Historia de la decadencia de España. Cánovas del Castillo Antonio
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СКАЧАТЬ que ningún Monarca moderno, ni casi ningún Ministro parlamentario, ha intervenido tanto de su puño en los expedientes, consultas y negociaciones como el calumniado Felipe IV. No fué, no, por andar en comedias, toros y cañas exclusivamente por lo que se separó Portugal de España: esto resulta ya evidente. Muchos, muchísimos otros motivos, y más graves, hubo para aquella nacional desgracia y las demás que la acompañaron.»

      Si la publicación de la Historia de la decadencia, con todos sus defectos, tuvo el alto mérito de abrir horizonte nuevo de investigaciones y de ideas nacionales á la generación contemporánea de su autor que se consagró á los estudios históricos, las últimas obras de Cánovas y sus últimos conceptos vertidos en ella, pronto lograron fructuosos proselitismos. ¡Cuánto se ha disparatado sobre las causas de nuestra decadencia en el siglo xvii! Pero el magisterio histórico de Cánovas ha hecho á los nuevos críticos dirigir la mirada hacia otras causas más fundamentales que las interiores en que la influencia de fuera ha hecho por más de dos siglos envenenar nuestro espíritu naturalmente pesimista y envidioso cuando tratamos de nosotros mismos. No existía ya Cánovas del Castillo, cuando el más correcto pensador de sus discípulos, D. Francisco Silvela, fué recibido el día 1.º de Diciembre de 1901 como individuo de número de la Real Academia de la Historia. Su discurso de recepción tenía por tema los Matrimonios de España y Francia en 1615. Este discurso fué toda una reacción, la reacción á que Cánovas tendía con su larga y concienzuda labor. La rivalidad de Francia contra España, su penetración cautelosa en nuestra nación por medio de sus matrimonios políticos y su característica desenvoltura en las intrigas de gabinete y en las alianzas con que siempre ha obtenido todas las ventajas que ha querido conseguir, forman el nudo íntimo de toda la política de nuestra decadencia. Silvela lo decía: «su propósito mediante los matrimonios reales de 1615, fué minar el poder de España para despojarle de él é investirse ella de todo lo que hiciera perder á nuestra Nación, y fué el trabajo tenaz de todo el siglo xvii, hasta que al comenzar el xviii se apoderó del Trono, nos trajo su sangre á él, nos convirtió en casi una provincia francesa y nos obligó á firmar aquel Pacto de familia que extremó para siempre nuestro ruina».

      VII

      Á pesar de los defectos que el mismo Cánovas del Castillo, hombre ya de Estado y con una instrucción histórica y política que en España no ha tenido quien le iguale, y acaso fuera de España, más que Thiers en Francia, denunció en sus libros de la edad provecta, todavía la Historia de la decadencia sigue siendo libro único en el tema que desenvuelve en la literatura histórica de nuestra patria. El Bosquejo histórico de la Casa de Austria no es más que un resumen, pero no una historia, y en Lafuente la parte que comprende los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, adolece enteramente de los propios defectos que la primera obra histórica de Cánovas. Aventaja ésta última también á la de Lafuente en la forma literaria, que revela toda la frescura, toda la espontaneidad y toda la viveza de que el espíritu de Cánovas del Castillo estuvo dotado siempre, pero que, á semejanza de la planta espléndida que se viste de pomposas flores ó de sazonados frutos, mas cuya primera flor ó cuya primera poma aventaja á todas las demás en robustez, belleza, dulzura y lozanía, la Historia de la decadencia como primera flor de aquel ingenio, seduce con el vigor y frescura de que hace y puede hacer gallardo alarde.

      Se ha indicado repetidas veces en este proemio y crítica de tal obra, que en su espíritu fué influída por las pasiones políticas en cuya atmósfera entonces se sazonaba la actividad vertiginosa del entendimiento y de la acción de su autor. El tiempo empaña la trasparencia de las alusiones multiplicadas que, principalmente, al emitir ciertos juicios sobre las desdichadas reinas Doña Mariana de Austria y Doña María Ana de Neoburg, madre y segunda esposa respectivamente del Rey Carlos II, se dirigieron entonces á las combatidas autoridades augustas de las Reinas Doña María Cristina de Borbón y Doña Isabel II. Hay que congratularse de que esas alusiones ya solo pueden apercibirse por un corto número de entendimientos muy cultos así en la historia del último siglo del reinado de los Austrias en España, como en la historia íntima de aquel período demasiado revuelto de nuestras revoluciones contemporáneas. Nadie como el mismo Cánovas se lamentó después de aquellas dobles injusticias. Ni Doña Mariana de Austria, durante su gobierno en la minoridad de Carlos II, fué la que nos dejaron descrita los villanos partidarios de D. Juan de Austria, ni Doña María Ana de Neoburg, la que dejaron á su gusto retratada para la posteridad, primero los partidarios del cambio de dinastía, y después los escritores franceses que se tomaron la interesada molestia de sustituirnos en la redacción de nuestra propia historia. Pero si estas figuras augustas de aquel siglo tan vilipendiadas fueron por los que siempre han conspirado contra el honor y la grandeza de nuestra patria, sosteniendo el espíritu de división ambiciosa que nos ha arruinado, que nos arruina, que obstruye toda tentativa de resurrección nacional, no menos injustamente infamadas quedaron las de los tiempos cercanos en cuya desopinión y amarguras todos hemos tenido parte. Cánovas, hombre de rectitud extrema, cuando se vió en sus altas posiciones de pie derecho delante del espejo de la historia, no tomó la pluma para desdecirse, como lo había hecho en sus juicios históricos sobre Felipe IV y el gran Conde-Duque de Olivares; pero con actos de su poder volvió noblemente por el honor de aquellas damas. La estatua á la Reina María Cristina que se levantó en bronce en uno de los parajes más públicos de Madrid, dirá á la posteridad que las vejaciones que en vida se cometieron contra su nombre, fueron actos inicuos de la falta de honradez de los partidos políticos exaltados. Por fortuna, repetimos, las alusiones vivas que para los lectores de la Historia de la decadencia en 1854 estaban claras y fomentaban las iras de la revolución que estalló en Julio del mismo año, son ya charadas y enigmas que el común de las gentes no alcanza á descifrar.

      Para reasumir: La Historia de la decadencia de España desde el advenimiento de Felipe III al trono hasta la muerte de Carlos II, sigue siendo todavía, desde la época en que se escribió, la única monografía histórica que de aquel período de tiempo posee nuestra literatura. La inspiró un alto sentimiento de ideas nacionales, y fué el modelo á que en lo sucesivo se ajustaron todos los que, comprendiendo que la Historia general no puede escribirse mientras cada una de sus particularidades, de sus personajes y de sus grandes sucesos no haya sido estudiado bajo la ilustración del mayor número posible de documentos, posteriormente se dedicaron á una labor que ha hecho insignes los nombres de Rosell, Janer, Fernández Duro, Rodríguez Villa, Muro, Martín Arrúe, general Fuentes y otros. No son los españoles tan dados á los estudios históricos como los extranjeros, y da pena confesar que el número de hispanistas extraños que sin cesar enriquecen la Minerva histórica española en todas las lenguas cultas que se hablan en los dos mundos, sobrepuja de una manera desproporcionada al de los que en España consagran sus talentos á esta parte principal de la cultura de la nación. Uno de los últimos libros históricos sobre España, que este mismo año ha aparecido en las prensas de Copenhague, ha sido el titulado Filip II af Spanien del sabio escritor danés Carl Bratli. Este libro va enriquecido con una extensa bibliografía de autores de todas las lenguas que han escrito sobre Felipe II en los tiempos modernos. ¡Ciento sesenta y nueve nombres de autores extranjeros están comprendidos en esta bibliografía! ¡Los nuestros son solos treinta y cinco!: Barado, Baquero Sáenz, Boronat y Barrachina, Cánovas del Castillo, el jesuíta P. Cappa, Castro (D. Adolfo de), Cedillo (conde de), el jesuíta P. Coloma, Danvila Burguero (Alfonso), Danvila Collado (Manuel), Estébanez Calderón, Fernández Duro, Fernández Montaña, general Fuentes, Gayangos, Gómez (Valentín), González (D. Tomás), Hinojosa (D. Ricardo), Janer, Lafuente (D. Modesto), Lafuente (D. Vicente), Manrique, general Martín Arrúe, el agustino P. Mateos, Menéndez y Pelayo, el agustino P. Montes, Muro, Ortí y Lara, Picatoste, Pidal (marqués de), Rodríguez Villa, Rosell, Sánchez (el presbítero D. Miguel) y San Miguel (duque de). Entre los extranjeros se hacen inolvidables: Baumgarten (Munich), Baumstark (Lieja), Bergenroth (Londres), Böhmer (Berlín), Boglietti (Florencia), Bongi (Lucca), Borget (Bruselas), Bozzo (Palermo), Büdinger (Viena), Cabié (Albi), Campori (Módena), Capefigue (París), Coxe W. (Londres), Croze (París), Cunninghame Graham (Londres), Diedo (Milán), Döllinger (Regensburg), Donais (Toulouse), Dumesnil (París), Du Prat (marqués de) (París), Erslew (Copenhague), Esser (Copenhague), Fea (Turín), Forneron СКАЧАТЬ