Mercedes Sanz-Bachiller. María Jesús Pérez Espí
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СКАЧАТЬ y de seguridad que se trasladaran a Madrid. Ya por la tarde, y mientras los guardias de asalto estaban en la plaza de las Tenerías, se encontraron con el capitán Perelétegui, el cual les arengó para que desobedecieran las órdenes que habían recibido del Gobierno Civil y se unieran a la sublevación militar que se había iniciado el día anterior en Marruecos. A estos guardias se unieron falangistas y algunos oficiales del Ejército que, de esta forma, iniciaron la sublevación en Valladolid y se adelantaron a los planes del general Andrés Saliquet.2 En las horas siguientes fueron los falangistas, que desde días antes estaban concentrados en los alrededores de Valladolid, los que asumieron la iniciativa. Y ya por la noche empezaron a salir los primeros soldados hacia el cuartel de la VII División. Allí, los generales sublevados, Andrés Saliquet y Miguel Ponte, se entrevistaron con el general que estaba al mando de la División, Nicolás Molero Lobo, para que se plegara a sus órdenes y la entregara. En el transcurso de la entrevista hubo disparos, con el resultado de un muerto, Emeterio Estefanía, y varios heridos, entre los que estaba el general Molero Lobo y dos de sus ayudantes, quienes murieron en los días siguientes. Siendo medianoche, los generales golpistas salieron del cuartel de la VII División.

      Entre el 21 y el 22 de julio, Onésimo siguió trabajando. De hecho, el 22 empezaron a salir las primeras milicias de falangistas vallisoletanos que se habían puesto a las órdenes de los militares hacia el Alto del León. Onésimo les visitó el jueves 23 para infundirles ánimo, y regresó por la tarde a Valladolid.

      Un año después, en la que es la primera biografía de Onésimo Redondo, se descartaba que los autores de los disparos fueran falangistas y se afirmaba que eran marxistas. También se daban más detalles sobre cómo había acaecido la muerte de Onésimo. Al parecer, se refugió detrás del asiento del conductor mientras tres de los acompañantes salían del coche y se escondían, pero