Historia de la decadencia de España. Cánovas del Castillo Antonio
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Historia de la decadencia de España - Cánovas del Castillo Antonio страница 35

СКАЧАТЬ de los negocios ni á ordenarle cosa alguna.

      Á tal punto las cosas, hicieron un gran empuje sus enemigos, y lograron por fin ponerle en tierra. Hallándose la Corte en El Escorial, le dió el Rey en propia mano (1617) un papel donde le mandaba que se fuese á Valladolid. Imploró entonces bajamente la piedad de sus enemigos y señaladamente la de un cierto Padre Florencia á quien veneraba el Rey mucho; mas no logró con sus bajezas sino menosprecio. Tuvo que partir, aunque no sin consuelo, porque en el camino recibió todavía señaladas muestras de la benevolencia del Soberano, que no había quitado de él ni un punto del amor que le profesaba. Sin ser perverso el de Lerma, será siempre uno de los ministros que con más razón censure la Historia. Su defecto capital fué la codicia; pero ella dió ocasión á que incurriese en faltas de todo género. Pocos defectos hay tan grandes ni tan viles en los ministros como la codicia y la falta de pureza en el manejo de la hacienda pública. Y el duque de Lerma, sobre ser tan señalado en esto, alcanzó el privilegio triste de ser el primero que abriese en el Gobierno tal camino, por desdicha seguido luego de tantos.

      Siguiéronse á su caída míseros espectáculos de esos que tan comunes suelen ser en los Gobiernos absolutos como el de España lo era. Los vencedores saciaron la ira contra sus favorecidos y los pocos amigos que le habían quedado. De ellos fué D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete-Iglesias, privado del privado; á este pusieron en prisiones y comenzaron á formarle un proceso, que tuvo lastimoso fin en el reinado siguiente. Hombre fué el D. Rodrigo de singular historia, y á quien es imposible olvidar, tratando de los sucesos de esta época. En todos tuvo muy gran parte, y en algunos de ellos la principal, puesto que desde el tiempo en que logró el favor del duque de Lerma no se apartó de su lado, dirigiendo ó encaminando todos sus negocios. Pueden atribuirse á D. Rodrigo muchos hechos que corren á cargo del duque de Lerma. En codicia y ambición no era menor, y superábale sin duda en orgullo. Señalóse también en no reparar tanto como su favorecedor en derramar sangre, si por acaso le convenía. Ordenó dar garrote sin proceso á un alguacil llamado Ávila ó Avililla, y á un tal Francisco de Juara, porque no revelase secretos suyos lo mandó asesinar, cosas ambas que alborotaron á la Corte. Llegó á despachar con el Rey, y parecía más privado que el mismo duque de Lerma. La reina Margarita vino á aborrecerle mortalmente por desafueros, de donde emanó sin duda la acusación de que por él había sido envenenada cuando murió de sobreparto, que fué tan anteriormente á su caída. La Corte toda le detestaba; no tenía otro sostén ni apoyo sino el duque de Lerma. Y, sin embargo, era tal, que comenzó á desacreditarlo por celos de que se entregaba todo á un cierto criado suyo, por nombre García Pareja, que á la verdad tuvo por entonces sobrado influjo en los negocios públicos. Celos de favorito para los cuales tampoco tenía razón alguna. Cuéntase que la primera vez que el Duque Cardenal miró airado contra sí el semblante del Rey, fué por excusar á D. Rodrigo; y era tanto el generoso afecto que le tenía, que no lo desamparó por eso un momento. Cuando cayó él fué cuando D. Rodrigo no pudo sostenerse más y vino al suelo, comenzando entonces á correr sus desventuras.

      No alteraron tales catástrofes la política de España, ni se mejoraron por eso las rentas, ni hallaron algún remedio los males públicos, cosas, si esperadas del vulgo, con razón calificadas de imposibles. Ya que no tuviese Lerma sucesor en el cariño del Monarca, los tuvo más ó menos ostensibles en el Gobierno, ni mejores por cierto, ni más hábiles que él. Ni el duque de Uceda, ni D. Baltasar de Zúñiga, ayo ahora del Príncipe, ni su confesor y los demás clérigos y devotos que le rodeaban, supieron obtener ó aconsejar mejores cosas. Consultóse (1619) al Consejo de Castilla y á varias personas graves, principalmente eclesiásticas, sobre el remedio de los males de la Monarquía; pero en sus dictámenes no se halló cosa de provecho, si no fué la idea de reducir el número de los monasterios y dificultar las profesiones religiosas; y aun por eso no se llevó á ejecución. Lo demás se redujo á arbitrios pueriles, y propios solamente de las erradas miras económicas de aquel tiempo. Ganó en tanto D. Juan Ronquillo en el mar de Filipinas una gran victoria naval á los holandeses, que no obstante las treguas combatían nuestras colonias y pirateaban en nuestros mares: tomóles ocho bajeles y degolló y aprisionó á cuantos lo tripulaban. Las nuevas del suceso pudieron alegrar los funerales de la antigua privanza. Fué no menos glorioso el suceso de Adra, en las costas de Granada. Arribaron acá siete galeras de turcos, y desembarcando quinientos hombres, acometieron la villa. Defendióla D. Luis de Tovar con unos veinte soldados hasta morir en el trance con ellos, y luego los vecinos recogidos en el castillo se sostuvieron tanto, que dieron tiempo á que, acudiendo la caballería de la costa y gente armada de las Alpujarras, tuvieran los enemigos que embarcarse con mucha pérdida. Hízose célebre también por aquel tiempo la capitana San Julián, que separada de una escuadra que iba á las Indias, se vió acometida de cuatro navíos ingleses que andaban al pirateo. Mandaba la nave D. Juan de Meneses, y supo pelear de tal manera, que después de dos días de combate, obligó á los enemigos á huir muy maltratados. También el marqués de Santa Cruz apresó delante de Barcelona dos grandes bajeles de moros. Y por los mismos años (1617) ganaron en Italia y Alemania ventajas y laureles las armas españolas, que fué nuevo motivo de orgullo y consuelo.

      Había sucedido D. Gómez Suárez de Figueroa, duque de Feria, al marqués de Villafranca en el Gobierno de Milán. El nuevo Gobernador, hallando á los habitantes de la Waltelina, que eran católicos, en abierta rebelión contra sus señores los grisones, que al parecer querían imponerles el calvinismo, se determinó á intervenir en la contienda, y fué de modo que tomó para España aquel territorio. Hemos dicho en otra parte que era de grande importancia para nosotros el poseerlo, porque ponía en comunicación al milanés con los países hereditarios de la casa de Austria, y que el conde de Fuentes, famoso Gobernador de aquel Estado, había ya hecho mucho para ello, ganando los ánimos de los naturales y acercando allá nuestras fuerzas. Con esto fuéle fácil ahora al duque de Feria echar del territorio á los grisones, y al punto, para asegurarlo, levantó en él fortalezas, de manera que los enemigos intentaron en vano recobrarlo. Gran ventaja sin duda á poder conservarse. Mas lejos de atender á aprovecharla y consolidarla, puso los ojos nuestra Corte en nuevos intentos, que por mayores tuvieron desde el principio menos fortuna. Había ya comenzado en Alemania la guerra de los treinta años que tanto lugar ocupa en la Historia. Tiempo hacía que España era el amparo del catolicismo alemán y el brazo derecho de los Emperadores: desde los días de Carlos V y de la confesión de Augsburgo, no ocurrió allí cosa en que no mediara nuestro nombre y nuestro poder. El espíritu nacional, dominado siempre por el recuerdo de lo antiguo, y alimentado por las predicaciones continuas del clero y los ejemplos de intolerancia extrema del Tribunal del Santo Oficio, ya sabemos que no se mostraba contrario á las guerras religiosas y á los sacrificios hechos en defensa del catolicismo; antes bien, se solían mirar como necesarios y justos, por más que doliese el soportarlos. Luego el poder de la policía tradicional era tan grande que, como también dejamos indicado, muchos españoles, y acaso el mayor número, aceptaban gustosos los más caros proyectos de engrandecimiento, al paso que rechazaban las más prudentes medidas, con tal que fuesen indicios de flaqueza en la Monarquía.

      Bien se mostró esto en las treguas de Holanda, tan murmuradas y censuradas, que no fueron de los menores cargos que se hicieron al duque de Lerma y que ayudaron á su caída. Junto el interés religioso con el interés político en la guerra de los treinta años, no era posible que nosotros dejásemos de tomar en ella parte. Que el interés religioso nos lo aconsejase, no ofrece duda ni necesita pruebas por consiguiente; pero lo del interés político, no tan claro ni averiguado, necesita de explicación oportuna. Había muerto en 1618 el emperador Matías sin dejar hijos varones, y no teniéndolos tampoco sus hermanos, parecía fundado el derecho del Rey de España, sobrino del emperador Maximiliano, á los Estados hereditarios de la casa de Austria. Fernando II, que sucedió en el Imperio, había sido antes elegido Rey por los habitantes de Bohemia, sublevados contra el emperador Matías porque violaba sus antiguos fueros y privilegios; pero no bien le vieron levantado á más alta dignidad, mudaron de propósito y ofrecieron la corona á Federico, elector Palatino. Naturalmente, Fernando de Austria desde los primeros días de su exaltación al Imperio trató de recobrar aquellos Estados, antes unidos á su casa; pero los protestantes alemanes que habían formado en tiempo de su antecesor la llamada Unión Evangélica, para СКАЧАТЬ