Cosmopolitismo y nacionalismo. Autores Varios
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Название: Cosmopolitismo y nacionalismo

Автор: Autores Varios

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Oberta

isbn: 9788437082660

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СКАЧАТЬ el siglo XVII y gran parte del XVIII, y que esta guerra era el mecanismo normal de solución de los problemas entre potencias, entre dinastías, entre parlamentos y reyes o entre religiones. Fruto de esa profunda inquietud, surgieron algunos escritores que rechazaban la guerra como medio de resolver los conflictos y que afirmaban la posibilidad y el deseo de una paz permanente, lo que llamaré «irenismo». Así entendido, el término es muy amplio y en él cabe el amplio elenco de posturas de este siglo, mientras que el término pacifismo, similar desde el punto de vista etimológico, aunque ligado al latín en vez de al griego, está muy vinculado a actitudes más específicas de no-violencia ligadas a la religión, la ética o la izquierda política. También uso este término porque el principal iniciador de este camino, Saint Pierre, lo utiliza.1

      Este irenismo del siglo XVIII estuvo generalmente vinculado a algún tipo de cosmopolitismo, ya fuera cultural, ético o político. Un cosmopolita cultural es aquel que no quiere vivir encerrado en los estrechos márgenes de su cultura y le gusta conocer muchas otras diferentes de la suya de origen. Un cosmopolita ético es el que afirma la igualdad de todos los seres humanos por encima de razas, culturas y lugares y, en consecuencia, siente tener deberes iguales para con todos los seres humanos. Un cosmopolita político es el que piensa que debe haber algún tipo de instituciones jurídicas y políticas que regulen las relaciones internacionales y las relaciones de los individuos con las entidades políticas que no son su país de origen. Como todas las clasificaciones, ésta es también una mera distinción conceptual, pues en la realidad se dan mezclas en diferentes grados de los tres tipos de cosmopolitismo. Por ejemplo, lo corriente es que las personas a las que gusta conocer otras muchas culturas sientan los problemas que aquejan a sus miembros y manifiesten una preocupación ética por su bienestar; también parece lógico que los que consideran a todos los hombres como sus iguales aprecien la culturas de los otros o que quien aboga por unas Naciones Unidas, o cualquier otro tipo de institución política internacional, crea en la igualdad de los seres humanos y en la necesidad de abrir unas culturas a otras. Pero la distinción es útil, porque puede darse el caso, por ejemplo, de cosmopolitas ético-culturales que rechacen el cosmopolitismo político (cf. Espinosa, 2009a: 80 y ss.; 2009b).

      En este trabajo utilizaré cosmopolitismo en la variedad de sentidos que acabo de mencionar, no tanto en el significado que la palabra tenía en el XVIII, que era mucho más ambiguo. A veces significó un ardiente universalismo moral y se utilizaba como remedio contra los prejuicios nacionales. También para hablar de los escritores y pensadores que se sentían miembros de la «república universal de las letras». Pero en otras ocasiones tenía un significado negativo, como cuando se utilizaba para criticar al ciudadano que no sentía patriotismo por su nación o como cuando se utilizaba la experiencia cosmopolita de conocimiento de diversas culturas para relativizarlas y despreciarlas a todas, como se ve en el siguiente texto:

      El universo es una especie de libro del que no se ha leído más que la primera página cuando uno no ha visto más que su país. Yo he ojeado un gran número de páginas que he encontrado casi iguales de malas que la de mi país. Este examen no me ha sido infructuoso. Yo odiaba mi patria y todas las impertinencias de los pueblos entre los que he vivido me han reconciliado con ella (Fougeret de Montbron, 1750: 3).

      También podríamos decir que muchos pensadores de la época se engañaron sobre el sentido de la palabra cosmopolita, pues ellos aplicaban esta palabra al que pensaba a la francesa, y así se confundía París con Cosmópolis (Hazard, 1985: 333; cf. Herrero y Vázquez, 1995: 11-24).

      El punto de partida es la constatación de los males que causa la guerra y de que los medios hasta ahora utilizados (tratados de paz y creación de un equilibro entre potencias) no valen para nada, porque los soberanos no tienen miedo de no cumplir lo que han firmado o de romper el equilibrio en Europa, y sólo si tuvieran temor al poder de Europa unida podrían controlar su pasión por la ambición (Saint Pierre, 1986: 10-11, 21, 29-31 y 33). Por eso tiene que haber un cuerpo superior europeo que los obligue (Saint Pierre, 1986: 24, 25 y 35). Pensaba que el comercio, fruto de la paz mantenida por una entidad política superior y permanente, iba a traer mucha más prosperidad a cada uno de los estados que las posibles conquistas territoriales mediante la guerra (Saint Pierre, 1986: 34 y 35).

      Saint Pierre propone una confederación de estados que llama «Unión Europea», «Sociedad Europea», «Patria común» y «República de la paz» (Saint Pierre, 1986: 52, 68, 208 y 290). En su proyecto hay un Consejo General de cuatro miembros por cada Estado, lo que implica igualdad entre los estados grandes y los pequeños, pues piensa que los menos poderosos deberían tener el mayor número de votos, ya que esto es lo que daría la mayor solidez a la Sociedad Europea (Saint Pierre, 1986: 189). Este consejo es un tribunal para dirimir los conflictos que puedan surgir entre los estados, y debe tener poder suficiente contra cualquier Estado que se oponga a sus veredictos (Saint Pierre, 1986: 123). Propone Utrecht como sede del consejo porque admiraba el espíritu comercial, la tolerancia y el ambiente cosmopolita de esta ciudad (Saint Pierre, 1986: 199-200).

      El proyecto de Saint Pierre es verdaderamente cosmopolita en su intención. Es verdad que al final se restringe a la Unión Europea, de la que excluye a los turcos (Saint Pierre, 1986: 549, 689, 690 y 692), pero esa limitación a Europa es una estrategia para que no sea rechazado por mucha gente que ve, sobre todo, al islam y, especialmente, a los turcos como enemigos. Por eso dice que en el segundo esbozo el proyecto abrazaba todos los estados de la Tierra, pero que sus amigos le han hecho ver que esto lo teñiría de un aire de imposibilidad y que parecería más factible si se restringía a la Europa cristiana. Además, señala, en los siglos sucesivos se podrían ir incorporando a la Unión otros soberanos de Asia y África (Saint Pierre, 1986: 18). Más adelante señala que, aunque se le dice que no incluya a los soberanos de religión islámica, piensa que la Unión, para mantener la paz y el comercio con los musulmanes, podría hacer un tratado con ellos, tener las mismas seguridades que con el resto de estados europeos y concederle a cada país un residente en la villa de la paz (Saint Pierre, 1986: 160 y161), aunque posteriormente aclara que no les concede la categoría de miembros, sino de asociados (Saint Pierre, 1986: 191 y 192). También afirma la posibilidad y la necesidad de construir, al igual que la Unión Europea, una Unión Asiática, con la que aquélla firmaría tratados de paz (Saint Pierre, 1986: 320, 321, 376 y 539).

      Por otra parte, para él, el principal problema del islam es que es una religión en la que sus soberanos mantienen al pueblo en la ignorancia y la superstición, aunque señala que, cuando vean que la Europa cristiana СКАЧАТЬ