Liette. Dourliac Arthur
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Название: Liette

Автор: Dourliac Arthur

Издательство: Public Domain

Жанр: Зарубежная классика

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СКАЧАТЬ se han marchado, y tiene usted razón.

      – Permítame usted no ser absolutamente de su opinión – dijo tímidamente el cura; – esa joven, seguramente apreciable, tenía un defecto capital para una familia católica: su herejía.

      – ¡Bah! no era por Blanca por quien era de temer su influencia – murmuró el notario con expresión de duda echando una mirada al tío y al sobrino que estaban fumando apoyados en la balaustrada.

      – ¿A quién se lo cuenta usted, mi querido tabelión? Eso es lo que hace ser mi elección tan delicada. La fealdad es generalmente desagradable y limitada; la vejez maníaca y enfermiza; en cuanto a la juventud… soportable, el ensayo no me ha salido muy bien.

      – Tú ves el mal en todas partes, Hermancia – dijo Neris sin volverse.

      – Lo veo donde está, y, desgraciadamente, tú no me dejas equivocarme.

      – ¿Acaso esa señorita ha dado lugar a la maledicencia? – preguntó el cura alarmado.

      – Nada de eso, señor cura; su alejamiento es una simple medida de prudencia en su propio interés.

      El señor Neris se encogió de hombros con impaciencia. Raúl siguió fumando con una flema enteramente británica.

      – En una palabra, está usted sin institutriz y le hace falta una.

      – No veo la necesidad – interrumpió Blanca que, después de dar precipitadamente el último acorde, había abandonado el instrumento de su suplicio y venía a tomar parte en la conversación.

      – Desgraciadamente, tú no tienes voz en el capítulo, hermanita.

      – Ni tú tampoco. Testigo miss Dodson, a la que no podías sufrir.

      – Lo confieso.

      – ¿Y usted, señorita?

      – Yo estaba bien dispuesta para con ella; pero parecía un poco envidiosa… sin duda porque yo no tenía anteojos.

      La joven se echó a reír agitando los rizos que revoloteaban en torno de su frente.

      – ¿No siente usted, entonces, que se haya marchado?

      – Realmente, sí. Se sabe lo que se deja, pero no lo que se toma; y ya que mi querida mamá no me juzga capaz de gobernarme yo sola…

      – A los dieciséis años es un poco pronto, querida.

      – ¡Bah! la edad no importa nada. Estoy segura de que haría menos disparates que Raúl, ¿verdad, señor Hardoin?

      – Me recuso, señorita, aunque tengo gran confianza en su alta sabiduría.

      – Si es para usted un cuidado tan grande, señora condesa, ¿por qué no pone usted a la señorita Blanca en el Sagrado Corazón de Noyon? – propuso el cura.

      – ¿Por qué no en la escuela? Eso no es amable, señor cura… ¿Quién iba entonces a azucararle a usted el café?

      – Crea usted, querida señorita…

      – Por otra parte, yo me opondría formalmente, – declaró Neris con calor; – esta niña no se ha separado nunca de nosotros y no es ahora, cuando su educación está casi acabada…

      – ¡Bravo, tío! En primer lugar, no podrías pasarte sin mí.

      – ¡Querida niña!

      – Es ya tarde, en efecto, señor cura, para someter a Blanca al régimen del colegio, que al lado de ciertas ventajas, presenta serios inconvenientes desde el punto de vista de las maneras y de las compañías. Y, sin embargo, esta niña está un poco sola y necesitaría una amiga más que una maestra, aunque no fuera más que unas horas al día…

      – Es lástima, mamá, que no vivas en la ciudad – insinuó como al descuido Raúl: – allí encontrarías fácilmente una institutriz que, sin vivir en casa, iría a dar a mi hermana unas cuantas lecciones ya muy suficientes.

      – Ese sería el ideal.

      – Desgraciadamente, en un agujero como éste es imposible.

      – Se engaña usted, señor conde.

      – ¿Cómo es eso?

      – Tiene usted a mano el ideal soñado, señora condesa. La nueva empleada de Correos, provista de todos los diplomas, tiene la intención, según me ha dicho, de utilizar las horas que tiene libres, y hasta me ha rogado que le busque discípulas en Candore o en los alrededores.

      – ¿Verdaderamente? – dijo el conde haciéndose el asombrado como si no hubiera visto con sus propios ojos el letrero pegado al cristal del Correo:

LECCIONES DE PIANODE INGLÉS Y DE FRANCÉS

      – ¿Es persona recomendable? – preguntó la condesa.

      – Ciertamente, y de las más interesantes – respondió el notario; – mantiene a su madre con su trabajo y merece la estima de todos.

      – ¡Qué calor, querido Hardoin! – dijo Raúl riendo. – ¿Será capaz de hacerle a usted renunciar al celibato?

      – ¡Oh! yo soy como el señor cura; me limito a casar a los demás.

      – ¿Es bonita? – preguntó con curiosidad la muchacha.

      – No la he visto todavía – respondió el joven diplomático con un soberbio aplomo.

      – Es muy distinguida – dijo el notario.

      – Y tiene además un aspecto modesto y decente – apoyó el cura.

      – ¿Cómo se llama?

      – Julieta Raynal; su padre era oficial superior.

      – ¿Raynal?.. Espere usted, he conocido un capitán de ese nombre en un viaje a Argelia… y una vez hasta me salvó la vida…

      – ¿En un encuentro con los árabes, tío?

      – No, señor burlón, en un encuentro con un león.

      – ¿Ha cazado usted fieras, señor Neris?

      – No, querido amigo, yo fui cazado por ella… Un día, me había retrasado en el campo y me iba a pie a Sidi-Bel-Abes, cuando vi detrás de mí la sombra de un animal que tomé por un gran perro, por un ternero escapado de algún rebaño, ¿qué sé yo?, del que no volví a ocuparme más… Aquel animal me siguió paso a paso y al llegar a mi hostería estaba literalmente pisándome los talones… Impaciente, quise alejarle de un puntapié… Y un rugido que no daba lugar a ninguna duda respondió a esta imprudente familiaridad. Tartarín tomó un burro por un león; yo tomé un león por un burro. No soy un rayo de la guerra, pero, en fin, he hecho lo que he podido… Pues bien, usted me creerá, si quiere, señor cura, al oír la imponente voz del rey del desierto comprendí estas palabras del Profeta: «Se estremeció mi alma y los pelos de mi cuerpo se erizaron.» Helado de espanto e incapaz de hacer un movimiento ni de pedir socorro, creía ya sentir los dientes de la fiera cuando desde una ventana abierta me gritó una voz:

      – Baje СКАЧАТЬ