Название: Viajes y viajeros, entre ficción y realidad
Автор: Autores Varios
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: Oberta
isbn: 9788437082493
isbn:
Toda la gente del domingo, muchachos muy atildados, cubiertos de brillantina, pantalones ajustadísimos, zapatos puntiagudos, se reúnen en la plaza de su pueblo o de su barrio con sus motocicletas para hablar de ellas. De vez en cuando, de manera compulsiva, montan y salen disparados con la moto zumbando a todo gas (...) dan la vuelta a la plaza y regresan a su punto de partida frenando bruscamente (Plumyene/Lasierra, 1973: 71).
Goethe, ya en su Viaje italiano, aludía a la preferencia de los italianos por los órdenes de la arquitectura clásica a la hora de hacer sus deposiciones:
Las entradas y las columnatas están todas tan sucias de lodo (...); el pueblo las emplea para sus necesidades y con la mayor frecuencia no hay deseo más urgente que desprenderse en ella de lo que se ha comido lo más pronto posible (Plumyene/Lasierra, 1973: 317).
El pasaje descalifica el civismo italiano pero, frente a la costumbre que Diodoro de Sicilia atribuía a nuestros ancestros ibéricos, la de lavarse los dientes con la propia orina, esta preferencia italiana podría parecer incluso civilizada por lo exquisito de semejante gusto fecal: hacer las deposiciones con el marco de una columnata dórica no dejaba de ser una exquisitez. Por su parte, los inefables mingitorios que poblaron la geografía urbana francesa en la época del alcalde Hausmann y que todavía perfuman de manera característica algunos rincones olvidados de la misma, han sido frecuente motivo de inspiración viajera, como lo han sido esos/as cuidadores/as que imponen el peso del mercantilismo sobre las necesidades primarias del ser humano:
Cada vez que uno entra en el lugar previsto para tal fin, se le aparece una corpulenta matrona omnipotente delante de una bandeja, que, semejante a un monstruoso ojo ciclópeo, escruta nuestra conciencia. Literalmente fascinado, el turista deposita 50 céntimos cuando 10 céntimos serían más que suficientes –confesaba Mikes, viajero inglés en la Francia de los años 50 (Plumyene/Lasierra, 1973: 84).
Baste lo dicho para demostrar la inclinación al pecado de pensamiento que asalta al turista con relación al otro. Son pecados que provienen fundamentalmente de la actitud de atracción o rechazo que lo otro provoca en cada sujeto. La itinerancia es ambivalente y de ella o se vuelve redimido del tópico (en el viaje)
o se vuelve condenado eternamente a él (en el turismo). En este ámbito, como en el de la salvación eterna, todo depende de uno mismo, de sus obras: las obras salvan. Lo decía E. de Amicis en un simpático y entusiasta pasaje de su relato de viaje por España, realizado en una época en la que no había muchos motivos para admirarnos. En las calles de Sevilla se encontraba con un compatriota que se quejaba de los hábitos españoles:
—¿Cómo? ¿Le gustan a usted las casas de Sevilla y de Cádiz, en las que al pasar junto a los muros, un pobre diablo se llena de blanco de la cabeza a los pies? ¿Le gustan aquellas calles en donde después de una buena comida uno sufre lo indecible para poder pasar por ellas? ¿Encuentra hermosas a las mujeres andaluzas, con esos ojos de posesas? Vamos, vamos, es usted demasiado indulgente... no es un pueblo serio (...) Son indignos de ser gobernados por un hombre civilizado.
—Pero, ¿es que entonces no encuentra usted nada bueno en España?
—Nada.
—Entonces, ¿por qué está usted aquí?
—Estoy porque aquí como... Pero... ¡cómo como! Como un perro. ¿Quién no sabe lo que es la cocina española?
De Amicis lo mandaba a tomar pastas italianas, que no vientos: «Usted disculpe, ¿por qué en vez de comer como un perro en España no va usted a comer como un hombre en Italia?».
La reflexión de este entusiasta viajero, cuyo relato Spagna hizo furor en el fin de siglo, se imponía:
No sé qué gusto hay en viajar de esa manera, con el corazón cerrado a cualquier sentimiento favorable, queriendo censurar y vilipendiar siempre, como si cada cosa buena y hermosa que se descubre en un país extranjero, se le hubiese robado al nuestro (D’Amicis, 2000).
Ejemplo de ese viaje en negativo es precisamente la odepórica alemana que pasamos a analizar a continuación.
2. TEXTOS Y CONTRASTES
España en la odepórica alemana: entre el tópico, la desilusión y la ignorancia
El viaje español fue una rareza en las costumbres cultas de los europeos de los siglos XVI y XVII. Durante el XVIII, sin embargo, experimentó un incremento importante y en el XIX se convirtió en una constante de eruditos y curiosos. La bibliografía viajera sobre España, recogida por Farinelli o Foulché-Delbosc,[2] pone de manifiesto que, en conjunto, España ha sido una de las metas más señaladas del viajero que quería salirse de lo rutinario e investigar y experimentar lo exótico. Aventureros como Baretti y Casanova; aristócratas como la Tremoille, alias Mme. d’Aulnoy, pécora francesa que tuvo que huir de sus lares patrios por conyugicidio frustrado y actuó en España –en la época del más pasmado de nuestros reyes– de Mata-Hari avant la lettre; eruditos como el arqueólogo Merimée; escritores curiosos como W. Irving, Dumas o Gautier; artistas en busca de inspiración como Doré, o compositores como Glinka y Rimski-Korsakov, todos sintieron la llamada de nuestro país, marcado por un supuesto exotismo.
En el campamento germano, la retahíla de viajeros españoles es también numerosa y diversa. Por nuestra patria ha pasado el más variado paisanaje alemán. De múltiple procedencia profesional, casi todos los viajeros han pertenecido, como es obvio, a la clase culta y adinerada de cada época: los «cosmógrafos» H. Münzer o A. von Humboldt; los filólogos W. von Humboldt, A. von Schack o V. Klemperer; miembros de las casas reales como el archiduque Maximiliano de Austria o Federico de Hohenzollern –más tarde emperadores de México y de Alemania respectivamente–; aristócratas como el conde Montecucoli; críticos de arte como Meier-Graefe; industriales como Joh. Klein; artistas como J. Israëls, o escritores como el poeta Rilke, el dramaturgo Horváth, el novelista Tucholsky, el periodista Kisch o el crítico H. Bahr:[3] todos ellos han contribuido con su odepórica, en mayor o menor medida, al tópico hispano. Justo es decir que sus clichés no fueron tan exagerados ni negativos como los de la «españolada» francesa. Nuestra meridionalidad y la proximidad cultural a África, el carácter popular de nuestras costumbres, incluso de las cortesanas, han sido fácil diana de las críticas y los comentarios que nos han dedicado los viajeros alemanes: los españoles hemos sido fácil motivo de extrañeza, admiración, desilusión, desprecio e incluso ira, a causa de nuestras costumbres y peculiaridades antropológicas, geográficas o culturales. La situación en general quedaba bien descrita en la afirmación de L. Bertrand, hispanista y académico francés, que en su Espagne escribía:
El más insignificante de nuestros cantamañanas se siente con derecho a emitir un juicio sobre todo lo que sucede en España. Tan pronto ha pasado el Bidasoa, se hace arrogante y protestón y, mientras que ante otros muchos pueblos se echa de bruces, en España encuentra todo horrible.[4]
Ellos, en dependencia de un contexto marcado por la negatividad, han sido los fijadores o propagadores de los tópicos que todavía nutren la imagología alemana de nuestro país y que el reciente turismo de masas o las relaciones más estrechas entre los dos países poco han podido hacer para corregirlos, tal y como lo demuestra el todavía reciente libro de Ingendaay (2003), plagado de clichés y estereotipos. Quizá porque en todo tópico siempre hay un núcleo veritativo, tópico que responde a las posibles constantes psicológicas y sociales de los pueblos. Sólo la generalización de los mismos frente a personas individuales es lo que convierte al tópico en nuclearmente inexacto y moralmente pernicioso.
СКАЧАТЬ