacio de dos siglos habìanse estendido las familias por estas inmensas llanuras, y, dedicadas à una vida pastoril, se establecian sin òrden en los campos, y, como los hijos de Noé, iban propagándose con sus rebaños por un mundo desierto. Aislados los hombres en sus haciendas, no se reunian sino cuando lo exigia la religion, ó lo ordenaba la necesidad de la comun defensa. Era forzoso, pues, que reducidos á este género de vida, adquiriesen unas costumbres salvages, y que, desconociendo las necesidades del hombre civivilizado, se resintiesen de la indolencia é ignorancia de sus bàrbaros vecinos: – que la agricultura estuviese en el peor estado y la provincia en la miseria.

      El buen rey D. Carlos III, rompiendo las antiguas trabas, dió mas libertad al comercio nacional, erigió à esta ciudad en capital de un vireinato, abriò el comercio con el Perú, con los puertos habilitados de la penìnsula, las colonias españolas y extrangeras. La atraccion de capital y los preciosos frutos que el comercio amontonó en ella de las provincias interiores, la hicieron prosperar con rapidez tan extraordinaria, que en pocos años empieza ya à competir con las mas florecientes de la América.

      Mas si desde las elevadas torres de la ciudad echamos una ojeada sobre las campiñas que la rodean, será preciso confesar que su opulencia no es debida á la perfeccion de la agricultura, ni à los esfuerzos de la industria. En ella veremos un retrato de la ciudad de Idomeneo que nos describe el sabio Fenelon. Su grandeza y esplendor son efimeros, porque no estriban en la tierra, la única capaz de consolidar la felicidad de un estado.

      La revolucion que ha causado naturalmente en la Amèrica el trastorno general de Europa, vá á poner sus provincias en estado de desplegar cada una las riquezas de su respectivo suelo. ¿Y què será de la nuestra, si dejamos en abandono nuestros campos, único tesoro que nos ha dado la Providencia? Es preciso, pues, que nos apresuremos à ponerlos en aptitud de prosperar, ò que desde ahora consintamos en volver á un estado de languidez y decadencia.

      Si miramos atentamente el estado de nuestras campañas, advertiremos luego, que las estancias y chàcras se hallan mescladas al presente: que un desorden general ha confundido las propiedades, y dado lugar à que el propietario esté siempre amenazado de las agresiones de sus vecinos, ó destruido con pleitos interminables. Los ganados del hacendado talan las sementeras del labrador, y las diligencias de este dispersan aquellos. Hay una multitud de familias establecidas en terrenos realengos que ocupan à su arbìtrio, ó bien en los que arriendan por un infimo precio. Estas familias se dicen labradoras por que envuelven en la tierra una ò dos fanegas de trigo al año; y son en la realidad la polilla de los labradores honrados y de los hacendados á cuyas espensas se mantienen. – He aqui la exacta relacion que hace de su modo de vivir un vecino de estas mismas campañas. "Empiezan, dice, estos agricultores honorarios à arar por mayo, y concluyen en julio y aun agosto. ¿Y què comen en este tiempo estos hombres sin recursos? – Díganlo nuestros ganados. ¿Con qué alimentan sus vicios? – Con los productos de aquellos. ¿Y cual es el resultado de una operacion de cuatro meses? – Haber arañado la tierra, que por mal cultivada, no produce ni aun el preciso necesario de una familia industriosa. Siembran, en fin, porque un vecino les prestó la semilla, y el dia de la sementera hay bulla, embriaguez, puñaladas, &c."

      "Estas sementeras en muchas partes deben cercarse; y para esto se unen algunos, y clavan en tierra cuatro palitroques, que, ayudados de torzales que hacen de la piel de nuestros toros, forman una barrera incapaz de resistir la embestida de un carnero. Resguardadas así sus mieses, las cuidan sus mugeres por el dia, y ellos por la noche. Persiguen los ganados vecinos, los espantan, los hieren, y obligan al hacendado à trabajar un mes, para reunir lo que un labrador de estos le dispersò en una noche. Destruyen nuestros caballos, pues en ellos hacen sus correrias nocturnas. En este órden continuan hasta el preciso tiempo de la siega, en que son mas perjudiciales que nunca."

      "Llega enero, y cruza por la campaña un enjambre de pulperias, llevando consigo el pàbulo de todos los vicios; sus dueños los fomentan para egercitar la usura: ponen juegos, donde los labradores de esta clase reciben cualquiera dinero por sus trigos: venden à precios ínfimos sus cosechas, y el campesino honrado, que por sus cortos fondos necesita adelantamientos, se vé forzado á malbaratar por necesidad los que aquellos por sus vicios: siendo el resultado, verse sin granos, y tal vez empeñados al fin de la cosecha. Estos se llaman labradores, porque siembran todos los años, siendo en realidad vagos, mucho mas perjudiciales que aquellos que por no tener ocupacion llamamos tales."

      Me he detenido particularmente en detallar las ocupaciones y costumbres de estas gentes, porque ellas forman una porcion muy considerable de nuestra poblacion rural. En el curato de Moron, que está casi á las puertas de la ciudad, se cuentan 622 familias, y acaso una tercera parte de ellas puede entrar en la clase de estos perniciosos labradores: y así de los demas partidos. ¿Y què podremos esperar de unos hombres acostumbrados desde su infancia á los vicios y á la mas destructora holgazaneria? – El labrador honrado y el útil СКАЧАТЬ